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La Biblia: un libro entre la fe y la historia

John Barton publica un extenso libro donde saca a la luz todo lo que ignoramos del libro de libros y cuenta detalles reveladores, como que ignoramos quiénes escribieron los Evangelios y cómo la tradición judía y la tradición oral han influido en el mensaje cristiano que nos ha llegado
"The Codex Sassoon", el manuscrito más antiguo que contiene todos los libros de la Biblia hebrea.
"The Codex Sassoon", el manuscrito más antiguo que contiene todos los libros de la Biblia hebrea.Europa Press

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Estas fechas están marcadas por El Nuevo Testamento y la tradición religiosa, pero ¿todo lo que conocemos sobre los libros sagrados, los del Antiguo y Nuevo Testamento? El historiador y religioso John Barton publica «Historia de la Biblia» (Ático de los libros), una obra sorprendente que revela que nadie conoce quiénes son con seguridad los autores de los cuatro Evangelios, ni quién escribió el Apocalipsis y que una de las grandes cuestiones del cristianismo es si los creyentes, antes de convertirse a la fe de Cristo, debían circuncidarse. «En el origen las tradiciones influyeron más en el cristianismo que la Biblia. Más que el Nuevo Testamento sea el fundamento del cristianismo, sería más correcto decir que la fe y la práctica cristianas son el fundamento del Nuevo Testamento», comenta el historiador.
Según explica en una entrevista, «los cristianos no podían apelar a las cartas de Pablo al principio y tampoco podían citar los Evangelios, porque aún no se habían escrito. Incluso el Antiguo Testamento regulaba la creencia cristiana hasta cierto, pero siempre fue la Biblia, sobre todo, leída por aquellos que intentaban dictaminar sobre lo que los cristianos debían creer o cómo debían vivir. Estos hombres, en su mayoría, ya «sabían» las respuestas a sus propias preguntas porque las leían en la Biblia. Antes de la Ilustración, no existía la idea de que la tradición cristiana pudiera entrar en conflicto con la Biblia. Cuando lo parecía, los intérpretes argumentaban que el texto significaba lo que ellos mismos asumían en su fe. De esta manera hasta la tradición determinaba cómo debía entenderse el texto».
Una de las grandes aportaciones que hace Barton es sobre los distintos tipos de cristianismo que existían en un principio, y que pueden deducirse de la lectura de los cuatro Evangelios, y que existió una particular querella que mantuvo en posiciones contrarias nada menos que a Pablo, Pedro y Santiago. «La gran cuestión del Nuevo Testamento es si los cristianos de procedencia gentil debían hacerse judíos para entrar en la Iglesia o no. La forma en que expresaban “hacerse judíos” era circuncidarse. Pablo afirmaba que los gentiles podían convertirse a la fe cristiana sin tener que asumir antes el judaísmo, mientras que otros maestros cristianos, a los que Pablo llama “el partido de la circuncisión”, se oponían a esa idea radical: entre ellos puede que estuvieran Santiago, el hermano de Jesús, y durante un tiempo Pedro». Al final, la disputa la ganó Pablo, pero siguió existiendo la creencia de que había «judaizantes» en el seno de la iglesia a los que había que rebatir. «No está claro si había muchas personas así, ya que la afirmación de que sí las había acabó proporcionando un elemento para defender la verdadera fe, que pronto llegó a considerarse opuesta al judaísmo o que, sin más, lo sustituía».

Asistencia al necesitado

Existen acuerdos unánimes sobre la expansión y el éxito del cristianismo. La razón esencial es que era accesible a todos, tanto judíos como gentiles, y que predicaba la caridad y la ayuda al próximo al impeler a que se asistiera siempre a los pobres y los necesitados. Algo extremadamente importante en una época donde la enfermedad, la muerte y el hambre estaban extendidos. Unas ideas que estaban apoyadas en los libros sagrados. Sobre todo, en los cuatro Evangelios. La cuestión es quién los escribió ¿Quién está detrás de ellos? Barton no duda en afirmar que «nadie sabe quién escribió los Evangelios» y aclara que «los nombres que hoy se les atribuyen no aparecen hasta el siglo II. Parece que originalmente fueron anónimos».
Después procede a aclarar que «Marcos, el más antiguo, de alrededor del año 65 d.C., se recopiló a partir de relatos y dichos de Jesús transmitidos oralmente. Mateo y Lucas son segundas ediciones alternativas de Marcos, y posteriores al año 70 d.C., cuando Jerusalén cayó en manos de los romanos. Se les añadiría luego parte de la tradición oral. Este material adicional aparece tanto en Mateo como en Lucas y se cree que procede de una fuente común perdida».
Una de las preguntas más recurrentes en este punto es el de San Juan. El historiador especifica que «este es aún más tardío y comparte pocos relatos de Jesús con los otros tres Evangelios. Se discute si cada Evangelio era sólo para uso local o si se pensó para todos. En el segundo caso, cada Evangelio debía sustituir a sus predecesores; en el primero, los cristianos no conocían los cuatro relatos de Jesús, que en algunos puntos se contradicen, curiosamente, sino sólo el suyo local. La movilidad de los primeros cristianos, atestiguada en los Hechos y por Pablo, puede hacer más plausible la idea de que los Evangelios estaban destinados a todos».
¿Y se sabe quién es el autor del «Apocalipsis»?
No, no se sabe, pero parece que fue alguien encarcelado en Patmos, lo que implica la persecución romana de los cristianos, por lo que probablemente vivió en el siglo II, o al menos más tarde que la mayoría de los demás libros del NT. Es improbable que fuera el apóstol Juan, y probablemente no el autor de las tres «Cartas de Juan» del Nuevo Testamento. Es evidente que se trata de un profeta o vidente real, o de un imitador literario que conocía las convenciones para describir una visión.
¿Y cuándo y dónde se escribieron los Diez Mandamientos?
Aunque se atribuyen a la época en que los israelitas vagaban por el desierto, los Mandamientos implican un entorno en el que las personas tienen casas y animales domésticos y cultivan, por eso tienen bueyes, trabajan la tierra, pero descansan del trabajo un día de cada siete. Esto no encaja con la vida de los nómadas. Así que la fecha más temprana para los Mandamientos sería en el siglo XI o X a.C., cuando los israelitas se habían convertido en una sociedad agraria sedentaria. Pero el solapamiento con la enseñanza moral de los profetas del siglo VIII (Amós, Oseas, Isaías, Miqueas) podría significar que también proceden del siglo VIII. Algunos eran lugares comunes en el antiguo Oriente Próximo y en la mayoría de las culturas, por ejemplo, «no robar ni asesinar», mientras que otros son culturalmente específicos. Por ejemplo, el sábado. La variación en la extensión de los Mandamientos y la inclusión de «cláusulas de motivación» sugieren que el texto ha sido editado y que originalmente era una lista más corta de enseñanzas morales, cada una de ellas de una sola frase.
Otra de las grandes cuestiones es la existencia de Moisés. Barton reconoce que no existen documentos históricos sobre él, «nada, excepto los textos claramente dependientes de la Biblia» y admite que es «imposible decir si existió. Nadie puede demostrar que no existiera, pero parece ser un héroe popular, al igual que todos los personajes de los primeros libros de la Biblia, en torno a los cuales se agrupaban las historias, como Robin Hood. Obsérvese que «Moisés» forma parte de un nombre egipcio. como Tutmosis, Ahmosis, lo que puede significar que su vínculo con Egipto se basa en la realidad, ya que en épocas posteriores ningún israelita lleva un nombre egipcio».
¿Cree que la Biblia tiene mucho que decir en un mundo dominado por la ciencia y la tecnología?
Como mínimo, no menos que otras grandes obras literarias del mundo premoderno. ¿Tienen mucho que decir los trágicos griegos, o Dante, o Shakespeare, o Cervantes en este mundo dominado? Creo que la mayoría de la gente diría que sí, y lo diría tanto la mayoría de los científicos como los demás. El argumento de en mi libro es que la Biblia no es menos merecedora de ese tipo de respeto: al igual que las obras de esos escritores es interesante, aunque para los lectores modernos a veces les resulte difícil. Para los creyentes cristianos o judíos hay una importancia adicional, pero, aunque soy sacerdote de la Iglesia Anglicana, considero que esa cuestión es diferente. Mi preocupación es abordar el «interés» de la Biblia como producto de la cultura humana. El problema es que, al saber que la Biblia es un libro «sagrado», la gente da por sentado, sobre todo si son escépticos respecto a la religión, que un libro así tiene que ser aburrido y que no merece la pena leerlo, mientras que no hacen lo mismo con otras obras literarias que acabo de mencionar. Con este libro no pretendo convertir a nadie a ninguna religión, sino hacerles ver que la Biblia es un libro fascinante y que su recepción a lo largo de los siglos también lo es.