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El falso mito del buen salvaje en América

Los Reyes Católicos evangelizaron América, pero reconocieron a los indios como vasallos libres y les dieron hospitales
La RazónMuseo del Prado

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La película «Apocalypto» (2006), dirigida y producida por Mel Gibson, generó una enorme polémica en América. La cinta echaba por tierra la teoría del edén precolombino, el planteamiento de unos pueblos felices que vivían en armonía, sin violencia, en un estado de naturaleza rousseauniano que la civilización europea vino a estropear. Ya lo escribió el venezolano Carlos Rangel en su magnífico libro «Del buen salvaje al buen revolucionario» (1976) en el que contaba que el socialismo americano había inventado una Edad de Oro, natural y colectivista, que el capitalismo y el catolicismo europeos habían desbaratado. De ahí se infería un indigenismo comunista que rechazaba lo occidental y recuperaba (o reinventaba) una tradición.
La idea era demonizar el catolicismo, aumentado, como se sabe por los infundios de la Leyenda Negra. Lo cierto es que el papa Alejandro VI, en un acto de soberanía temporal, dictó cinco bulas en 1493 que otorgaban a España el dominio del Nuevo Mundo. Esto vedaba a otros países europeos su intromisión en dicho territorio. Ahora bien, Alejandro VI ordenaba a los Reyes Católicos, «en virtud de santa obediencia», que enviaran allí a «varones probos y doctos» para cristianizar a los «indios». Ese mandato fue tomado muy en serio por la Corona española desde entonces. No hay que olvidar que la idea de la conversión religiosa del territorio conquistado era una práctica ancestral, no una costumbre exclusivamente española.
Estudiaron y codificaron sus lenguas
La responsabilidad evangelizadora dirigió buena parte de la política de los Reyes Católicos en América, que iniciaron con Reales Cédulas que lo ordenaban y con el envío de misioneros. Impusieron condiciones incluso a Cristóbal Colón. De hecho, en las capitulaciones de su tercer viaje, en 1497, obligaron a que fueran con algunos clérigos. Isabel y Fernando estuvieron preocupados desde el comienzo por la conversión de los nativos. Por eso la reina castellana reconoció a los indios como a vasallos libres, y el rey aragonés, en sus «Instrucciones a Diego Colón», de 1509, expresó que su principal deseo era «que los indios se conviertan».
Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a Hernán Cortés en la expedición americana, confirmó en su impagable «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», escrita en 1568 pero no publicada hasta 1632, que los primeros misiones efectivos fueron ellos mismos. Los hombres de Cortés pidieron al Rey que enviaran más obispos y sacerdotes porque era necesario establecer una estructura religiosa y eclesiástica. Así fueron franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios, y los jesuítas en la segunda mitad del siglo XVI. Una vez que la Iglesia se organizó en diócesis y parroquias, la evangelización se hizo acompañar de establecimientos hospitalarios y educativos, incluso Universidades, introduciendo así nuevas técnicas de producción y estudios formativos.
Al objeto de facilitar la evangelización, los misioneros aprendieron las lenguas y dialectos nativos, ya que era útil para enseñar la doctrina cristiana. Obvio es decir que se prohibieron el resto de cultos religiosos, como en la época hicieron el resto de países europeos. Estudiaron y codificaron esos idiomas, en una labor que ha hecho que perduren. Así, para mediados del siglo XVI ya había más de un centenar de obras en lenguas indígenas, así como manuales sobre su vocabulario y gramática.
Tratado en náhuatl y latín
En general, la labor de los religiosos fue indagar en la cultura local y dejar testimonio, con lo cual hoy, sin ellos, habría que inventarlo. Fray Bernardino de Sahún, por ejemplo, escribió «Historia de las cosas de la Nueva España», entre 1540 y 1585. La obra, escrita en náhuatl, latín y español, con 1.800 ilustraciones, es un tratado antropológico imprescindible para conocer las costumbres sociales de México en aquella época. El franciscano se entrevistó con nativos, anotó sus formas de vivir, su historia y su idioma. «Estas gentes –escribió– no tenían letras, ni caracteres algunos, ni sabían leer ni escribir», solo se comunicaban con «imágenes y pinturas». No habían avanzado, decía, en «más de mil años». Los indígenas aprendieron a leer en los catecismos católicos, al igual que los protestantes del norte de Europa. Las escuelas eran gratuitas para niños y niñas, no así las Universidades, fundadas muchas de ellas por iniciativa eclesiástica, incluso con la inclusión de la cátedra de lengua indígena. Con el cristianismo llegó a América también el humanismo de la época; es decir, el principio de que todos los seres humanos tienen las mismas facultades dadas por Dios y, por tanto, los mismos derechos. La rápida expansión de la Iglesia en América se debió, no solo a los servicios que prestaban a los indígenas, sino al nivel intelectual y a la experiencia del clero. En suma, los misioneros católicos hicieron en América una importante labor cultural, educativa y tecnológica, además de religiosa. La interpretación de la evangelización como un mal para los indígenas oculta toda esa labor desinteresada de tanta gente, sin la cual hoy esa raíz cultural se habría perdido.

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