Opinión

Lo imposible es posible

"La esperanza es un antídoto para no ser vencidos de antemano por el catastrofismo"

Prisioneros de uno de los gulag construyen una línea de ferrocarril ( 1947)
Prisioneros de uno de los gulag construyen una línea de ferrocarril en 1947LR

La humanidad vive atrapada en el desasosiego. Conocer qué nos va a deparar el futuro, está más enmarañado que nunca. Algo que tiene que ver, según sociólogos y filósofos, con la impermanencia que caracteriza el mundo en el que vivimos.

Cualquier acontecimiento puede desestabilizar nuestras vidas en un momento. Pero si cultivamos convicciónes y principios, en nosotros y en los demás, para que no desvanezca nuestra esperanza, lo imposible será posible. Todo menos dejarse abatir por el desaliento. Eso nunca.

Asegura F. Javier Vitoria, entre los teólogos más atinados del mundo hispano, que estas crisis nuestras, "son tan complejas y aceleradas, que parecería que vamos a ser incapaces de hacer frente a realidades como el deterioro creciente del medio ambiente, el abismo de la pobreza, los conflictos bélicos o el terrorismo", por citar sólo algunas. Infelizmente, abandonamos el siglo XX y entramos en el XXI, sin decir "nunca más" a la carnicería de millones de mujeres y hombres, ancianos y niños, exterminados por la solución final.

Pero lo peor no es eso: lo peor es que nuestro progreso "sigue caminando sobre cadáveres", en palabras de Walter Benjamín. En nombre de utopías de todo tipo, hemos sembrado la historia de barbarie y sufrimiento.

Y ahí seguimos. Abre un periódico, o escucha un informativo -amable lector- y lo comprobarás. En su empeño por promover la reflexión y contribuir a una transformación, Javier Vitoria recuerda como, aún con las mejores intenciones de edificar el cielo en la tierra, la utopía de las ideologías, sólo consiguió crear un infierno. "Un infierno como sólo el hombre es capaz de construir para sus semejantes(Karl Popper)".

La memoria de Auschwitz y del Gulag soviético, podría haber sido el mejor antídoto para no volverse a dejar embaucar por un ingenuo optimismo. Tuvimos entonces la oportunidad _¡y la desaprovechamos!- de comprender lo que de verdad importa: que el progreso, a cualquier precio, es perverso porque nos lleva a la hecatombe final, porque sólo se mantiene axfisiando al hombre, destruyendo especies, contaminando mares, emponzoñando el aire y acumulando víctimas.

Y eso ¿por qué? Pues porque lo que se busca es la codicia de producir alocadamente y lo que menos importa es la persona; el coste humano da igual. "El infierno no es lo que nos espera, sino lo que late donde ya estamos", asegura Vitoria. Pero no quiero acabar esta gacetilla sin una última reflexión: aún es posible salir de este matadero, a través de la confianza y la promesa cristiana, que nada tiene que ver con el optimismo moderno, ni la sociedad del hartazgo.

Porque la esperanza, de la que no me cansaré de escribir, es un antídoto para no ser vencidos de antemano por el catastrofismo. La fe es el convencimiento en la dignidad humana, frente a los que no tienen expectativas.

Es un horizonte de vida y más vida, con fortalezas que retomar y debilidades que transformar, para los descartados del Papa Francisco y los desechados por un mundo indiferente a sus gritos de dolor.