Cesc Gay, del aislamiento a una orgía con los vecinos
El director catalán traduce su obra de teatro “Los vecinos de arriba” al lenguaje cinematográfico a través de “Sentimental”, una ingeniosa comedia envenenada protagonizada por Javier Cámara, Belén Cuesta, Alberto San Juan y Griselda Siciliani
Sin sobredimensionar en exceso las labores de cama y relativizando el entretenimiento y la satisfacción que el sexo procura, lo cierto es que a todos gusta, beneficia, seduce, interpela y engancha. Hay excepciones, claro, como las estrellas de mar, las plantas o los “incels”, esa subcultura virtual gregaria de estallido reciente con bases teóricas misóginas cuyos integrantes, en su mayoría hombres, se reconocen incapaces de mantener relaciones sexuales pese a su deseo explícito de querer tenerlas. Pero, en términos generales, los seres humanos por los que circula con normalidad la sangre, presentan una pulsión de placer estándar y albergan un mínimo de masa gris en la cabeza, disfrutan con esta práctica sin necesidad de responsabilizar a las mujeres de sus deficiencias sexoafectivas.
El sexo en el fondo es un gran cohesionador de apegos capaz de agruparnos alrededor de texturas, olores y cuerpos que nos hacen felices y, sin embargo, la frecuencia con la que se produzca en el seno de una pareja que lleva muchos años junta puede llegar a resultar tan intermitente como la luz de un semáforo minutos antes de cambiar de color. Tan determinante e intrusiva como el sonido de un teléfono que acaba de colgar. “La pasión es algo esencialmente químico y dura un tiempo. Hay mucha gente que te dice que a medida que va practicando más el sexo con su pareja le va gustando más, pero, oye, también puede no pasar. Igual te cansa. Lo mismo estás metido en harina y de repente estás pensando en otro. La cabeza de cada uno es un mundo, pero siempre suele decir la verdad”, reflexiona un lúcido Javier Cámara sobre su nueva película, “Sentimental”, dirigida por Cesc Gay y que aterriza mañana en salas.
¿Se acuerdan de aquella escena de “Annie Hall” en la que Alvie y Annie acuden por separado a terapia y sus respectivos psicoanalistas les preguntan ociosos que cada cuánto hacen el amor? “Casi nunca, unas tres veces por semana”, responde Alvie alicaído. “¡Constantemente! Casi tres veces a la semana”, confiesa Annie. “Fui yo quien le recomendé que fuera a terapia y ahora ella está avanzando y a mí me están jodiendo”, remata sardónico el neurótico alter ego de Woody Allen. Pues ese desajuste afectivo tan hilarante se parece poderosamente al que padecen Julio (Cámara) y Ana (interpretada por Griselda Siciliani), una de las parejas protagonistas de la cinta del director inspirada en una obra de teatro propia lanzada hace cinco años de forma paralela al estreno de “Truman”, “Los vecinos de arriba”.
La progresión estructural de la trama clásica cuyos protagonistas se encierran entre cuatro paredes sin mayor enemigo que sus propios demonios y sin herramienta más eficaz que el manejo certero de la palabra, remite a trabajos como “Un dios salvaje” de Polanski o a interrogantes generacionales como los planteados por Álex de la Iglesia en “Perfectos desconocidos”. Aquello de “¿sería capaz de dejar su móvil en la mesa y que se fueran leyendo en voz alta los mensajes y llamadas que va recibiendo a lo largo de la velada?" queda sustituido en este caso por la perversa y excitante tesitura de “¿podría llegar a plantearse la posibilidad de sacudirse los prejuicios y montarse un cuarteto con esos vecinos cuyos orgasmos conoce mejor que los de su pareja porque las paredes son de papel?".
La pareja liberal del piso de arriba -encarnados por Belén Cuesta y un hipnótico Alberto San Juan-, él bombero y ella psicóloga, irrumpe en casa de los sufridos vecinos y durante una cena plagada de divertidísimas escenas y conversaciones incómodas, empiezan a sucederse proposiciones sexuales de lo más atrevidas con cuartetos, orgías e intercambios orbitando entre deseos y frustraciones. Todas ellas ajenas al concepto monógamo de relación convencional. Cesc Gay confiesa que se inspiró en los gemidos de una vecina para escribir la trama -“pensaba, joder, qué bien se lo pasa”, reconoce- y en las comparativas inevitables que hacemos con el de al lado: “Siempre estamos haciéndolo, mirándonos en los otros. Muchas veces pasa que te vas de cena con amigos y te fijas en el comportamiento cariñoso que tiene una pareja del grupo y piensas: “¿Y por qué nosotros no nos tocamos tanto?””, señala el cineasta.
“El sexo es algo muy íntimo, que nos afecta mucho a pesar de que tendamos a frivolizarlo. Yo me daba cuenta en el teatro, cuando hacíamos la función, que en el momento en el que aparecía la temática sexual, se generaba como una especie de corriente eléctrica que de pronto sacudía el escenario, los espectadores se incorporaban, había una extraña tensión que recorría toda la sala y progresivamente iba subiendo con las propuestas que se iban poniendo encima de la mesa. El sexo está siempre ahí. Nos sacude”, añade. Ya se lo avisaba una servidora al comienzo de este texto: el sexo interpela, seduce, beneficia. Quién sabe, puede que a partir de ahora, haya que dejar de subir al tercero a por sal y empezar a pedir otra cosa.