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Crítica de "La zona de interés": terror ciego ★★★★★

Dirección y guion: Jonathan Glazer, según la novela de Martin Amis. Intérpretes: Christian Friedel, Sandra Hüller, Freya Kreutzkam, Max Beck. Estados Unidos, 2023. Duración: 105 minutos. Drama.
Un fotograma de "La zona de interés"
Un fotograma de "La zona de interés"Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Pocas veces el fuera de campo ha dejado el adentro, las entrañas del plano, tan impregnadas de lo que no vemos, de lo que es indecible e inimaginable. En la extraordinaria “La zona de interés”, la influencia aurática de todo lo que está más allá de la imagen se manifiesta con una insistencia sólida, perturbadora: las columnas de humo anaranjado, las cenizas, los disparos, el murmullo industrial de la fábrica de la muerte que comparte muro con el jardín de la familia Höss, que cocina y riega las flores a espaldas de Auschwitz.
Si el rigor con que Jonathan Glazer trabaja su puesta en escena puede resultar rígido y hermético, es porque su película es la crónica de cómo se vive en un búnker, un espacio que significa en sí mismo la negación de otro y, por extensión, la aniquilación de una verdad histórica. En ese sentido, el dispositivo que el director de “Under the Skin” ha utilizado para rodarla -un sistema de cámaras ocultas instalado en lugares estratégicos de la casa de los Hoss- no puede resultar más coherente, porque traduce la vida cotidiana de esta familia nazi al lenguaje de la hipervigilancia, y proyecta su automatismo, su ceguera, en la pantalla de una enfermedad contemporánea.
Es la venganza de Glazer: convertirlos en ratas de laboratorio en un laberinto blanco, dando vueltas y vueltas sobre una rueda que nosotros, que ya lo sabemos todo, ponemos en marcha con nuestra mirada. En ese Gran Hermano del horror vacui hay un reverso negativo, que, en este mundo de moral inversa, será un arrebato de esperanza, aunque esté filmado con cámaras térmicas, y parezca una fotografía mal revelada. Es una imagen de generosidad en una película negra como el hollín, tanto como el largo plano que la inaugura. Nunca un color había sido tan elocuente.
Lo mejor:
Hacer presente los horrores del Holocausto condenándolos a un fuera de campo que ilustra con exquisito rigor la banalidad del mal.
Lo peor:
Parece hecha con escuadra y cartabón para ganar premios en festivales (como, de hecho, ocurrió en Cannes, donde obtuvo el Gran Premio del Jurado).