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Alejandro Zambra: «Da la sensación de que hay que leer autoayuda para la paternidad y no es así»

El escritor chileno presenta su nuevo libro, «Literatura infantil», con el nacimiento de su hijo como telón de fondo
El escritor chileno Alejandro Zambra en Barcelona.
El escritor chileno Alejandro Zambra en Barcelona.Joan Mateu Parra Shooting
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Bajo el título de «Literatura infantil», el nuevo libro de Alejandro Zambra nos permite viajar a los rincones de la paternidad gracias a un relato en el que se funden géneros, entre ellos, el cuento y el diario. El autor de «Poeta chileno» ha estado estos días en Barcelona para participar en el festival En otras palabras que se celebra en CaixaForum Barcelona, además de tener el siguiente diálogo con este diario.
¿Este libro es, como dice, «nada más que un guion para esos lentísimos paseos del futuro»?
Hay un poema que para los chilenos es importante. Su autor es Enrique Lihn, que se titula «Monólogo del padre con su hijo de meses». Trata de una situación emocionante y absurda que es la de hablar a un hijo que no te entiende y luego esa superstición de que igual sí. Es más allá de la emoción, como dice la canción de Lennon. Esa sensación de que no quieres que crezca, pero también hay una imaginación del futuro muy vertiginosa. No son necesariamente consejos, pero sí corresponde a relatos que me gustarían que compartiéramos él y yo. El libro sí es un poco eso, ese vértigo del pensamiento de encontrar algo que se podría compartir. Nunca dudé que iba a escribir sobre la paternidad. Toda la vida he escrito sobre lo que va pasando. Otra cosa es publicarlo. Este podría haber sido un libro de 600 páginas (risas). Sí me di cuenta de que había cosas que coincidían con conversaciones previas con otras personas. Es un libro para
él, pero también para otros. En rigor, me gusta pensar que es sobre asuntos de los que vamos a conversar.
La obra se inicia como si fuera un diario de los primeros momentos de su paternidad.
El comienzo del libro para mí es muy significativo. No tenía claro que lo fuera a publicar. Lo que no sospechaba, quizá, es que la situación de la mecedora, la situación del apego, del estado de vigilia, le interesaba tanto a los surrealistas. Me refiere a ese momento en el que tienes a tu hijo en el pecho y ya comprendió esa primera decepción de que ahí no hay alimento. Puedes estar durmiendo o no, es como una especie de disolución presente. Surgieron muchas cosas que acabaron en el libro de alguna manera. Por ejemplo, esa segunda parte en la que recomienza tiene que ver con esa experiencia, esa vigilia. Es algo relacionado con el esfuerzo, con la fuerza física, pero también con la amistad entre hombres, la masculinidad, los ritos, las malas palabras, que los chilenos llamamos garabatos... Aparecieron esos matices. Así que la situación mecedora originó una escritura que pensé compartir.
En el libro recuerda que existen cartas dirigidas al padre, como es el caso de Kafka, o a la madre, como pasa con Simenon. Lo que ya no es tan frecuente es hallar en la literatura cartas al hijo.
Cierto. Hay un texto que me gusta mucho muy gracioso de Kafka. Además de «Carta al padre», hay una prosa larga titulada «Once hijos», un texto muy kafkiano –valga la redundancia– en el que un padre describe a sus once hijos. Además, se cierra inesperadamente. Me causa mucha risa la exageración de Kafka imaginándose padre de esos once hijos. Hace poco prologué una edición chilena de una obra en la que están los pensamientos y las ideas del primer ensayo de «Literatura infantil». Es un libro que publicó hace tiempo acá Anagrama y se titula «Veinte días con Julián y conejito», de Nathaniel Hawthorne. Es el diario de los veinte días que pasó este escritor solo con su hijo. En realidad, se trata de un registro muy fresco y divertido, completamente inusual en el contexto de los clásicos literarios de vida cotidiana. Claro, Hawthorne era un adelantado, alguien muy interesado en capturar la personalidad de un niño pequeño y que no cree en los castigos físicos. Él se queda solo con el niño porque su mujer se va, por lo que permanece allí mirándolo, de pronto abrumado, pareciéndole que habla mucho... Es un registro chistoso, como un regalo a su esposa. Es divertimento, muy refrescante. De pronto, da la sensación de que uno tuviera que leer autoayuda ante un tema como la paternidad, pero no es así.
¿En la paternidad vamos improvisando?
De pronto, en la crianza nos encontramos con dos escuelas, pero, otra vez de pronto, hay cinco escuelas opuestas o complementarias. Lo que deberíamos saber se nos escurre, se nos escapa. Necesitamos certidumbres. Más que las ganas de hacerlo bien está el pánico de hacerlo mal. Todos queremos hacerlo bien en estos procesos a la altura de lo que está ocurriendo. Hay, y es comprensible, una sensación de inutilidad de los hombres en general.
Se atribuye a Baudelaire que la literatura es una recuperación de la infancia.
Eso está en la propia literatura. ¿Por qué el discurso literario se vuelve tan serio? Parecemos antiguos hombres de negocios. La verdad es que hay algo indagativo que queremos nombrar así, con la palabra indagativo, para no hablar de juegos o de otras palabras que pensamos desprestigiadas, como lúdico.

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