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La homosexualidad reprimida de Eugenia Fedorovna

Fue la primera mujer en contraer matrimonio con otra mujer haciéndose pasar por hombre en la Rusia pre-represión
larazon

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Llevar una bandera LGTBI en Qatar puede suponer una pena de 7 a 11 años de cárcel. A pesar de esto, dos ex futbolistas del FC Barcelona dijeron hace poco que ese país es un lugar «abierto», mientras que España es un «Estado autoritario». Eso mismo decían los comunistas a pesar de que en la URSS la homosexualidad estaba penada desde 1933 con cinco años de cárcel y trabajos forzados. Lo mismo que hizo el Che en Cuba. El argumento era que la homosexualidad era un producto «importado» del capitalismo para destruir la virilidad revolucionaria del proletariado. No siempre fue así. Es el caso de Eugenia Fedorovna, que ha pasado a la historia como la primera mujer que contrajo matrimonio con otra mujer en Rusia.
Era el año 1922. Hay que recordar que antes ocurrió en España. En 1901 se casaron dos maestras en la iglesia de San Jorge, en La Coruña. Es cierto que una de ellas, Elisa Sánchez, tomó el nombre de un primo suyo desaparecido en un naufragio, y que engañaron a todo el mundo. El obispado montó en cólera al enterarse. Fueron denunciadas y tuvieron que huir a Argentina. Mucho sufrimiento para una historia de amor. Fedorovna, sin embargo, era un agente de la GPU, la policía secreta soviética. Esto la colocaba entre la clerecía bolchevique, justamente con aquellos que se dedicaban a revisar el comportamiento y la moral de los rusos al objeto de castigar a los disidentes. Fedorovna estaba especializada en vigilar al clero ortodoxo y en robar en monasterios. Iba de pueblo en pueblo, como un cobrador inquisitorial, hasta que se encontró con «S».
No se sabe el nombre de la enamorada, solo su inicial. La agente de la GPU vestía como un hombre y se acicalaba como tal, incluso dejándose el bigote. Eugenia se presentaba como un varón desde los diecisiete años, cuando quedó huérfana. La Revolución le dio un trabajo. Entró en la Cheka como instructora política en órganos de investigación penal orquestados contra los enemigos de la Revolución. Era una comisaria política despiadada, sin más oficio que la represión y la persecución de los diferentes. En uno de sus viajes Eugenia conoció a «S», una empleada postal. La cortejó como un hombre llamado «Eugenio», la enamoró y concertaron el matrimonio. Fedorovna, la chequista, falsificó los papeles que llevaron al registro y se casaron. En la noche de bodas, Eugenia descubrió a «S» que era una mujer. No sabemos qué pasó en ese momento, pero la relación continuó. Nada es fácil. Los vecinos alertaron a la policía porque «Eugenio» tenía aspecto de «Eugenia». Fueron denunciadas por «crimen contra la naturaleza». Era el año 1922, y aquello coincidió con que en la URSS se estaban cambiando las leyes y existía un enorme vacío al respecto. Ese año, por ejemplo, se despenalizaron la sodomía y la pederastia. Sin legislación la sexualidad fue muy abierta, siendo muy frecuente el travestismo. El caso del matrimonio entre dos mujeres, Eugenia y «S», fue juzgado por el Comisariado de Justicia, que lo acabó legalizando con el argumento de que había sido consentido por ambas partes.

Desviación mental

Ante el Sóviet eran una pareja, aunque la realidad era diferente. «S» se enamoró de un cartero, un compañero de trabajo, con el que tuvo un hijo. Eugenia lo adoptó como suyo y formaron una familia hasta 1925, cuando los abandonó para seguir su carrera en la GPU. Fedorovna fue despedida poco después de llegar a Moscú. Despreciada por todos comenzó a beber, y se unió a otras mujeres. Hay quien dice que tomó una segunda esposa. En 1926 fue arrestada por hacerse pasar por funcionaria del Estado y miembro del PCUS y, como tal, extorsionar a la gente para sacarle dinero. El perfil de Eugenia debió parecer interesante para los psiquiatras soviéticos. La ingresaron en la Oficina para el Estudio de la Personalidad del Criminal y la Criminalidad del Departamento de Salud de Moscú. El caso fue estudiado por el psiquiatra A. O. Edelshtein en 1927, cuando la homosexualidad se consideraba una desviación mental, el resultado de infancias traumáticas y problemas psicológicos no resueltos. Entrevistó a Eugenia, que relató su versión del caso en el libro titulado «Historia de mi enfermedad». Tras contar su orfandad, masculinización y enamoramiento, generalizó sobre su identidad. Eugenia Fedorovna consideraba que existía un «sexo intermedio», entre el masculino y el femenino, que era criticado porque aún habían en la mentalidad rusa una moral «pequeñoburguesa».
Las mujeres que se sentían hombres, dijo Eugenia, consideraban que su sexo biológico era un «malentendido» de la naturaleza. No quería cirugía, sino travestirse y vivir su sexualidad libremente. Su situación era una «variación particular» de la existencia. Una libertad más. Sus vidas, argumentó, eran tan socialmente valiosas como el resto. No tenía la misma opinión sobre la disidencia política, claro. Tuvo suerte. Las autoridades no pidieron que rindiera cuentas por su comportamiento e inclinaciones sexuales. Su matrimonio con «S» se celebró antes de la persecución y el ostracismo de los gais. La apertura sexual duró once años.
A partir de 1933 la policía política se dedicó a perseguir a los homosexuales porque representaban una amenaza para la «higiene mental y sexual» de los jóvenes de la revolución. El estalinismo pensó que aquello era una «hipersexualización», ya que el sexo solo era para la reproducción al servicio del Estado. Esto únicamente era para la masa, porque Stalin no se privaba de nada. Dan Healy, en su libro «Homosexualidad y revolución», calcula que más de 250.000 homosexuales fueron encarcelados en la URSS. En una muestra de ignorancia o maldad, todavía hoy vemos banderas comunistas en manifestaciones LGTBIQ+. La sexualidad era (y es) para los totalitarios una forma de hacer política. El estalinismo se decidió por el control de la intimidad de las personas también en el sexo. Es preciso no confundir que hubiera pensadoras bolcheviques, como Alexandra Kollontai, a favor de la libertad sexual completa con que estuvieran de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esa liberación sexual la interpretaban como un instrumento para derribar las estructuras capitalistas. Nada más. Uno de los que más combatieron la homosexualidad de hombres y mujeres fue Máximo Gorki, cuyo nombre ilustra calles en España, o fue usado por las hoy homenajeadas Brigadas Internacionales en la Guerra Civil. Gorki publicó en 1934 en Pravda e Izvestia un artículo titulado «Humanismo proletario».
El argumento era que la homosexualidad era un truco fascista para que la juventud no fuera revolucionaria. La conclusión era obvia: había que acabar con los homosexuales para terminar con el fascismo. «Destruyamos a los homosexuales –escribió el comunista– y el fascismo desaparecerá». ¿Comunismo y homosexualidad? Era una cuestión difícil. «¿Puede ser considerado un homosexual digno de ser miembro del Partido Comunista, preguntó el británico Harry White a Stalin en 1934. White era un activista bolchevique en el Reino Unido. Tenía un carguito y escribía para la prensa del partido. Como tal tenía relación con Moscú. Le chocó la ley contra la homosexualidad y escribió a varios cargos rusos. No consiguió una respuesta clara y se decidió a mandar unas líneas al «Padrecito de los Pueblos». No obtuvo respuesta. Stalin anotó al final de la misiva: «Archivar. Un idiota y un degenerado».