Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
plaz1

El legado gravitatorio y surrealista de David Lynch, uno de los grandes directores de cine de todos los tiempos

El cineasta fallecido con 78 años padecía un enfisema pulmonar 
El cineasta David Lynch
El cineasta David LynchArchivo
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Creada:

Última actualización:

El 5 de agosto del pasado año, el cineasta estadounidense David Lynch, de 78 años, anunciaba que sufría un enfisema pulmonar que le impedía salir de casa. "Solo puedo caminar una distancia muy corta antes de quedarme sin oxígeno" declaraba entonces este genio del séptimo arte, fumador compulsivo desde hace décadas. Su familia ha confirmado hoy a través de un comunicado publicado en la red social de Facebook que el director ha fallecido: “Con profundo pesar, nosotros, su familia, anunciamos el fallecimiento del hombre y artista David Lynch. Agradeceríamos un poco de privacidad en estos momentos. Hay un gran hueco en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero, como él diría: “Mantén la vista en la dona y no en el agujero”. Hace un día precioso con un sol dorado y cielos azules hasta el final”, se puede leer.
La orfandad a la que se enfrenta el séptimo arte tras la inminente pérdida del padre del surrealismo audiovisual resulta difícilmente evaluable. Nacido el 20 de enero de 1946 en un pequeño pueblo de Montana llamado Missoula, Estados Unidos, Lynch vivió una infancia transcurrida en ambientes naturales, casi siempre magníficos por su belleza pero en ausencia de amigos de su edad. En 1961, Lynch y su familia se mudaron del noroeste a Alexandria, Virginia. Según el director, "en una ciudad grande me di cuenta de que había mucho miedo. Viniendo del noroeste, eso te golpea con la fuerza de un tren".
"Creo que era un chico completamente normal", recordaba en una entrevista. "Por supuesto, a todos nos gusta pensar que uno es diferente y único… Según mis recuerdos, tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas. Pero los chicos tienen los sentidos particularmente alterados, los ojos muy abiertos, las orejas muy atentas, y el mundo les manda una catarata de informaciones y sensaciones… Los niños perciben las cosas de manera muy fuerte, pero tienen también una imaginación que puede amplificar los acontecimientos más insignificantes, los detalles más ínfimos. Agrandado por la imaginación de un niño, un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más bella o la más horrible de las historias. Cuando era pequeño esta percepción de las cosas podía ser formidable, pero, al mismo tiempo, turbadora e inquietante. Por ejemplo, poder entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarte nada de nada, sentir que hay algo raro en esa casa. Como una nube malvada que flota en el aire y te indica de manera confusa que en esa casa algo anda mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero sientes que hay algo escondido", reconocía hace unos años en una entrevista sobre las capacidades significativamente tempranas que desarrolló a la hora de elevar su mirada más allá del umbral de lo evidente, tal vez uno de los motivos más subrayables de su mirada como director.
Tras pasar por escuelas de arte, en 1965 Lynch y un amigo, Jack Fisk, viajaron a Europa para estudiar con el pintor expresionista Oskar Kokoschka en Salzburgo, Austria. Recorrieron París, Atenas y Grecia, pero regresaron a los Estados Unidos a los 15 días. "No me gustó Europa" aseguraba en un fragmento de "Espacio para soñar", una biografía íntima y delicada publicada en 2018 donde el director desgranaba las piezas poliédricas que habían configurado tanto su vida como su trayectoria. 
"Pensaba todo el tiempo, aquí es donde voy a pintar. Y no había ningún tipo de inspiración allí para la clase de trabajo que quería hacer. […] Tenía la intención de quedarme tres años. En cambio, ¡me quedé 15 días! Me acuerdo de estar acostado en un sótano en Atenas con lagartos que trepaban a las paredes, y pensaba en que estaba a 7.000 millas de McDonalds!", señalaba. 
"Preferiría suicidarme a hacer una película en la que yo no tenga la última palabra sobre el resultado final"David Lynch
De vuelta en Alexandria, consiguió (y perdió sistemáticamente) una serie de trabajos: en una cigarrería, en una tienda de arte, en una oficina de ingeniería y en una marquería, cuyo dueño se llamaba, apropiadamente, Michelangelo. "Cuando era despedido, eso me llevaba a otra parte, a nuevas experiencias. Cada vez que me echaban, ¡estaba feliz de la vida!", recuerda. "Pero después de limpiar un baño tapado (un trabajo que nadie más quería) por cinco dólares, habría ido a cualquier parte con tal de salirme de ahí". 
Meteórico recorrido
Lynch comenzó su época de experimentador prodigioso de la imagen a través de la iniciación habitual de cualquier cineasta: los cortos. "Six Men Getting Sick" en 1967, "The Alphabet" en 1968, "Grandmother" en el 70 y "The amputeé" en el 74. Cortos asombrosos que no hacían otra cosa que vaticinar las diversas inquietudes que lo atormentaban y aquello que identificaría posteriormente la personalísima impronta de sus obras. Su verdadera etapa profesional comenzó cuando llegó a Los Ángeles y filma "Eraserhead" (traducida en España como "Cabeza borradora") con su fiel amigo Jack Nance. Una impactante película en blanco y negro fundamentada en elementos propios e irracionales que volverían a repetirse de manera obsesiva como prolongaciones oníricas de las maldiciones de su inconsciente.
En el 2002 se estrenó uno de sus trabajos más identitarios, "Mulholland Drive", concebido originalmente como el episodio piloto de una serie de televisión para la cadena ABC que podría haber supuesto el retorno a la pequeña pantalla de David Lynch tras el éxito inconmensurable que obtuvo con "Twin Peaks". "Preferiría suicidarme a hacer una película en la que yo no tenga la última palabra sobre el resultado final. Yo empecé como pintor, en la escuela de Bellas Artes, pero un día estaba delante de un cuadro y me pareció ver que algo se movía en él. Desde entonces intento combinar sonido e imágenes de la mejor manera posible", declaró en cierta ocasión aludiendo a la implicación absoluta que llevaba a cabo en cada uno de sus trabajos. Desde "Terciopelo azul" hasta "Corazón salvaje" pasando por otros títulos emblemáticos como "El hombre elefante", "Dune", "Carretera perdida" o "Inland Empire", el universo extraño, perturbadoramente especulativo, simbólico y magnético de Lynch seguirá vivo a pesar de la ausencia de su autor y lo hará de la única forma que puede sobrevivir el arte al creador: a través de la eternidad de sus obras.