El Reina Sofía se reinventa con un 70% de obras jamás expuestas
El museo presenta las primeras salas de su reordenación, que acogerán 2.000 piezas y contará con nuevos espacios y discursos
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Dentro de un museo existen muchos museos. Cada director porta una mirada de la colección y a lo largo de los años deja su impronta. Manuel Borja-Villel lleva al frente del Reina Sofía trece años. Un periodo de tiempo en el que ha creado su Fundación, ha impuesto un singular estilo de exposición y, también, ha traído una política de compras. Ahora el Reina Sofía celebra el treinta aniversario de su nacimiento ofreciendo una reordenación de su colección que afectará sobre todo al arte más reciente, el que va desde los años 80 hasta la actualidad. Y un proyecto que supondrá la articulación de más de 2.000 obras, de las cuales se calcula que el 70 por ciento jamás se han mostrado al público (ya que pertenecen en su mayoría a obras temporalmente más recientes) en un espacio que suma 12.000 metros cuadrados. Para lograrlo se han abierto salas nuevas y ganado espacio en los distintos pisos; además, se trabaja en otro para habilitarlo para exposiciones. Un inmenso plan que se ha decidido hacer público en presentaciones sucesivas que se extenderán hasta noviembre: «Sería injusto decir que es mi visión. Esta ordenación encarna el trabajo de todo un museo, de todos los investigadores. También asume las exposiciones que hemos sacado adelante de una manera conjunta: Hamilton, Westermann, la colección Cisneros. Hay muchos investigadores detrás».
El Reina Sofía tuvo ayer la primera de estas inauguraciones y en su planteamiento ya se intuyen ciertas marcas de la casa, como es la selección de los discursos y la manera de exponer, algo que se puede ver en la sección dedicada al feminismo y a la crisis de la masculinidad. Estas 18 salas nuevas no corresponden a los años iniciales de la colección, sino al periodo que va desde los 50 hasta principios de los 70. «Lo más novedoso –explica Manuel Borja-Villel– es que vamos a presentar esta reordenación por facetas, lo que permite cambios, interrupciones, saltos, un relato fragmentado. No nos fuimos al final del siglo XIX, sino que hemos preferido empezar por la mitad de la colección, lo que supone una ventaja porque nos permite ir hacia atrás y hacia adelante a través de los distintos exilios contemporáneos, por ejemplo». Otra singularidad, dice Borja-Villel, radica en que es una colección «situada» tanto en su realidad como con aquello que sucedía en esas décadas.
Hegemonía de Estados Unidos
Este discurso arranca con Charles y Ray Eames, la pareja de arquitectos y diseñadores que ayudaron a moldear la American Way of Life, «un punto álgido de la modernidad». Ahí mismo está la eclosión del expresionismo abstracto, algo que se aprecia a través de Motherwell, Gottlieb o Morris Louis. «Una de las líneas tiene que ver con la apertura de España al ser reconocida por Estados Unidos y el triunfo de la promoción de la pintura española en Nueva York, que tuvieron reflejo con dos muestras muy cercanas en el tiempo y que el Guggenheim y el MoMA dedicaron a nuestros artistas de esa época». Uno de los entornos está dedicado a uno de esos eventos, a la muestra titulada «New Spanish Painting and Sculpture», de 1960, que ayudó al salto internacional de creadores como Antonio Saura, Antoni Tàpies, Manuel Millares, Eduardo Chillada, Jorge Oteiza, Luis Feito, Rafael Canogar y Juana Francés.
En estas salas pueden percibirse las libertades y tendencias modernas y modernizadoras así como contrastarlas con el paisaje social de la España del desarrollismo, el final de la autarquía y el «Spain is different», que también tiene su hueco. Un asunto que reflejan las instantáneas que Ramón Masats tomó en Torremolinos, Oriol Maspons, en La Mancha y Francisco Ontañón, en Madrid, que muestran este contraste entre España y lo que viene del extranjero. Estas contradicciones suponen casi un rasgo de humor antes de llegar a Eduardo Arroyo y sus cuatro lienzos sobre los dictadores y la crítica de la «mujer/objeto» que plantean los trabajos de Ángela García Codoñer e Isabel Oliver, y de desembocar en la pintura de Gordillo. «Habíamos empezado con un individualismo suburbano y hemos acabado con la representación de Luis Gordillo; iniciamos con la utopía y concluimos con la realidad de un individualismo que es casi esquizoide», comenta Borja-Villel.