Hollywood antes de la corrección política
Mujeres fatales, delincuentes, homosexuales...Guillermo Balmori repasa en un libro la libertad moral del cine antes del Código Hays, el primer intento de censurar filmes
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Entre 1929 y 1934, Hollywood vivió una libertad sin parangón y sus películas no solo airearon personajes marginales, héroes atípicos, villanos empáticos o mujeres de una indudable carga seductora, sino que, en un ejercicio de valentía sin precedentes, se atrevió a trasladar a la gran pantalla argumentos, historias, situaciones y tramas de una encomiable originalidad. Es el caso, por citar solo un ejemplo al azar, de «La divorciada», un filme de 1930 interpretado por la carismática actriz Norma Shearer, la misma que también protagonizaría la rompedora «Alma libre», que abordaba la separación de un matrimonio con una sinceridad escandalosa, sin ocultar un solo matiz en los diálogos y retratando los pormenores con una franqueza que todavía impresiona al espectador actual.
Estas cintas no dudaron en abordar los mayores tabúes de la época ni titubearon tampoco en reflejar, de una manera o de otra, la homosexualidad, la violencia, las drogas, distintos tipos de ilegalidades existentes, la seducción, los diálogos malsonantes o pasiones desenfrenadas a la vez que criticaba de una forma más o menos velada, sutil o abierta asuntos tan relevantes como el belicismo o desmarcarse de las costumbres imperantes ofreciendo un retrato moderno, urbano y empoderado de las damas a través de las heroínas que capitalizaban todos aquellos filmes.
Pero todo esto se perdió con la irrupción del Código Hays, que se promulga en 1930 y que estaría vigente hasta la década de los años sesenta, cuando caería definitivamente en desuso y desaparecería debido una mirada social que se regía ya por otros criterios y valores. Suponía un conjunto de normas, advertencias y principios morales relacionados con el sexo, el crimen, el alcohol, la religión, la blasfemia, el vestuario, los desnudos, los decorados, los bailes, la brutalidad, la crueldad y el buen gusto que debían respetar y cumplir cada una de las películas que financiara Hollywood.
Pero, a pesar de la severa intención que impelía su existencia, hubo una breve horquilla de tiempo, los años que tardó en imponerse de manera inflexible, en que la censura era débil y los directores siguieron haciendo lo querían. «Se aprueba con la llegada del sonoro. Lo que fue peligroso en el cine fue la palabra. A pesar de que se dice que una imagen vale más que mil palabras, mientras el cine fue mudo no resultó tan escandaloso. Cuando el cine empezó a hablar cambió, porque, de repente, se volvió más perturbador. No era igual ver a una vampiresa que no habla, por muy sensual que fuera, que ver a Mae West y encima escuchar lo que decía y, sobre todo, cómo lo decía, porque por mucho que la cortasen, lo importante en su caso es cómo pronunciaba los diálogos. En su caso hasta un Padre Nuestro podía resultar sensual. Y no había manera de atarla. Pero con el sonoro también se pudo escuchar por primera vez cómo hablaban los gánsteres y esto impactó bastante», comenta Guillermo Balmori, que analiza este conjunto de producciones en su libro «Hollywood antes de la censura. Las películas pre-code» (Notorious), donde da cuenta de la transgresión que supusieron estas películas, de la libertad de la que disfrutaron y a las que también debemos tanto todos nosotros. «Lo que sucedió es que el Gobierno de Estados Unidos le dijo a Hollywood que estaban escandalizando, así que les pusieron en la tesitura de autocensurarse o hacerlo ellos. Como la Constitución norteamericana no permite la censura estatal, pasaron la responsabilidad a los directivos de los estudios. Ellos se reunieron y nombraron para este cometido a Will Hays, un alto y recto funcionario de correos, un hombre de bien, pero que al fin y al cabo pagaban ellos. El motivo por el cual no se cumple al principio el Código Hays es porque el que paga al censor son los propios estudios», prosigue el autor.
Guillermo Balmori subraya el momento preciso en el que se encontraba el cine entonces. Todo estaba sin regular. No existían calificaciones por edades para las películas y cualquier persona, incluso un niño, podía acceder a una sala de cine y ver cualquier proyección que se exhibiese si pagaba el dinero de la entrada. «A pesar de su mala fama de censor, en realidad, lo que hacía Hays era sobre todo conseguir que los grupos de presión transigieran y que dejaran hacer a los estudios las películas que quisieran. Pero, entonces, surgieron otros grupos de presión, desde feministas hasta de protección de la infancia, con capacidad de boicotear los estrenos. Eso cambia la situación».
En medio quedó esta época que consolida el cine de gánsteres, da alas a la figura de la mujer fatal y dejó imágenes que hoy en día forman parte de nuestro acervo cultural audiovisual, como a un seductor Gary Cooper capaz de llevarse de calle a cualquier mujer en «Marruecos», una Marlene Dietrich vestida con traje de hombre y sombrero de copa (con todo el significado que tenía y tiene el travestismo) o un Drácula clavando sus colmillos en un hombre con una pasión que no emplea cuando su víctima es una chica. «Quizá lo más grave que truncó esta censura es todo lo relacionado con la mujer. Estas películas reflejaban mujeres poderosas, que tomaban la iniciativa en el plano amoroso, como puede verse en la Jane de Maureen O’ Sullivan en “Tarzán y su compañera”. Son mujeres empresarias, que destacaban en el plano laboral, tenían secretarios y decidían tener hijos siendo solteras. Mujeres, en definitiva, muy avanzadas».
«Hoy hay una censura no reglada, pero es una censura efectiva y tan intransigente como la de antes».Guillermo Balmori
Y enseguida añade: «Si hubieran continuado estos filmes, hubieran contribuido a mejorar la situación de la mujer dentro de la sociedad y los avances en este aspecto hubieran sido más rápidos. Además, eran mujeres con buen gusto, no ordinarias, sino glamurosas. Hubieran supuesto una gran avanzadilla para todas ellas».
Balmori recuerda que eran unos filmes «muy vivos y dinámicos», que apenas duraban 60 o 70 minutos y en los cuales se «concentraba la acción». Poseían unos «diálogos ametrallados, muy ingeniosos. Respiraban libertad. Eran incluso más libres que el cine de hoy. No había buenos o malos. Las películas no se posicionaban hacia ningún personaje. Solo te mostraba la acción».
Cuando se le pregunta por la corrección política actual, Balmori apunta enseguida que «el Código Hays era una norma escrita; hoy no hay un código escrito», pero que siguen habiendo «grupos de presión»: «Antes era federaciones conservadoras. Hoy son otros. Ahora se supone que tienes toda la libertad, pero amparados en esa libertad se aplica la censura. Antes, la gente se tomaba en broma la censura. Hoy no puedes ni eso. Hoy hay una censura no reglada, pero es una censura efectiva y tan intransigente como la de antes».