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Jean-Luc Leleu rompe con todos los mitos de Normandía: los nazis perdieron por torpes y mentirosos

El especialista en la Alemania Nacional Socialista publica un ensayo en el que denuncia una rareza en la historia: se impuso buena parte del relato de los vencidos
Fotografía que muestra a tropas de la Alemania nazi durante su rendición en el Desembarco de Normandía
Fotografía que muestra a tropas de la Alemania nazi durante su rendición en el Desembarco de NormandíaEjército de los Estados Unidos

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Hitler dijo aquello de que Alemania "será una potencia mundial o no será". Hoy, desde luego que lo es; sin embargo, ese país que él imaginó no pudo ser. Todos sus delirios de grandeza se fueron por donde vinieron, y de paso, el Führer desapareció con ellos en su búnker.  
Hacía ya varios meses, años, se dice que desde 1942, que los nazis sabían que su plan no iba a ningún lugar. La intromisión de Estados Unidos en el conflicto terminó de desequilibrar una balanza que viviría en el Desembarco de Normandía (6 de junio de 1944) su punto de inflexión definitivo.
Hasta ahí acude Jean-Luc Leleu para analizar en 'La Wehrmacht en Normandía' (La Esfera de los Libros) "cómo el ejército alemán fue derrotado por los Aliados", que reza el subtítulo del ensayo. El especialista en historia política y militar de la Alemania Nacional Socialista resumen en unas pocas palabras lo que tantas páginas ha llenado a lo largo de la historia: "La respuesta de la Wehrmacht a la 'operación Overlord' resultó un despliegue de heroísmo inútil, crueldad innecesaria y una infinidad de errores que cambiaron el destino de Europa".
Durante doce semanas, 640.000 soldados alemanes se enfrentaron a dos millones de aliados
Presenta así un libro que, avisa, "no es la historia de una batalla". Está más cerca de considerarse "un estudio de historia militar", aunque es, fundamentalmente, "un trabajo de historia social aplicado a la guerra. Pretende explorar el funcionamiento social de la Wehrmacht nacionalsocialista con el fin de esclarecer las actitudes de sus miembros".
Leleu destaca que busca conocer a los protagonistas de un ejército de 640.000 soldados que, durante las doce semanas de Normandía, se enfrentó hasta a dos millones de combatientes aliados. "Se trata de poner al hombre en el centro del análisis, no por facilidad narrativa, sino para cuestionar la parte de humanidad que hay en la historia. Básicamente, la guerra y su violencia son organizadas por el Estado, pero ejecutadas por la sociedad. Por lo tanto, la historia militar debe entenderse primero como una historia de la sociedad en guerra", señalan las primeras páginas del libro.
Celebra el historiador que la batalla de Normandía haya sido abordada desde prácticamente todos los puntos de vista posibles, aunque lamenta los "lugares comunes heredados de la guerra y las leyendas forjadas". Pide "olvidarlos" y dar de lado a la propaganda nazi que "sigue alimentando nuestra imaginación": "La población alemana tuvo poco que ver con la masa fanatizada que se representaba en las noticias del régimen −continúa−. La leyenda de una Wehrmacht que habría mantenido las manos limpias en la guerra de Hitler es una falsificación de la historia. Las Waffen-SS no eran el temible cuerpo de élite que se creía. Y, como la batalla de Kursk (julio de 1943), mitificada tanto por los antiguos generales alemanes como por los análisis que se hicieron durante la Guerra Fría, la historia de la batalla de Normandía merece ser despojada de sus oropeles".
Imagen del Cementerio Americano de Colleville-sur-Mer, junto a la playa de Omaha
Imagen del Cementerio Estadounidense de Normandía, en Colleville-sur-Mer, junto a la playa de OmahaDavid Vincent AP
El ensayo se sorprende por la anomalía histórica de que el relato ha sido influenciado por la visión de los vencidos. "Por lo general, ocurre lo contrario". ¿Por qué? Responde Leleu en su obra: "Los historiadores de la Segunda Guerra Mundial se beneficiaron muy pronto de un maná aparentemente inesperado. En su loable preocupación por un enfoque más equilibrado de las operaciones, el Servicio Histórico del Ejército de los Estados Unidos impulsó un importante trabajo de escritura en el que participaron antiguos oficiales alemanes entre 1945 y 1961".
Para Leleu, ni Anthony Beevor se libra de esa "contaminación", pues aprovecha casi exclusivamente toda esa documentación para reconstruir la perspectiva del bando alemán. No obstante, no llama a rechazar dicho material, sino a "no olvidar su sesgo".
"Aceptados a menudo sin mirada crítica alguna, estos relatos contienen muchos errores, comenzando por la idealización profesional de un ejército alemán que habría sido incomparablemente superior a los ejércitos de conscriptos de los Estados democráticos. Incluso antes de comenzar su fructífera colaboración con el ejército estadounidense, el general Halder se sorprendió en el verano de 1945 por la admiración que sus antiguos oponentes mostraban por la Wehrmacht: 'Esta gente nos toma por semidioses, incluso hoy. Esperan de nosotros cosas que nunca hubiéramos imaginado'".
Normandía inauguró las condiciones del combate que marcaron el último año de la IIGM
Entre las distorsiones, el historiador se refiere a la reputación profesional del ejército alemán. "Aparte de cualquier cuestión moral, la Wehrmacht se benefició [y todavía se beneficia en gran medida hoy en día] de una imagen muy favorable desde un punto de vista estrictamente militar". Sus éxitos durante las primeras campañas de la guerra y su capacidad de resistencia en la última parte del conflicto sirvieron durante mucho tiempo de referencia, especialmente durante la Guerra Fría. Sin embargo, la creciente intromisión de Hitler en la dirección de las operaciones, señala Leleu, por muy dañina que pudiera haber sido, no debe ocultar los errores achacables a los jefes militares. "Después de la guerra, estos descargaron las culpas sobre el dictador. Pero cada vez que las operaciones alemanas fueron sometidas a un análisis crítico, se consiguieron pruebas de la responsabilidad de los generales en los fracasos y en los errores cometidos".
A diferencia de los generales aliados, el cuerpo de oficiales alemanes derrotado se amparó en un corporativismo sin fisuras. Esta reserva dejó la impresión, "nunca realmente contestada" −defiende−, de una máquina de guerra cohesionada y férrea. "Podían surgir algunas controversias puntuales, pero las divergencias siempre acababan reducidas a un enfrentamiento entre profesionales contra un dictador omnipotente. Aún hoy, esta imagen permanece sin revisar completamente".
"El análisis de la rebelión contra órdenes consideradas absurdas o imposibles de ejecutar conduce a estudiar el lugar de la mentira en las relaciones sociales de un ejército. En el momento de los combates más desesperados del último año de la guerra, estas mentiras fueron más necesarias que nunca en el seno de la dictadura nazi para prolongar la lucha". De arriba abajo, alimentaron a las tropas con ilusiones para que mantuvieran sus posiciones y continuaran luchando; de abajo arriba, permitieron disfrazar los fracasos u ocultar los actos de desobediencia con informes falsos, omisiones y sofismas, cuando no se trataba de convertir en heroicas acciones que no lo eran.
Leleu asegura que Normandía inauguró las condiciones del combate que marcaron el último año de la Segunda Guerra Mundial: "Una lucha totalmente desequilibrada, pero continuada contra toda lógica por la dictadura nacionalsocialista a costa de inútiles hecatombes".