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Ternera al punto de Évole: así es el documental de la discordia con el que arranca el Festival de San Sebastián

El periodista se aleja del supuesto blanqueamiento de la figura del exdirigente de ETA para arrinconarle en la contradicción de sus propias justificaciones de la violencia

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Los finísimos alfileres de lluvia con los que la ciudad de San Sebastián riega los adoquines de las calles lindantes con el Palacio de Congresos del Kursaal para dar el pistoletazo de salida a la edición número 71 del festival no parecen impedimento para que un par de personas nos aborden segundos antes de la proyección del documental "No me llame Ternera", precedido de un grado de expectación superlativo inflado estas últimas semanas por la fragilidad de las distintas sensibilidades políticas y la provocación que para muchos suponía la presentación de una entrevista con el ex dirigente de la banda en el corazón de un territorio tan castigado por la violencia como el donostiarra, para obsequiarnos con una pista sobre lo que estamos a punto de ver.
La advertencia de la palabra "peligro" escrita en mayúsculas y entre exclamaciones encabeza el folio ribeteado con un marco rojo que nos entregan al saludo de "toma por favor" con el rostro en blanco y negro del exdirigente de ETA José Antonio Urrutikoetxea, conocido como Josu Ternera, seguido de un encabezamiento que reza "la fiscalía ha solicitado 2354 años de cárcel por 11 asesinatos consumados y 88 delitos de asesinato frustrado" y un listado en la parte final con los nombres y los cargos de once víctimas asesinadas por Ternera. Aceptamos esta suerte de pasquín para reparar en los nombres que figuran (entre ellos se encuentran los pertenecientes a niñas de 12, 7 y hasta 6 años) y nos disponemos a comprobar con el respaldo de los hechos si ese blanqueamiento del terrorismo que según los firmantes de un manifiesto emitido la semana pasada por parte de intelectuales, escritores y víctimas en el que se pedía su retirada, resulta ser cierto.
El documental, codirigido por Jordi Évole y Màrius Sánchez, abre, secundado por un formato clásico de contraplano continuado que se mantendrá hasta el final estilo "Salvados", con un encuentro previo entre el periodista y Francisco Ruiz, expolicía municipal y escolta del alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu, contra el que la organización terrorista atentó en 1977. Ruiz fue acribillado en las piernas y en el tórax durante el asesinato pero tal y como él mismo asegura con los ojos visiblemente inundados en lágrimas "quedé con vida" a pesar de que "mi mujer se quedó sin habla". Tras cinco meses en el hospital y después de regresar de una forma casi milagrosa a un municipio en el que ya no era bienvenido por ser acusado de traidor, se marchó con su familia para no tener que sentirse señalado en su propia casa.
La forma que tiene Évole de vehicular la entrevista con Ternera, que actúa en este caso como elemento narrativo total del filme, a la figura de Francisco y la injusticia de su devenir es confesándole algo que la víctima desconoce: Urrutikoetxea fue uno de los hombres que participó en este crimen por el que nunca fue procesado y que fue sobreseído por la Ley de Amnistía del 77. De esta forma da comienzo una conversación en la que el periodista catalán empuja con educación al entrevistado prácticamente desde la primera pregunta cediéndole de manera estratégica todo el protagonismo.
A veces es la propia ignominia de sus afirmaciones, que se reproducen con tono de lección machacona aprendida, de mantra ideológico repetido demasiadas veces en voz alta, la que actúa como un órdago con el que él mismo se acorrala. Lejos de mostrar una actitud condescendiente o de utilizar el poder simbólico y legítimo de la pregunta con fines de ensalzamiento a las justificaciones preñadas de cinismo que profiere el exdirigente, el comunicador se muestra incisivo arrinconándole lo suficiente como para que en gran parte de las declaraciones que emite se perciba el nerviosismo (ese carraspeo seco a cada rato le delata) de un hombre que no se arrepiente.
"Creo en Dios, creo en lo que veo, en la naturaleza, en las personas. Ni usted ni nadie me habrá oído decir que matar está bien", inquiere en un momento en el que le preguntan por su concepción ética del asesinato sin que se le despeine un solo pelo de la ceja. "Las veces que he utilizado un arma ha sido para defenderme" pero "la violencia nunca ha sido ni para ETA ni para mí un objetivo directo", añade. A lo largo de las casi dos horas que dura el documental asistimos a un repaso cronológico por el surgimiento de la banda terrorista, las consecuencias humanas que tuvieron sus acciones violentas y su proceso de desintegración definitiva durante la legislatura de Rodríguez Zapatero a través imágenes de archivo intercaladas y las respuestas de Ternera cuya pertenencia a la banda se prolongó durante más de 50 años hasta su etapa parlamentaria como diputado de Herri Batasuna y su posterior proceso de fuga que duró 17 años: "malo sería para cualquier persona después de 50 años luchando pensar que su vida no ha tenido sentido", le espeta a Évole cuando le sugiere que si algo de lo que ocurrió tuvo sentido para él.
En ocasiones incómodo ante los planteamientos del entrevistador y dialécticamente limitado, José Antonio Urrutikoetxea manifiesta un tono bastante alejado del arrepentimiento cuando surgen relatos relacionados con atentados como el de Hipercor en Barcelona de cuyas víctimas resultantes responsabiliza básicamente al Estado español por "no evitar que pasara algo sobre lo que estaban prevenidos", el de la casa cuartel de Zaragoza que ocasionó 11 muertos (entre ellos cinco niñas) y 88 heridos, la mayoría de ellos civiles, o con el asesinato de Yoyes, miembro y dirigente de Euskadi Ta Askatasuna, conocida por haber sido la primera mujer dirigente de la banda y liquidada por traidora cuya ejecución "fue consecuencia de una decisión tomada por los dirigentes después de su acercamiento a fuentes del Ministerio del Interior al entender que esto ponía en peligro los objetivos de la banda".
También asegura que lo único que ha celebrado en su vida fue la muerte de Franco, algo que de manera lógica le acercaría a la sensatez de los demócratas si no fuera porque resulta imposible atisbar cualquier tipo de aflicción en su mirada cuando se subraya la crudeza de las consecuencias que tuvieron sus decisiones pero sobre todo sus acciones. Sólo al final, en un rapto de conciliación pasajera, Ternera concede que posiblemente "me arrepienta de no haber hecho más de lo que he hecho para evitar que esta rueda de la violencia en la que todos nos vimos afectados hubiese parado antes". Pero suena demasiado tarde, queda demasiado lejos como para creerle. Con todo, el documental-entrevista, nutre informativamente las aristas de un contexto histórico que forma parte de la construcción colectiva de nuestra memoria, cumple con su función de saneamiento del debate social y contribuye en líneas generales a la apuesta por el establecimiento de espacios de escucha públicos que nos interrogan y nos edifican. Que nos apelan y nos erigen.