En el caso de un actor como
Richard Gere, cuesta disociar su objetiva belleza de su, a veces, infravalorado talento y tal vez parte de la culpa de esa vinculación inevitable resida en la cantidad de papeles interpretados a lo largo de filmografía en los que su físico elegante, asentado, distinguido, irresistible, adquiría un lugar protagonista en la configuración del personaje. Títulos como «Oficial y caballero», la extraordinaria «Días del cielo» de Terrence Malick, «Pretty Woman», «Vivir sin aliento», «Cotton Club» de Coppola, «Chacal» o la emblemática «American Gigolo», le confirieron al estadounidense una vitola de sex symbol que ahora, veinte años después de consagrarla de la mano de Paul Schrader sigue, voluntaria o involuntariamente, sin poder quitarse. «Lo cierto es que no he notado ninguna diferencia a la hora de trabajar con Paul después de tantos años. La única realidad es que los dos somos más mayores, creo que los dos tenemos más seguridad en lo que hacemos. En este momento él escribe muchos guiones independientes, sabe perfectamente cómo quiere que sea la estructura, cómo ajustar el presupuesto... El casting por ejemplo lo sigue haciendo de la misma manera, elige un actor y le deja absoluta libertad para que ejerza su trabajo y en este caso, es lo que hemos hecho. Es verdad que en esta película yo aparezco a veces más joven y otras más viejo y tuvimos que descubrir cómo lograrlo de manera eficaz, con una agenda de rodaje muy apretada. No podía estar tres horas en maquillaje para parecer que me estaba muriendo porque no teníamos ese tiempo así que lo redujimos a una hora», reconoce sereno el actor en
entrevista con LA RAZÓN durante la presentación de su último e intrincado trabajo en «Oh, Canadá». Un personaje de ficción
Una historia de memoria y culpa donde Gere se reencuentra con Schrader después de «American Gigolo» para ponerse en la piel de un prestigioso documentalista, Leonard Fife, que intenta en sus últimos días de vida, envejecido y enfermo, redimirse de una trayectoria y apariencia construidas sobre mitos y engaños durante uno de los momentos más oscuros de Estados Unidos confesando la verdad oculta de su existencia delante de la transparencia escrutadora de una cámara y de la atónita mirada de su mujer (Uma Thurman). Un par de meses antes de iniciar el rodaje de esta cinta que pasó por la última edición del Festival de Cannes, el actor perdió a su padre. «Estaba en un momento emocional muy profundo. Todavía me encontraba en un estado muy ‘‘rico’’ a la hora de aprovecharlo interpretativamente y Paul exactamente igual, porque Russell Bunks –el autor de la novela «Los abandonos», en la que está basada la película– se acababa de morir y era muy amigo suyo. Los dos nos encontrábamos en un momento muy tierno», reconoce.
Uno de los elementos principales sobre los que Leonard Fife construye la narración de su pasado es la culpa. ¿De qué cosas se arrepiente a día de hoy Richard Gere?
Creo que la culpa es algo que nos conecta a todos. Todos la sentimos, todos la vivimos, todos la padecemos en algún momento de nuestra vida. De lo que más me arrepiento es de haber hecho daño a alguien o no haber tenido a lo mejor la sensibilidad que requerían determinadas situaciones en un momento dado. Incluso recordando episodios de hace muchas décadas, de hace cincuenta años, sigo pidiendo perdón por ellos, asumiendo que no me porté bien o no lo gestioné de la manera correcta. Nunca es demasiado tarde para pedir perdón. No creo de todas formas que Leonard Fife sea ese tipo de persona que pide perdón. Más bien está pidiendo «conóceme» «entiéndeme», que es muy diferente.
Envuelto en una marea de contradicciones oníricas que de forma tramposa pueblan su memoria, el protagonista de «Oh, Canadá» se interroga durante el transcurso de esta historia densa y de digestión pesada, sobre la creación de un personaje de ficción que la gente cree conocer pero que solo él sabe que no se corresponde el auténtico. «¿Puedo existir de otra forma que no sea a través del personaje de ficción?», introduce Gere sobre las complejidades de Leonard antes de preguntarse «¿somos personajes de verdad o somos personajes de ficción que nos vamos inventando cada día? Tiendo a pensar que somos más lo segundo. El ‘‘yo’’ es un proceso muy fluido, nada estable». Y así, entre reflexiones trascendentes, desmitificaciones y miradas magnéticas, el actor, recién instalado en nuestro país, se despide asegurando que está ansioso por trabajar con directores españoles. Y nosotros de que lo haga.
FILMA, MEMORIA (Sergi Sánchez)
Es una idea hermosa: el cineasta que se ha pasado la vida filmando la verdad del mundo, buscando la verdad de las imágenes, solo puede revelar la suya cuando es a su vez filmado. Pero ¿podremos confiar en esa verdad, que es la de la memoria de un hombre que quiere explicarse a sí mismo pero que quizás, confundido, miente, inventa, imagina? Paul Schrader adapta la última novela Russell Banks, «Los abandonos», haciéndonos conscientes del desfase de quien recuerda (Richard Gere, aquí un documentalista de prestigio al borde de la muerte) y su proyección en el pasado (Jacob Elordi, al que no se parece físicamente) para tal vez poner en duda su relato, que cambia de formato sugiriendo nuevos estados de ánimo que podrían hacer variar el tamaño de los agujeros negros de su biografía. Quizás porque la búsqueda de redención del protagonista nunca es del todo diáfana «Oh, Canadá» se nos aparece como una película más deslavazada, más descuidada en su estructura, menos sólida dramáticamente, y que ignora por completo las posibilidades metafóricas de la profesión de su protagonista: no acabamos de creernos que Gere ha sido un cineasta que ha forjado su reputación con la realidad como materia prima, y eso debilita su voz al construir la ficción de su vida a partir de sus recuerdo. Más decepcionante que crepuscular.