
Opinión
Kiosko Peret de Alicante: lágrimas de horchata
Todos perdemos al quedarnos huérfanos de una de nuestras señas de identidad; por mucho que en la nueva Peret en un futuro sirvan horchata

Dicen que la infancia es la patria, ese lugar al que uno quiere regresar, siempre y cuando, claro está, haya sido buena; y la mía fue idílica y está ligada indisolublemente a la horchata del kiosko Peret; ese kiosko de helados de la Explanada de España, el paseo principal de la ciudad, en el que el café granizado, la horchata y los helados de vainilla y chocolate -o solo de un sabor- y de «máquina» son tan importantes para los alicantinos como el propio Castillo de Santa Bárbara o la playa del Postiguet.
En esa playa, la de una ciudad que vive abierta al mar y por tanto al mundo, mi abuela Matilde tenía alquilada todos los veranos una sombrilla. Así que mi infancia sí o sí, son esa playa, la Casa Carbonell -en el portal del número 1 de la Explanada estaba la casa de mi abuela- y el kiosko Peret, ubicado enfrente de ese portal. Ese kiosko es mucho más que un kiosko de helados, era y es un punto de encuentro y de referencia para los alicantinos; el sitio en el que quedar para después hacer el plan de turno, a la voz de «nos vemos en Peret». En tiempos en que las ciudades, con independencia de su tamaño, se convierten en clónicas y las grandes marcas dominan los comercios de toda la vida -ya sean tiendas de moda o establecimientos de hostelería- una heladería como Peret pierde su nombre.
No puedo más que derramar lágrimas de horchata, esa que, cuando visitaba a mi abuela, compraba en Peret por encargo de ella. Y que tomábamos mientras veíamos las palmeras y el puerto de Alicante desde el salón de la Casa Carbonell. Las palmeras, nuestro puerto, sus barcos y nuestra playa del Postiguet siguen ahí.
Pues eso, que todos perdemos al quedarnos huérfanos de una de nuestras señas de identidad; por mucho que en la nueva Peret en un futuro sirvan horchata.
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