Quién es Sergei Krikalev, “el último ciudadano soviético”... Abandonado en el espacio tras el colapso de la Unión Soviética
Krikalev había estado 312 días en el espacio y dio 5.000 vueltas completas a la Tierra. “Fue muy placentero regresar”
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La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o URSS fue el último gran imperio en desmoronarse. Era el día de Navidad del año 1991, el secretario general del Comité Central del Partido Comunista y Presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov se dirige a todos los ciudadanos para comunicarles su decisión de renunciar.
Las reformas que puso en marcha durante su mandato no fueron suficientes para arreglar los muchos problemas endémicos que venía arrastrando la Unión Soviética desde el mismo momento de su creación, hacía 74 años. A diferencia de lo que hizo Deng Xiaping en China, Gorbachov no sólo introdujo apertura económica (perestroika), sino que también permitió una tímida apertura política (glásnot) que degeneró en diversos procesos pseudo revolucionarios en las 14 naciones ocupadas que integraban la Unión.
El golpe de gracia al país más grande del planeta se lo había dado un grupo del ala más dura del Partido Comunista, que había intentado dar un golpe de Estado contra Gorbachov unos meses antes. Concretamente, los días 19 y 21 de agosto de ese mismo año. Aunque no tuvo éxito, aquel golpe evidenció las desavenencias y la debilidad del imperio comunista... y aprovechando esta tesitura, las diferentes naciones que formaban la Unión fueron desgajándose del proyecto común.
Un día después de la renuncia de Gorvachov, el 26 de diciembre de 1991, el Soviet Supremo reconoció la extinción de la Unión Soviética, la hoz y el martillo fue arriada definitivamente del Kremlin, y se decidió que Rusia asumiría -a partir de entonces- los compromisos y la representación internacional del desaparecido Estado.
Y mientras tanto en el espacio...
Aquella noticia impactó con fuerza en todo el mundo, porque suponía el fin definitivo de la Guerra Fría... el fin de la división del planeta en dos bandos política, económica y culturalmente irreconciliables. Sin embargo, mientras todo esto sucedía en la superficie terrestre, en el espacio las cosas se vivieron de una forma sustancialmente diferente.
El astronauta Sergei Krikalev esperaba noticias desde la estación espacial MIR, pero la única respuesta que recibía de sus compatriotas (entre ellos de su esposa, Elena Terekhina) era: “todo está bien”. Lo último que querían es que la noticia del incendio político que se estaba viviendo en su país, creara desazón en el cosmonauta y en su compañero, Aleksandr Volkov. Sin embargo -y aunque no fuese consciente de ellos- estas noticias tuvieron mucha influencia en cómo evolucionó su misión.
Krikalev pudo enterarse de cómo Gorbachov estaba perdiendo el control de su país gracias a las comunicaciones por radio que mantenía con los radioaficionados occidentales. “Para nosotros era algo inesperado, no entendíamos lo que pasaba”, recuerda el propio Krikalev en un documental de la BBC llamado “El último ciudadano soviético” (1993). “Con la poca información que nos daban, tratábamos de tener el panorama completo”, sentenciaba.
Demasiado tiempo en el limbo
El viaje de Sergei Krikalev había comenzado el 18 de mayo de 1991, con el lanzamiento de la nave Soyuz desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán). En un principio, su misión no iba a representar demasiadas complicaciones (dentro de lo que cabe) y se limitaría a un total de 5 meses; pero la disolución de la Unión Soviética hizo que las cosas se le complicasen bastante al astronauta.
La base de la que había partido y donde tendría que aterrizar, ahora pertenecía a un país soberano e independiente... uno además que no guardaba buenas relaciones con el Gobierno ruso. Un Gobierno además que estaba demasiado ocupado con otros asuntos para preocuparse de un hombre que está orbitando a 400 kilómetros de la superficie terrestre.
Habían llegado tres nuevos cosmonautas, pero ninguno tenía la preparación necesaria como para sustituirle al mando de la estación MIR, así que se le planteó un debate crucial: ¿debía quedarse en el espacio en el cumplimiento de su deber, tal y como le habían pedido?, ¿o debía regresar a tierra y dejar que otro le sustituyera, lo que podría poner en riesgo la misión?.
A primera vista puede parecer una decisión sencilla, pero alargar demasiado su estadía en el espacio podía tener consecuencias imprevistas en su salud, porque aquello sometería a su cuerpo y a su mente a mucha presión... con efectos que aún a día de hoy no se conocen completamente.
Según la agencia espacial estadounidense (NASA), permanecer demasiado tiempo en el espacio puede producir cáncer o algún tipo de enfermedad degenerativa debido a la larga exposición a la radiación y a la degradación del sistema inmune, así como la pérdida de masa muscular y la degeneración ósea debido a por la falta de gravedad. Y mentalmente tampoco es fácil, porque se pueden desencadenar muchos problemas psicológicos, como cambios del comportamiento o la pérdida del ánimo (sobre todo cuando te enteras de que tu país natal ha sido disuelto).
“¿Tendré la fuerza suficiente, podré reajustarme a una estadía más larga?… Tuve mis dudas”, recuerda el cosmonauta. Por fin, Krikalev tomó su decisión y optó por quedarse a guardar la estación MIR... orbitando constantemente alrededor de la Tierra.
Finalmente, las autoridades kazajas dieron su brazo a torcer y permitieron que se usase la base de Baikonour para traer de vuelta a los astronautas de la estación MIR y se envió a un sustituto para reemplazar a Krikalev. Así, el 25 de marzo de 1992, Krikalev y Volkov pudieron regresar sanos y salvos a la Tierra, a un país diferente... uno que había cambiado de nombre, de bandera y de instituciones. El viaje de vuelta, que había sido financiado por Alemania lo transportó a otro mundo, uno en el que su ciudad natal, Leningrado, ahora se llamaba San Petesburgo y su sueldo como ingeniero de vuelo en una Estación Espacial no alcanzaba ni siquiera para comprar un kilo de carne.
En total, Krikalev había estado 312 días en el espacio y había dado 5.000 vueltas completas a la Tierra. “Fue muy placentero regresar, a pesar de la gravedad que teníamos que soportar, nos liberamos de una carga psicológica”, dijo el cosmonauta.