Canibalismo en el Ártico
Un artículo arroja luz sobre la expedición de John Franklin en 1845: se han hallado restos de un oficial cuyo cuerpo fue consumido por
sus compañeros
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El siglo XIX fue un período extraordinariamente fértil para el avance del conocimiento geográfico. Tanto desde la perspectiva más científica, pues Alexander von Humboldt y Carl Ritter plantaron las semillas de la institucionalización de la disciplina que prosiguieron otros tantos excelentes geógrafos, como también desde el plano del avance del conocimiento del globo. Son innumerables los viajes y exploraciones, ya sean aventuras individuales o patrocinadas por sociedades geográficas o gobiernos, que definen a todo un período. Esta fiebre nos ha dejado relatos absolutamente increíbles de esfuerzo y superación consustanciales a una revolución industrial insaciable en busca de materias primas y nuevos mercados y en directo correlato con los terribles fenómenos contemporáneos del imperialismo y el colonialismo.
Una de las exploraciones más ansiadas y perseguidas fue la búsqueda del paso del Noroeste. Es decir, la ruta que circunnavegaba el extremo norte norteamericano que, en imitación a lo que hicieran Magallanes y Elcano en el sur del continente, alcanzara Asia. Los intentos desde el siglo XVI fueron numerosos, como los protagonizados por Juan Caboto y Martin Frobisher, bajo la bandera inglesa, o el neerlandés Willem Barents, aunque todos resultasen infructuosos conforme las terribles condiciones climáticas que suponía la navegación por el Ártico.
Sobre una de los más famosas tentativas, la expedición de John Franklin, discurre el reciente «Identification of a senior officer from Sir John Franklin’s Northwest Passage expedition», artículo escrito por Douglas R. Stenton, Stephen Fratpietro y Robert W. Park, investigadores de la canadiense Universidad de Waterloo y de la empresa Paleo-DNA Laboratory, y publicado en el «Journal of Archaeological Science: Reports».
Franklin, marino desde la más tierna infancia y veterano de la batalla de Trafalgar, protagonizó diversas exploraciones en el Ártico antes de que en 1845 el gobierno británico le encomendase un nuevo asalto a la ruta del paso del Noroeste. Lideró una expedición de dos navíos ya empleados en misiones exploratorias similares, el HMS Erebus que él mismo capitaneó con James Fitzjames como su segundo, y el HMS Terror, comandado por el también veterano Francis Crozier. Unos nombres que, ciertamente, preludiaban el funesto destino de esta expedición. Tras zarpar de la localidad inglesa de Greenhite en mayo de 1845, quedó atrapada un año después en las aguas heladas de la Isla del Rey Guillermo, falleciendo el mismísimo Franklin el 11 de junio de 1847, al igual que otros ocho oficiales y quince marinos. Los 104 supervivientes abandonaron los bajeles e intentaron alcanzar por tierra la seguridad que esperaban obtener en el canadiense río Back. Ninguno lo consiguió.
Seis años después, el explorador John Rae averiguó el destino de los miembros de la expedición al parlamentar con unos inuit locales. En el apasionante relato que le brindó a la Real Sociedad Geográfica de Londres, relata cómo estos nativos, que los describieron como unos «kabloonas», el nombre dado por los inuit a los forasteros, les dijeron que murieron de hambre. Así, indica Rae, «algunos de los cuerpos estaban en tiendas, otros estaban bajo un bote, que había sido volcado para formar un refugio, y otros yacían esparcidos en diversas direcciones […] se supone que uno era oficial, pues tenía atado a su hombro un telescopio y yacía a sus pies una escopeta de dos cañones». Aún más, «a partir del estado mutilado de muchos de los cuerpos, y los contenidos de sus recipientes, resulta evidente que nuestros desdichados paisanos recurrieron a la alternativa más terrible para sustentarse». Es decir, los inuit acreditaron la práctica del canibalismo por los desafortunados integrantes de la expedición.
El artículo de Stenton, Fratpietro y Park es el último de una larga lista de investigaciones destinadas a esclarecer el destino de la expedición Franklin y a identificar los restos mortales de sus miembros. Para ello, reclutaron a un grupo de descendientes directos de los miembros de la expedición para realizarles la prueba del cromosoma Y con la que contrastar los análisis de ADN que realizaron sobre los restos de trece individuos hallados en 1993 en la bahía Erebo, a menos de 50 kms. del punto donde falleció Franklin. De este modo, a través del análisis de una mandíbula han podido identificar los restos mortales del comandante James Fitzjames, segundo de a bordo en el Erebus, que fue sometido a canibalismo postmortem al igual que otros tres fallecidos encontrados en el mismo lugar, como lo demuestran las incisiones halladas en sus restos.
Esta identificación, y la constatación de canibalismo, permiten a los autores discurrir interesantemente sobre las dinámicas del liderazgo establecido entre los supervivientes pero también, en sus palabras, «muestra que ni el rango ni el estatus fueron los principios regentes en los finales y desesperados días de la expedición». Paradójicamente, todo sea dicho, la misión de Franklin acabó por jugar un papel en el hallazgo del paso del Noroeste, puesto que Robert McClure finalmente lo logró en el año 1850 mientras investigaba el destino de la expedición del primero.