Andrés Calamaro y Ariel Rot: Los Rodríguez resucitan en Madrid
Las colaboraciones con C. Tangana y Kase.O redondean una obra maestra de Calamaro, enfadado al principio e inspirado al final
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La hinchada le bancaba como cuando se atisba la remontada, se huele el miedo en el equipo rival y hace falta nada más que tres minutos para hacer un milagro, uno tan grande como una canción pop, para cambiar el partido. Andrés Calamaro cantaba en casa, de donde es hijo predilecto pero ya lo era por derecho propio, y los ánimos de vuelta eran, claro, futbolísticos: oé oé oé. Sin embargo, no esperábamos lo que iba a suceder, porque Calamaro empezó refunfuñando en su concierto en Madrid y trascendió su propia leyenda en un concierto mayúsculo.
Empezó metiendo bronca a sus fans desde la primera canción, haciendo campaña contra el uso del flash en los teléfonos tras “Bohemio” y reincidió en “Cuando no estás”. “Se me fueron las ganas”, musitó con cierto hastío. “Estamos esperando” retó al interfecto esperando que apagase el cacharro luminoso, poseído voluntariamente por el espíritu misántropo de Bob Dylan. Por suerte, al minuto llegó “Verdades afiladas” y luego “Crímenes perfectos” sin reñir a nadie más. Siguieron “Me arde” y “All You Need” sin más interrelaciones con su gente y ya saben lo que eso quiere decir en un argentino silencioso: empezábamos a estar preocupados. Pero tranquilos, estaba bien, porque después de “Media Verónica” volvió a protestar por los flashes. Con “Rehenes” el hastío podía empezar a estar del otro lado. Calamaro es autor de un cancionero incomparable en castellano, un poeta legionario, un torero del verso, pero si no canta y no baila, ¿para qué hemos venido?
Menos mal que, todavía un poco de mal humor, regaló “Los aviones”, que es maravillosa, y después llegó “Maradona”, himno indiscutible para tomar oxígeno, seguido de “Espérame en el cielo” (puede que como mensaje en clave al 10 de Argentina) y a continuación “Estadio azteca”. Pero algo seguía sin funcionar, a pesar de otra joya: “Tuyo siempre”. ¿Era para tanto el asunto de los flashes?
Todo cambió con sus amigos. Tras la intro de “Nowhere man” tema de los Beatles que le representa, porque él es un hombre con cada pie en un lado del Atlántico, llegó “Hong Kong” y la primera sorpresa. La aparición de C. Tangana le cambió el humor. Es decir, “With a Little Help from My Friends” Andrés Calamaro iba a dibujar su mejor versión. Pucho, con camisa de satén a rayas casi de pijama, se llevó la primera ovación de la noche y estábamos en el séptimo tema. En el fondo, ninguno de los dos canta, ni baila, pero han toreado en las peores plazas y amanecido en los peores “afters” de pueblo. Y eso solo se puede conseguir con talento.
Y más amigos llegaban al rescate inmediatamente para dibujar una noche histórica: Ariel Rot se subía al escenario con Calamaro después de larguísimo tiempo para tocar “Mi enfermedad”, demostrando que si se vuelven a reunir Los Rodríguez faltan estadios de futbol (y de béisbol) en la mitad del mundo que habla castellano para llenarlos. Podrían ser (más) millonarios estos argentinos tercos, pero se niegan por razones que sólo su corazón conoce. Tiempo al tiempo. Lo veremos, porque cualquier cosa se arregla a su debido tiempo. Ahí se quedó Rot para “A los ojos” y la respuesta del público era muy evidente. Por aquello del pasado feliz, recuperaron incluso “Canal 69″, de su pretérito, enlazada con “Mueve tus caderas” de Burning, del nuestro. Parecían agotadas las emociones inesperadas hasta que el rapero Kase.O, padre del hip hop en castellano, rimaba con lujuria en “Flaca” unos versos de dos rombos. El zaragozano, tan delicado como su anfitrión en el verbo de su circunstancia, reconoció al maestro.
Luego, con el humor por las nubes y los flashes en el bolsillo, Calamaro regaló la novela de “Alta suciedad” y la incomparable “Paloma”, una canción que contiene 266 palabras y que el público coreó hasta las comas. Sin un solo titubeo, como escrita en la frente, de modo avasallador. ¿Quedaban más emociones? Claro que sí. Ariel Rot, el Rodríguez, lideró “Sin documentos” y convirtió los bises en intrascendentes. “Los chicos” y “Música ligera” estuvieron muy bien, pero a las buenas faenas no les hacen falta más verónicas. Andrés no las pudo evitar y sobre el escenario silencioso y encendido, agarró el capote para ofrecerlas.