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Boadella: «Tres cuartas partes de la obra de Picasso son una mierda»

El director aparca la lucha en Tabarnia para regresar a los Teatros del Canal con su nueva ópera, «El pintor», donde desmitificará la vida y obra del autor del «Guernica», «un Atila en miniatura que dio una puñalada mortal al arte».
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El director aparca la lucha en Tabarnia para regresar a los Teatros del Canal con su nueva ópera, «El pintor», donde desmitificará la vida y obra del autor del «Guernica», «un Atila en miniatura que dio una puñalada mortal al arte».
Habla Boadella (Barcelona, 1943) y sube el pan. Escribe una ópera sobre Picasso y no duda en poner en valor «la mano de oro», dice, del artista, «uno de los grandes dotados de la historia de la pintura, con una facilidad y una gracia especial». Pero eso es solo una parte de la obra total del malagueño: «Porque las otras tres cuartas partes son, perdonen la palabra, una mierda. Es la descomposición absoluta», zanja. No hay término medio con Albert Boadella. Los pelos ni se insinúan en su lengua. Ni están ni se esperan.
Es Pablo Ruiz Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973) el absoluto protagonista de la ópera que estrena el día 8 en Canal –en colaboración con el Teatro Real–, «El pintor», un repaso por la vida y obra de un autor al que considera «excesivo» y gran mito de los «pijos del mundo occidental». Esos a los que se les llena la boca con tres palabros que encrespan al aquí libretista y director de escena: contemporáneo, «lo es todo el mundo siempre que no esté muerto»; vanguardia, «habría que esperar 200 años para ver si es tal»; y modernidad, «un término insoportable y tedioso», desmenuza. «Palabras vacías» que le llevaron a esta pieza iniciada como un musical, porque «el argumento lo pedía», pero obviado finalmente por la «ligereza» del género. Decantándose así por una ópera –a la que pone partitura el compositor Juan J. Colomer y coreografía Blanca Li, a la que «ha vuelto loca», ríe la bailarina–, «que le da una mayor profundidad y porque es la forma más completa y artística del teatro. De hecho, el teatro actual es muy árido y por eso me he retirado».
Vender el alma
Así, sitúa a un Picasso (interpretado por Alejandro del Cerro) «flipado» por el éter en un barracón de madera frío, sin un franco y tan desesperado como consciente de ser un hombre genial: «Vendería mi alma por tener cierta notabilidad y dinero», clama delirante. Mefisto (Josep Miquel Ramón), siempre al acecho, escucha la súplica y acude a su ayuda, con la que, como buen subordinado de Satanás, le dará una puñalada mortal a su arte.
–¿Qué consigues con esto?, pregunta Picasso.
–Simplemente crear el caos, responde el demonio.
Utiliza Boadella este encuentro como metáfora del cambio del bien al mal y para abrir el primer acto. «Es el aburrimiento de los superdotados –defiende–. Llega un momento, a veces cuandro eres joven, otras cuando ya eres mayor, en el que uno puede seguir profundizando en el mundo del arte o declinarse hacia un camino más sencillo: el del oro y la fama, lo que ahora llamamos comercialización. Por diferentes circunstancias, al hombre le interesa tener más dominio, ser el más preciado y el mejor pagado». Por eso, para justificar el principio de la especulación de la obra de Picasso, recurre al lado diabólico de Mefisto: «Arrasando la belleza derrocamos la moral. Nadie nació dotado para desbaratar lo bello y solo la mano sublime con ponceñosa mirada puede inventarse la nada. Gloria al más grande», recita el capturador de almas.
Pone fin así a un arranque de carrera «formidable en su primera época», aunque luego, «incluso en las mierdas, hay algo de gracia, porque no puede renunciar a lo que es, un dotadísimo pintor», analiza Boadella. Después llega el caos que anticipaba el mal y que horroriza al director catalán: «Podemos ver toda clase de disparates. El desastre. Es la destrucción de la intensidad de la obra, su industrialización. Hacer cinco, diez o veinte obras diarias es una frivolidad; genial desde el punto de vista financiero, pues el mercado se rindió exaltado y eufórico ante él, pero en cuanto a la creación no lo es tanto. Ya no era el valor formal y emocional de la obra sino la pura especulación comercial dictando el camino de lo valioso y lo desechable –continúa–. Con su prodigiosa astucia y el apoyo fiel de sus cofrades políticos logró ser ensalzado por los medios como el genio supremo. Fue el hombre anuncio de sus propios éxitos pero la culminación de su gloria llegaría con la apoteosis de lo monstruoso. Un aquelarre de formas descarnadas y desmedidas regodeándose en un delirio de feísmo». Lo que resume en el libreto: «Buscando siempre el atajo has esparcido en el mundo el espantajo».
Continuará la trama con un segundo y un tercer acto en los que, respectivamente, se muestra la notabilidad del artista y donde, ya desde otro mundo, podrá ver las consecuencias positivas –«la continuidad de su obra»– y negativas –«Pollock llegaría a vender más caro que él»– de su vida.
Pero Boadella tiene para todos y, en ésas, también mira al Reina Sofía, contenedor de la tradición más picassiana: «Es el ejemplo de esa catástrofe general en la cual la pintura como tal desaparece. Son otras cosas, son juegos, son fotografías o son lo que sea y, entonces, el elemento financiero es el que cuenta». Y, como muestra, señala al «Guernica», «un grafiti bien hecho con la fuerza que le da la historia franquista que lleva detrás». Es Boadella en estado puro, pero no es un provocador, advierte, «eso son memeces publicitarias. Lo esencial en mi profesión es cuestionar los mitos sociales, personales y místicos y, a la vez, fortalecer otros desconocidos. Los artistas no somos gente de consenso. Somos apasionados de nuestras ideas y nuestro arte».
Pintura y música
En cuanto a la partitura, Colomer señala que «comienza con un lenguaje bastante tradicional, reminiscente de los periodos impresionista francés y nacionalista español, con apuntes musicales secos en clara alusión a la afición taurina que Picasso arrastró durante toda su vida». Y continúa: «A medida que la pieza va avanzando y el arte de Picasso va pasando por diversos periodos, la música va incorporando elementos más modernos y adaptándose a la realidad pictórica, utilizando, por ejemplo, una deconstrucción rítmica para emular el cubismo». Al revés que el tratamiento vocal, que se mantiene «relativamente inalterado a través de toda la ópera», y la elección de un lenguaje más consonante que atonal, «deliberado porque Picasso, a pesar de evolucionar su pintura desde el realismo más tradicional hasta convertirse en el impulsor del modernismo, nunca llegó a hacer arte abstracto», cierra el compositor.
Es la propuesta de «El pintor» que Albert Boadella presenta en tres funciones para desmitificar a Picasso, con el que, al contrario que le ocurrió con Dalí –«con quien siento más afinidad»–, ha disfrutado «viendo cómo podía argumentarlo todo». Un mito caído al que define como «un Atila en miniatura; por donde pasó no volvió a crecer la pintura».