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Entrevista
José María Marco: «Los patriotas somos ultras»
El profesor y columnista madrileño publica el ensayo «Después de la nación. La democracia española de 1978» donde se pregunta si se puede construir una democracia sin nación

Quien no vea que estamos en un tiempo de cambio profundo es que no vive en este mundo. No solo estamos en un nuevo tiempo-eje con la revolución tecnológica, sino que el marco de las relaciones internacionales es otro, y nuestro país está a punto de saltar al vacío. Ya no sirven excusas orteguianas de «Europa es la solución», sino que es preciso ser consciente de que, como señalaba Laín Entralgo, vivimos «problemáticamente» porque estamos en trance de ser «otra cosa». De ahí la importancia de la obra de José María Marco, desde su clásico «La libertad traicionada. Siete ensayos españoles» (1997) sobre la crisis del 98, pasando por «Azaña. El mito sin máscaras» (2021), a su libro «Una historia patriótica de España» (2023). Pensar este país, a lo Larra, no deja de ser una constante. Por eso es imprescindible hablar con Marco sobre su último ensayo, «Después de la nación. La democracia española de 1978» (Ciudadela, 2024).
En el libro sostiene que la Transición no supo construir la democracia sobre la idea nacional ¿Por qué? José María Marco responde sin dudar. «En realidad, en la Transición –me dice–, y más precisamente durante el proceso de negociación y redacción de la Constitución, lo que se hizo es orillar el concepto de nación, ponerlo entre paréntesis. Se pusieron los fundamentos de una democracia sin nación. Seguramente el concepto de nación les parecía problemático, peligroso y, como se dijo luego, discutido y discutible. Para no enfrentarse al principal asunto que tenían entre manos, los Padres de la Constitución decidieron orillarlo».
Entonces, sigo, ¿la Constitución programó la destrucción de la soberanía nacional con unas autonomías progresivas? De hecho, hoy, el Estado Autonómico no tiene buena prensa en algunos ambientes políticos, coincidiendo con las críticas que hicieron hace décadas Cruz Martínez Esteruelas, Fernández de la Mora o López-Rodó, ministros con Franco. Marco no va por ahí: «El proceso autonomista ya había empezado antes. La Constitución dio la señal oficial para que arrancara a lo grande el proceso de desguace de la nación española. Fue un proceso improvisado, hecho en función de intereses locales y de corto plazo. Sin la menor visión de futuro, salvo en el caso de los nacionalistas. Hubo un intento de encauzarlos. Fue la LOAPA y lo desautorizó el Tribunal Constitucional, como era lógico».
Parece una destrucción programada, quizá irresponsable porque se dejó la resolución del problema a la siguiente generación. ¿A quién debemos mirar buscando responsables?, pregunto. La respuesta de Marco no deja lugar a dudas: «Los partidos políticos debieron de comprender que se les ofrecía una oportunidad única. Instalar y crecer pegados al proceso de construcción del llamado Estado de Autonomías. No la iban a dejar pasar. Lo han pagado caro, porque se han convertido en un depósito de clientelas de mediocridad creciente».
Ese proceso ha cambiado la idea de España como proyecto nacional, y se ha confundido patriotismo con nacionalismo, le indico a Marco. Aquí el autor se pone serio: «Mire, me he pasado años explicando la diferencia y a nadie le ha importado. Trataba de hacer comprender que el patriotismo defiende la nación que los nacionalismos quieren destruir. La nación era, y es, la única defensa contra el nacionalismo. Si se retira la nación y las virtudes que se derivan del patriotismo, surgen esos engendros narcisistas, paranoicos y criminales que son los nacionalismos. Pero bueno, los intentos de explicar la diferencia no han servido para nada, y hemos acabado como estaba previsto: en manos de los nacionalistas».
La izquierda traicionó a la nación, como apuntó hace mucho César Alonso de los Ríos, ¿y la derecha? Recuerdo aquello del «patriotismo constitucional» de la época de Aznar. ¿Había alternativa? «Aunque la nación ha sido orillada y puesta entre paréntesis –contesta Marco–, no ha desaparecido ni ha sido destruida. Sin tener en cuenta la nación como base de la convivencia entre españoles no se entiende nada de lo que nos ocurre. La alternativa, en consecuencia, era, y sigue siendo, volver a poner la nación en el lugar en el que debe estar, como base y fundamento de la comunidad política española. Habrá observado que ya ni siquiera estamos en el patriotismo constitucional. Ahora vivimos en el puro, y estoy por decir sublime, constitucionalismo. Lo identitario, ya sabe, es de mal gusto».
Se ha sustituido el patriotismo por el constitucionalismo –resumo–, cuando una Constitución no es más que el contrato circunstancial de una comunidad. Esto suena distinto en esta vida política española tan polarizada. ¿Ser patriota es ser ultra?, pregunto. «Sí, por supuesto –contesta Marco resuelto–. En la España constitucional caben todos: constitucionalistas –cómo no–, regionalistas, autonomistas, nacionalistas, separatistas, terroristas de toda laya. Lo que no caben son los españoles. Y aún menos los españoles que piensan que el amor a su país es la base de las virtudes cívicas que hacen posible la nación, que es la entidad política que garantiza el pluralismo y la libertad de los que participan en ella. En otras palabras, sí, los patriotas somos ultras».
«La izquierda se ríe de la derecha»
Saco en ese momento el «francomodín». ¿Tiene Franco la culpa de que la idea de nación española sea hoy despreciada por la izquierda? Marco sonríe. Es autor de «La velada del Pardo» (Monóculo, 2024), una conversación teatral entre Franco y Azaña. «Franco tiene las espaldas muy anchas, como sabe –me dice–. Es cierto que su utilización ideológica y partidista de la idea nacional contribuyó al descrédito de esta idea. El recuerdo de la dictadura también actuó como catalizador de un proceso de descrédito de cualquier autoridad exterior que se estaba produciendo en los años 70, cuando la revolución antiautoritaria cambió de arriba a abajo las sociedades occidentales. Todo el mundo hablaba entonces de autonomía: desde la autonomía individual hasta la de cualquier consistorio –¡o Comunidad Autónoma!– para repartirse los cargos entre amigos y familiares. Franco también sirvió de pretexto para que la derecha no se enfrentara a su propio pasado y se lanzara a ese conservadurismo amnésico, tan llamativo, que la caracteriza. Como también era de esperar, luego no ha sabido qué hacer con las leyes de Memoria, que siguen poniéndola contra la pared. La izquierda y los nacionalistas la llevan del ronzal a donde les parece».
Menciono entonces que el patriotismo de la izquierda se nota en la gala de los Goya para pedir pasta y en las protestas cuando alguien evade impuestos. ¿La izquierda solo entiende el patriotismo fiscal y el patriotismo de partido, o hay algo más?, pregunto. Marco conoce bien a la izquierda. Biografió a Giner de los Ríos y a Azaña. «Una cierta izquierda estaba convencida de que la nación es un pacto entre los que participan de ella –contesta–. Es una idea importante y respetable, pero incluso esta ha sido abandonada. En general la izquierda tiene hoy un concepto utilitario de la nación».
A los socialistas y comunistas actuales les importan más las naciones vasca o catalana, que la española. ¿Por qué la izquierda aplaude más el patriotismo de los nacionalistas vascos y catalanes, o el regionalismo, que el patriotismo español? Marco apunta una solución estratégica: «Porque comprendió hace mucho tiempo que la incapacidad de la derecha para pensar la nación es la base de la fragilidad de esta y la de su propia superioridad ideológica y política. Cada vez que pacta con los nacionalistas y los terroristas, la izquierda se ríe de la derecha. No hay más que ver a Sánchez».
Si la derecha no piensa la nación y la izquierda la usa, le pregunto, qué nos queda. Marco es contundente: «Nada, después de la nación no hay nada. En estos cincuenta años se han ensayado dos alternativas: la Unión Europea y el Estado autonómico. Hoy comprobamos el lamentable estado de estos dos ensayos. El colmo, lo que ha conectado los dos fracasos, ha sido ver a Teresa Ribera ocupar una de las vicepresidencias de la UE después de la masacre de Valencia».
En ese momento recuerdo que siempre, tras cada crisis, con mucho esfuerzo y tiempo, España ha encontrado una solución. «No queda otro camino -apunta Marco- que no sea el de reconstruir la nación: un gran acuerdo entre los grandes partidos nacionales -sí, nacionales- para volver a fundar la democracia. También se puede entender la nación desde otra perspectiva. En este caso se trataría de fundar de verdad la nación europea, con un gobierno central, un pueblo europeo y -eso sí- lo más lejos posible de ese foco de corrupción que son Bruselas y Estrasburgo. Por una vez, la derecha se podría adelantar, pensar por su cuenta y empezar a estudiar esa posibilidad. Ahí terminamos la conversación. Soy de la escuela del realismo político, intrínsecamente pesimista, y me fui pensando que ninguna de las dos derechas actuales lo hará».
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