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Aparicio y "Cañego", un monumento al arte de torear

Hoy se cumplen tres décadas de una de las faenas más recordadas de todas cuantas se han creado sobre la arena venteña en toda su historia
Julio Aparicio a la salida del hospital: «Gracias a todos»larazon

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Hace treinta años, precisamente un18 de mayo, la plaza de toros de Las Ventas fue testigo de una de las faenas más memorables y emocionantes de la historia del toreo. Julio Aparicio, quien había enfrentado críticas y dudas sobre su capacidad para triunfar en plazas de primera categoría, logró una hazaña inolvidable al lidiar al toro "Cañego" de la ganadería de Alcurrucén durante la Feria de San Isidro de 1994.
Julio Aparicio, oriundo de Sevilla, había comenzado su carrera como novillero con picadores en 1987 y se había doctorado en la tauromaquia en el año 1990, apadrinado por Curro Romero y con Juan Antonio Ruiz "Espartaco" como testigo. Aunque había conseguido éxitos en plazas menores, muchos cuestionaban su valentía y compromiso. Su trayectoria parecía marcada por una protección excesiva que había impedido su consagración en los escenarios más exigentes.
En 1993, una lesión en Nîmes casi trunca su carrera, pero su regreso al ruedo en 1994 lo llevó finalmente a confirmar su alternativa en Las Ventas. La expectación era enorme, y el ambiente en la plaza reflejaba tanto ilusión como escepticismo.
La tarde comenzó de manera decepcionante, con faenas poco inspiradas y toros de escasa calidad. Sin embargo, el quinto toro de la tarde, "Cañego", cambiaría el rumbo de la jornada. Este toro de 566 kilos, de pelo negro chorreado, mostró inicialmente un comportamiento incierto y difícil. Aparicio, con paciencia y maestría, fue capaz de entender y llevar al toro, mostrando su habilidad y conocimiento lidiador.
La transformación de la faena comenzó cuando Aparicio, en un gesto decidido, llevó al toro a los medios de la plaza. Con una serie de muletazos profundos y ligados, logró encender la pasión del público. Cada pase, cargado de emoción y entrega, provocaba ovaciones atronadoras. La conjunción entre el torero y el toro alcanzó niveles de emoción y belleza raramente vistos.
La culminación llegó con una estocada perfecta, que selló una faena mágica y estremecedora. El público, en un clamor unánime, exigió las dos orejas para Aparicio, quien, emocionado hasta las lágrimas, celebró su triunfo con dos vueltas al ruedo y una salida en hombros por la Puerta Grande.
La faena de Julio Aparicio a "Cañego" no solo le consolidó como una figura del toreo, sino que dejó un legado imborrable en la historia taurina. Aquellos 26 muletazos, llenos de emoción y verdad, han sido recordados y reverenciados durante tres décadas, convirtiéndose en un símbolo del arte de torear con el corazón y el alma.
Este hito, celebrado ahora en su 30º aniversario, sigue siendo un monumento a la pureza, la entrega y la grandeza del toreo, y una fuente de inspiración y admiración para toreros y aficionados por igual.