“Canallas”: Daniel Guzmán, artesano de la picaresca
Siete años después de ganar la Biznaga de Oro con «A cambio de nada», el madrileño ficciona desde la comedia la curiosa vida de su amigo Joaquín González
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Llega agotado, pero apenas puede dejar de sonreír. Las ojeras hablan de un parto complicado, pero la carcajada nos cuenta la historia de un padre feliz. Daniel Guzmán (Madrid, 1972) fue el gran protagonista de la jornada de ayer en el Festival de Málaga, donde presentó ayer la película en la que ha estado trabajando durante los últimos siete años: «Canallas». Basada en la vida de su amigo, Joaquín González, al que recluta también como actor junto a sí mismo y a Luis Tosar, la película es una especie de viaje esperpéntico por la existencia de un vendehumos de manual, un padre desesperado y un personaje de esos que en sajón diríamos que son más grandes que la propia vida. A mitad de camino entre la película de atracos, la comedia más costumbrista y el cine de puro barrio, «Canallas» sigue a González y a sus dos amigos de dudosas intenciones intentando salir de un lío tras otro, siempre con el dinero como causa, solución y medio.
La felicidad en el trauma
«Ha sido, como actor y director, el rodaje en el que peor lo he pasado en mi vida. Durante los ensayos, todo fue bien, pero Joaquín no se adaptó al rodaje. Se lo había estudiado de manera que no funcionaba ningún diálogo. Se bloqueó. Y eso a mí me frustraba, en una especie de círculo vicioso. Yo le decía que hay gente que espera toda su vida una oportunidad así, que tengo amigos que se han quitado la vida por no poder dedicarse a ser actores. Y eso, claro, acababa siendo contraproducente. Nos hicimos mucho daño al principio y se nos echó la película encima», confiesa sincero Guzmán en entrevista con LA RAZÓN y junto a González, que recuerda como traumáticas las primeras semanas de rodaje y la veintena de actores que pudieron llegar a sustituirle. «Toda la película fue como decirle a la gente que algo rojo era azul. Nadie lo entendió hasta que pudimos pintarlo de azul. No hacía falta este riesgo, pero es lo que yo quería hacer. Y es mi película. Y eso es un puto privilegio, un lujo casi artesanal que he tenido la suerte de poder darme», añade el director.
Con la pulsión social de un Berlanga, aquí la crítica explícita pero bien calzada a los bancos y a la clase política, y el retrato de personajes de un Fesser, Guzmán se erige en su «Canallas» en artesano de la picaresca, trascendiendo la parodia y convirtiendo su película en algo mucho más cercano a la brillante «Airbag» que al «Torrente» del que González, parodiado por exigencias del guion, tenía miedo de acercarse: «No soy lo peor. Mi problema es que siempre le cuento a Dani las cosas antes de tiempo. Él ha parodiado esa parte de mí que es un empresario que nunca acaba de cerrar el acuerdo de su vida», explica. Superado el miedo a que la dicción vertiginosa del protagonista –«Hablo más rápido de lo que pienso», dice–, pudiera sacar al público del un filme al que, tras la media hora de montaje, le viene hasta bien la confusión, Guzmán ejemplifica su milagro: «El montaje de suele llevar tres meses. Nosotros le hemos metido unos quince. Rodar con actores no profesionales nos llevó a acumular muchísimo metraje para poder encontrar la verdad, la vida. Ha sido un proceso muy duro. Todo el trauma se multiplicó por mil, pero espero que las alegrías también», se despide.