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"Doña Francisquita": cuando los judíos que huían de Hitler aprendieron zarzuela

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La zarzuela, como la bandera o la misma idea de patriotismo, ha sido víctima de esa reacción pendular violenta que ha experimentado la España del último siglo. Pero del mismo modo que a un Azaña se le llenaba la boca con la palabra España (la misma que sus presuntos epígonos republicanos, esos que en el fondo solo creen en una República exclusiva de izquierdas, han enmascarado bajo la fórmula de «Estado español»), el «género chico» gozó de una salud vibrante durante los años previos a la Guerra Civil. La zarzuela, como los toros, no era de izquierdas ni derechas ni de arriba ni de abajo. Pero tras el franquismo, todo lo casposo y residual se asoció a esta expresión autóctona y los aires populares que coreaban los españoles de los años 30 pasaron a ser poco más que himnos fascistas. Buena prueba de la aceptación anterior a Franco del género es la exitosa adaptación al cine de «Doña Francisquita» (del compositor catalán, sí, Amadeu Vives), que se llevó a cabo en 1934 y fue un éxito colosal, siendo la tercera cinta que estuvo más tiempo en cartelera ese año. La Filmoteca junto con el Teatro de la Zarzuela presenta esta noche a las 22.00 horas en el cine Doré una copia restaurada de este clásico (en 1952 el gran Ladislao Vajda también llevó a cabo una adaptación) que permite, entre otras cosas, desmontar el mito del machismo generalizado de la zarzuela. Y es que «Doña Francisquita» cede el protagonismo a la mujer y pone en juego su capacidad de seducción y deseo en una época en la que el hombre seguía siendo el referente incólume de la sociedad. Apenas hacía dos años que en España se había aprobado el divorcio, lo que se refleja en la actitud de las tres protagonistas de la cinta. Pero, además, plantea una curiosa colaboración entre la magra industria española del cine y los técnicos formados en la más potente industria alemana. Concretamente, «Doña Francisquita» fue producida por Ibérica Films, un sello lanzado por el político catalán Mariano Rubió i Tudurí junto con los capitalistas David Oliver y Kurt Flatau, judíos alemanes que buscaron refugio en España tras el ascenso del nazismo y el recrudecimiento de la política segregacionista. En Cataluña, en España, encontraron un espacio de expresión y creatividad que les era cada vez más imposible en Alemania. Más allá de los actores, el equipo técnico de esta zarzuela estaba compuesto por emigrados alemanes, empezando por Hans Behrendt, director de la cinta. Pero esta colaboración, digamos, intercultural fue fugaz. La Guerra Civil y el posterior regimen de Franco (que estrechó alianzas fílmicas con Hitler; véase «La niña de tus ojos) dieron al traste con unas sinergias que quizás (ahí está el ejemplo hollywoodiense) hubiesen revitalizado nuestro cine. Aquellos judíos efímeros de la industria que lustraron nuestro «género chico» no tuvieron buena fortuna. Behrendt, sin ir más lejos, emigró a Francia, donde fue apresado por los nazis tras la invasión del país galo. En 1942 murió gaseado en Auschwitz.