A Don Juan Tenorio no le dan calabazas, a Errejón sí
La tradición española en torno al Día de Todos los Santos trata de resistir ante la imparable colonización yanqui de Halloween
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Lo más curioso, sin embargo, es que la representación de Íñigo Errejón valdría tanto para un disfraz de una fiesta nocturna de Halloween –pocos personajes hay tan terroríficos en la actualidad–, y también como personificación del mito del Don Juan libertino, encarnando ese Tenorio, ese burlador de Sevilla, que protagoniza el drama fantástico-religioso escrito por José Zorrilla. Aunque, por un lado, dudo que uno ligase mucho –que de eso van las juergas temáticas de Halloween: sino a cuento de qué disfrazarse de Catwoman sexy– en la piel del exdiputado y ex-reputado portavoz de Sumar, al que cabría restar el trato» del dilema de la noche del 31 de octubre: Errejón va directamente al truco, que se lo saca de la manga o de donde sea que lo guarde.
Tampoco cabe imaginarse a una Doña Inés piadosa que perdonase los pecados del presunto siniestro abusador: sería impensable ver a Elisa Mouliáa, a Rita Maestre ¡o a Aída Nízar! sucumbiendo ante el recitado de Don Íñigo Tenorio: «¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla, –tan lejana del abismo que es el neoliberalismo– más pura la luna brilla y se respira mejor?».
Errejoneos aparte, venimos a dar noticia de que la tradición española en torno al Día de Todos los Santos trata de resistir ante la imparable colonización yanqui de Halloween, esa suerte de carnaval chico y sangriento que acaso ritualiza el otoño de noches menguantes, gotas frías, frutos secos y primeros polvorones. Claro, que nada tiene de malo la sacralización y adopción de esta noche del terror –frente a la pacatería beaturrona del Holywins-, siempre y cuando se mantenga, se guarde un huequito, para nuestras tradiciones autóctonas.
Una de ellas, como decimos, es la representación desde 1844 de la obra «Don Juan Tenorio», que este año vuelve a Madrid, concretamente al Teatro Fernán Gómez, bajo la dirección de Ignacio García, y protagonizada por Manuela Velasco y Carles Francino. Se suma a las tradicionales representaciones de Valladolid y Alcalá de Henares. También en Sevilla, donde transcurre la obra de Zorrilla, se organizan por estas fechas tours temáticos en torno a la Hostería del Laurel, enclavada en la antigua judería, en el coqueto barrio de Santa Cruz.
Otra a conservar, aunque de ámbito local es la de Cádiz, que mantiene una de las costumbres más curiosas y simpáticas en vísperas del 1 de noviembre, Los Tosantos. Desde 1876, fruteros, verduleras, carniceros, recoveros y pescaderas adornan sus puestos del mercado con escenas que parodian y satirizan asuntos de actualidad, valiéndose de su género –un rape, una cabeza de cochinillo, un huevo o un pepino–, que disfrazan a modo de protagonistas de las mismas.
Celebraciones autóctonas y castizas en peligro de extinción, acorraladas y reducidas por la gran influencia pop del «trick or treat» estadounidense, de las calabazas y los disfraces de esqueleto y vampiresa que nos llegaron desde los años ochenta a través de la tele: «Pesadilla antes de Navidad», «Scary Movie», «Bitelchús» o la casa del árbol del horror de «Los Simpsons». Por cierto, mejor olvidarse, por si acaso, del disfraz de Milhouse.