“Fast and Furious 9”: la importancia de llamarse Toretto
Justin Lin vuelve a la dirección para que Vin Diesel y John Cena resuelvan sus rencillas familiares mientras intentan salvar la taquilla mundial
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Como si fuéramos a lomos de un bólido de media milla, ya han pasado veinte años. El estreno en 2001 de «A todo gas» era la rendición del gran Hollywood a la cultura de las carreras urbanas, el «tunning», los pantalones de cintura baja, los tatuajes tribales y todo eso que, en España nos dio por agrupar bajo lo «cani». En definitiva, todo lo que luego se materializaría en el “Need For Speed: Most Wanted”, que muchos disfrutaron en la PlayStation 2. El mambo que pedía «zumbar» Daddy Yankee para que sus gatas prendieran, por fin, los motores, se ha convertido en una de las sagas más prolíficas y más beneficiosas de la historia del cine, sin nada que envidiar a las franquicias de terror ochentero o a los superhéroes con los que comparte era.
Así, dos décadas después de conocer a fondo a Dominic Toretto y a los suyos (de la mano del desaparecido Paul Walker) el siempre hierático Vin Diesel vuelve a enfundarse en una exquisita gama de camisetas interiores blancas y grises para protagonizar «Fast and Furious 9», cuyo estreno se retrasó por culpa de la pandemia y ahora llega para intentar rescatar a la taquilla mundial junto a «Viuda negra», la apuesta de Disney para la semana del 9 de julio.
Héroes auto-conscientes
Después de ocho películas y un «spin-off» con Dwayne “The Rock” Johnson, Idris Elba y Jason Statham, ¿queda algo por contar de la familia que empezó robando DVD’s y terminó salvando al mundo de su penúltimo apocalipsis nuclear? Eso parece, porque en la novena entrega volvemos a 1989 para narrar los orígenes de la familia Toretto y conocer a Jakob, el hermano del personaje de Diesel al que da vida el actor -y todavía estrella de la lucha libre-, John Cena, al que pudimos ver con maravilloso desempeño en «Bumblebee» y que este verano pretende romper la taquilla por partida doble con el estreno en agosto de «El escuadrón suicida», donde dará vida al anti-héroe «Peacemaker» junto a Margot Robbie o Viola Davis.
Con la «familia» de retiro espiritual tras los eventos del último filme, el personaje de Cena romperá la paz aliándose con una siempre desubicada —en esta saga— Charlize Theron para hacerse con un dispositivo que es capaz de activar todos los mecanismos nucleares de las potencias mundiales, poniendo en riesgo la geoestrategia global una vez más y forzando a que Dominic Toretto, ya sin Elsa Pataky, tenga que volver a mancharse las manos de grasa de motor e intentar restablecer la paz mundial.
Más allá de lo estrambótico del argumento, que lleva a «Fast and Furious» a ese lugar físico (y espacial) en el que acaban todas las grandes sagas del cine, la película marca un antes y un después en la auto-consciencia de la saga. Justin Lin, el director de la tercera entrega (la que tenía lugar en Tokio) vuelve al volante del coche de diez segundos para preguntarse por la condición misma de sus héroes como tal: después de varios años de persecuciones, disparos, huidas, pasaportes y carnés falsos, ninguno de los protagonistas ha sufrido nunca ningún rasguño en las películas, algo que los propios protagonistas se llegan a plantear durante un metraje que, generoso, no duda en reírse de sí mismo y sembrar la semilla de una décima entrega que, si todo va según lo esperado, debería ser la última.
Letty, Tej, Roman y compañía, hijos de su tiempo, ya no compiten por las calles infinitas del este de Los Angeles, si no que se acercan más a la tecnología de postureo de Elon Musk y se dejan seducir por la fórmula del «blockbuster» moderno, transformando sus decisiones personales en cambios de calado mundial. Aun así, el espectáculo final es el mejor remedio contra la apatía de nuestras salas, y por qué no decirlo, una sana desconexión de lo verosímil. Y una todavía más recomendable puesta a prueba de la capacidad de suspensión de la incredulidad.