Iñaki Arteta: “No hay nada que merezca tanta sangre y sufrimiento”
Publica “Historia de un vasco”, donde, a través de una ficción con forma de cartas, el autor desgrana qué fue ETA y el ambiente asfixiante del nacionalismo
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El guionista, productor y director de “Bajo el silencio” publica ahora “Historia de un vasco”, donde recuerda la sociedad en la que vivió. Es la larga carta del joven que fue al joven actual que quiere saber, a través de la suma de experiencias particulares, el devenir de aquel tiempo de sangre y lágrimas. Un pretexto con el que hace un profundo ejercicio de memoria para trasladarnos hasta el entorno nacionalista en el que se crió.
¿Por qué se ha cerrado en falso el terrorismo?
Es que es un tema que da para cientos de libros o películas porque quedan muchos flecos que no convencen ni a las víctimas ni al resto de la sociedad.
¿Y cómo entronca su documental «Bajo el silencio» con este libro?
Ambos los he firmado yo y, en segundo término, tienen un fondo común: lo que ha pasado durante el periodo en que sufrimos el terrorismo etarra. En cualquier caso, el libro es mucho más autobiográfico porque, en realidad, tiene que ver con mi propio pasado.
¿Cómo entiende un joven de hoy a ETA? ¿Pueden tener la tentación de considerarlos abanderados de un conflicto político y no como asesinos?
Los jóvenes pueden verla con mucha confusión. Quienes tienen menos de 25 años poseen una información escasa y se centra en los últimos tiempos durante los que todo iba abocado a un final y, en la actualidad, ven cómo la política española normaliza a un grupo político vinculado al terrorismo. Todo ello les debe producir bastante confusión.
Uno se pregunta «qué podía valer tanta sangre». ¿La independencia la merece?
Nada merece tanta sangre, ni tanto sufrimiento. El fanatismo cree que sí: que todo merece la pena por una ideología, por un ideal impositivo. Ellos piensan altruistamente que es lo mejor para los demás. El fanático no tiene problema en eliminar a los contrarios o a los que no entienden que ellos tienen la solución para «su bien».
¿Qué sucede para que una ideología se vuelva sangrienta?
Eso está en el género humano. Esa siembra de fantasías utópicas que están mezcladas con el supremacismo, las falsedades históricas, el victimismo... Dicho cóctel, a fuerza de repetirse, genera una especie de afrenta que termina como todos los agravios que tienen que ver con el nacionalismo: en terror.
Y lo más doloroso: todos hijos de la misma madre...
La violencia fraternal. No hay peor que el odio que se pueda tener a un hermano o a un vecino. Porque cuando los quieres convencer y no puedes, tienes que quitarlos de en medio. Son tus peores opositores.
¿Cuántos no actuaron por sentir miedo o pánico?
Mucho, sin duda. Dentro del abanico de actitudes que existía, hubo gente que tuvo el miedo cerca y salió corriendo, actuó, calló y jamás dio el paso de hablar en público o denunciarlo.
¿Cómo es educarse en un mundo nacionalista?
Uno no elige dónde nace ni cómo le van a educar. Cada uno tiene un ambiente cultural desde que nace hasta que se forma. En mi caso fue natural: mis padres no eran fanáticos, ni mis tíos o abuelos. Era un nacionalismo cultural que pensaba que Euskadi había sido maltratada por la Guerra Civil y luego por Franco. Que había unos derechos a los que aspiraban pero que nunca se concretaron. Fue más sentimental que ideológico. Por lo tanto, era «sano» porque no había comentarios de odio. Se basaba en chistes, coletillas, etcétera... Por definirlo, era un nacionalismo cultural que no fomentaba el odio, pero para otros sí fue herramienta de odio.
¿Ese adoctrinamiento resulta extrapolable al caso catalán?
Claro. Es idéntico. Es la misma esencia que está en todo. Reclamar una patria que nunca ha existido, una afrenta que nunca se dio. Creer que te odian por ser de un sitio concreto origina los problemas que ya hemos visto. Con suerte, en Cataluña no se ha formalizado el terrorismo aunque Terra Lliure despuntó. Pienso que lo pararon los propios nacionalistas.
¿Cómo influyeron las Ikastolas en ese adoctrinamiento?
Es una pieza más dentro del aparato de ingeniería social. Querer manipular a la sociedad para que aprendiera cómo funcionar en ese territorio. Fue una gran baza, pero no la fundamental... Intentaban meterse en nuestras cabezas para que adoptásemos sus postulados o, como mucho, que no molestáramos.
¿Y el clero?
Tuvo su «momento de gloria», es innegable... pero ya no cuenta con la presencia que tenía en mi juventud, que era tremenda.