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Luis Cobos: «Si algo tiene la música, y el arte en general, es la libertad de expresión»

Este músico consiguió acercar a las calles las notas clásicas y a la vez que otros cantantes triunfaran
Fernando Lezaun

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La melena más conocida (y envidiada) de la música clásica corona a aquel al que debemos el haber acercado al gran público lo que presuponíamos elitista y elevado, solo al alcance de unos pocos. Sin embargo, él populariza y democratiza esa música y en 1982, con aquel impagable e indispensable «Zarzuela», Luis Cobos, el de Campo de Criptana, nos la regala. «Yo venía de estudiar música», recuerda, «soy de un lugar muy musical, con muchos músicos y mucha tradición, venía de tocar en bandas, de participar en zarzuelas. Siempre me habían gustado e interesado. Así que cuando tuve la oportunidad de grabar mi propio disco, tras haber ayudado a muchos otros a tener éxito, quise transmitir y trasladar al público la sensación de aquellos temas que tanto me gustaban a mí. Busqué para ello una fórmula que permitiese su entrada en las «efe emes», si no lo hubiera hecho con ese elemento hubiese sido muy difícil. Yo conocía el pop y este tiene una característica que es la continuidad rítmica: se inicia en un tempo y hay una percusión marcada que asegura el ritmo de las canciones. Busqué la forma de asociar todos los temas con un ritmo pop y constante para que lo programaran en las radios y evitar que se quedara como una recopilación más de temas de zarzuela. Yo conocía el mercado y sabía cómo funcionaba, así que realicé esa recopilación de perlas de la zarzuela, con bastante trabajo, asociadas por la familiaridad de la estructura compositiva, por la continuidad y la concordancia entre sí. Confiaba en que aquello sería aceptado por el público, claro, pero los resultados superaron mis expectativas: para un disco así, unas ventas de 50.000 ejemplares o 100.000, en el mejor de los casos, era ya un éxito. Vendimos más de un millón».
Éxitos de la Movida
Pero antes de aquello, Cobos ya había tenido un grupo de rock y un estudio de grabación, y había contribuido de manera determinante en muchos de los grandes éxitos de la Movida. «El grupo se llamaba Conexion y tuvimos bastante éxito. Empezamos en el 69 y yo lo dejé en el 73, porque quería hacer otras cosas, me sentía estancado. Estábamos más cercanos al rhythm and blues y el soul que al rock, incluso estuvimos en alguna ocasión en las listas de éxitos. Luego, en los 80, creé un estudio. La industria estaba en pleno apogeo, pero era difícil encontrar uno. Yo era compositor e intérprete, a la gente le gustaba lo que yo hacía y me empezaban a llamar», recuerda. «El estudio se llamaba Scorpio y estaba muy bien dotado con tecnología punta. El slogan era «entras con una idea y sales con un disco». Allí se grabó gran parte de la Movida: los dos primeros discos de Mecano, por ejemplo. El «No dudaría» de Antonio Flores. Cinco discos con la Orquesta Mondragón. Hice arreglos en el primer disco de Sabina, y a Tino Casal lo metí en solfa. Me encargaron un disco con él de canciones italianas y me pareció un tipo muy desaprovechado. Es uno de los artistas más completos que he conocido, un cantante con un registro tremendo».
«Busqué la forma de asociar todos los temas con un ritmo pop y constante para entrar en las radios»
Recuerda el artista la Movida como «una época gloriosa de destape, en todos los sentidos y no solo en el de señoras quitándose la ropa. Fue una eclosión de gente haciendo cosas, un ‘haz lo que quieras aunque no sepas’, y muchos se pusieron a explotar su capacidad artística desprejuiciadamente. Yo, en muchos casos, les ayudaba a llevar a cabo aquellas ideas musicales. La Movida se entendió primero como algo light y luego tuvo su profundidad. Fue una etapa que me permitió un banco de pruebas muy bueno, a poner barniz y brillo sobre algunos temas. Algunas cosas salieron muy bien, muchas bien o regular y alguna mal, como es natural»
¿Había más talento entonces que ahora? ¿Éramos más libres? «No creo que hubiera más talento que ahora, de hecho, mi punto de vista personalísimo sobre esto es que ahora tenemos un talento enorme, tanto creativo como técnico, como no lo ha habido nunca. Pero entonces podíamos conocer ese talento porque el mercado funcionaba y se grababa casi todo y la televisión, la radio y los medios especializados daban a conocer cada novedad. Ahora no contamos con todo eso, pese a tener internet. En televisión, por ejemplo, no hay donde presentar un trabajo. En lo musical hay talent shows, coachs y concursos, únicamente». En cuanto a la libertad, «hay un cierto pudor que se está imponiendo y que me parece absurdo. Porque si algo tiene bueno la música, y el arte en general, es la libertad de expresión. Y ahora se están acotando demasiadas cosas, demasiados temas y demasiadas formas de expresión. A mí no me gusta este clima que hay ahora, pero padecemos sin remedio los ciclos que se establecen de lo correcto, lo incorrecto, lo políticamente incorrecto, lo público… El arte debe ser libre, se debe dejar que evolucione. Pero no creo que sea una cosa exclusiva de nuestro país, pasa en todo el mundo. Hay un neopuritanismo y un control de la expresión artística que no me gusta y no me parece adecuado. Pero esto pasará, como todo, solo que dura ya demasiado tiempo».
En concierto
Con una vida personal discretísima y la devoción por la música intacta, sigue Luis Cobos editando discos, centrado algo más, quizá, en su labor ejecutiva como presidente de la AIE. «Lo compagino bastante bien. En este momento estoy haciendo una gira con una orquesta de cámara, el año pasado hice varios conciertos, y este año también (29 y 30 de este mes estoy en Guadalajara, 6 y 7 estaré en Toledo…) Lo que pasa es que no cacareo mucho y como ahora no se aparece en televisión como antes para presentar tu trabajo, parece que ya no estás. Pero yo no he dejado de trabajar. Al trabajo ejecutivo llegué sin querer y llevo ya treinta y un años presidiendo la AIE. Se trata de un cargo electo, yo sigo porque cada cuatro años me eligen, estoy ahí porque los artistas quieren que esté. Presido también la Federación Iberoamericana de Artistas, he sido siete años presidente de la Academia Latina de Latin Grammy y ahora soy presidente de la Fundación Latin Grammy. Organizamos conciertos, damos becas de estudios, tratamos de que el trabajo de los artistas sea valorado, mejorar los derechos de propiedad intelectual y que ahora, y en el futuro a sus herederos, puedan generar recursos y dinero. Eso conlleva una labor de gestión, pero contamos con un gran equipo de trabajo y un consejo de administración donde hay artistas reconocidos que aportan su sabiduría y llevan a cabo una gran labor. . Pero yo sigo con mi carrera, continúo trabajando pero ya sin la presión ni la necesidad de antes».

Lo más puro que transporta el aire

En un lugar de la Mancha, cuyo nombre es Campo de Criptana, pueblo horizontal y manso como un cuerpo tumbado, nació hace 74 años un niño con oído absoluto y garganta de oro. Esos dones propiciaron que Luisito, el benjamín de la banda de música que en las funciones religiosas cobraba estatura de coloso, conociera los aplausos demasiado pronto, en el reino con grilletes de la infancia, por más que aquella fuese una fama párvula, local, brevísima. Una de esas estampas en blanco y negro que el curso del tiempo amarillea sin piedad. Pero la música era el camino, eso quedó ahí para siempre. La música inabarcable y vaporosa que tenía, que tiene, la potestad de cambiarte el clima en unos segundos.
La vida en la Mancha era igual que contemplar un cuadro, una foto, una estatua, y había que dinamitar esa parálisis del modo que fuera. Y cuando llegó la adolescencia con su atalaje de noes, su confusión y su deseo a todas horas, trajo con ella el soul, el blues, el rhythm and blues, el rock. Y Luis –ya nunca más Luisito– sintió con aquellos sonidos el aguijonazo de una existencia con otra temperatura, salvaje, adictiva, fascinante, y dejó de cortarse el pelo para lucir como sus ídolos, en lo que era a un tiempo inclinación estética y gesto de disidencia. Ese «look» aún lo acompaña, y no es un dato inane: todo hombre que ha cumplido los cincuenta y lleva el pelo largo, aloja en su interior un volcán que puede entrar en erupción en cualquier momento.
La segunda fama de Luis, esta ya profesional, vino con Conexion –con equis y sin tilde, un ejemplo de spanglish antes del spanglish–, banda de soul y R&B que entre finales de los sesenta y primeros setenta tuvo éxito fuera de España –Alemania, Canadá, Latinoamérica–, y que generó mucha tinta en los papeles de la época.
Pero la fama total –su tercera y definitiva fama– le llegó una década más tarde, el mismo año en el que aquí todo cambió para siempre, 1982, porque su disco «Zarzuela», con el que bajó la música orquestal del Olimpo a la calle, se vendió como si fuera el único del mercado. Después de poner bonitos durante años, en su propio estudio de grabación, los trabajos de algunos de los protagonistas del emergente rock español y de la Nueva Ola, Luis Cobos pasó de ser un minúsculo nombre en los créditos a que su rostro ocupara toda la cubierta del disco. Y en Campo de Criptana, donde el sobresalto jamás abre los ojos y los gigantes con brazos volanderos sólo inspiran ternura, lo celebraron con el mismo alborozo con el que años atrás festejaron a una paisana audaz, universal y de belleza doliente que fumaba puros con más arte que cualquier hombre, Sara Montiel.
El calendario sostiene que han pasado cuarenta años desde aquel terremoto, pero Luis Cobos continúa igual: la melena disidente y esa facha de compositor hippie, de científico tronado, de estrella de rock con batuta. Un tipo cuyas ventas y experimentos musicales avivaron la envidia entre muchos de sus colegas, porque el triunfo y la distinción, en este país, pagan alto peaje, como la belleza. Pero a él nunca le agitaron la cabellera esas prácticas de vudú, y siguió a lo suyo, que es llevar la academia a la plaza del pueblo, democratizar los violines, compartir con el carnicero y el electricista aquello que más ama. Y en el largo camino andado están, además de la ristra de éxitos y premios, la humanidad conocida, y el orgullo inefable de que sir Paul McCartney te entregue un premio. Una vez le pregunté a Luis qué es la música y me contestó, veloz cual relámpago: «Lo más puro que transporta el aire». Y es muy posible que estuviera en lo cierto.
Javier Menéndez Flores

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