¿Podría la caída de Roma augurar el futuro de Occidente?
El dominio de Occidente sobre el planeta parece haberse invertido con el cambio de milenio. Un proceso histórico con interesantes paralelismos con el final de Roma, como sugieren historiador Peter Heather y el economista político John Rapley el libro ¿Por qué caen los imperios?
Madrid Creada:
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Entre 1800 y los inicios del presente milenio, Occidente se expandió y dominó el planeta. Pasó de ser uno más de una serie de actores iguales en una economía global emergente a generar más de ocho décimas partes de la producción mundial. Al mismo tiempo, los ingresos medios del mundo occidental, las economías desarrolladas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de hoy, pasaron de ser más o menos iguales a las del resto de la humanidad a ser cincuenta veces mayores.
Esta dominación económica abrumadora facilitó una remodelación política, cultural, lingüística y social del planeta a imagen y semejanza de Occidente. Casi por doquier, el Estado nación europeo se convirtió en el referente de la vida política y reemplazó a la diversidad inmensa de ciudades Estado, reinos, califatos, obispados, reinos de jeques, cacicazgos, imperios y regímenes feudales que habían proliferado por todo el globo. El inglés se convirtió en el idioma del comercio global y el francés en el de la diplomacia global. El mundo depositó sus reservas en los bancos occidentales y primero la libra y luego el dólar reemplazaron al oro en el comercio entre las naciones. Las universidades occidentales devinieron las mecas de los aspirantes a intelectuales y, hacia finales del siglo XX, el planeta se entretenía con películas de Hollywood y fútbol europeo.
Entonces, de repente, la historia dio marcha atrás.
Una vez que la Gran Recesión de 2008 se convirtió en el Gran Estancamiento, el porcentaje de la producción global de Occidente declinó del 80 al 60 por ciento y ha seguido cayendo desde entonces. Los ingresos reales descendieron, se disparó el desempleo juvenil y los servicios públicos fueron erosionados por el espectacular aumento de la deuda. Las dudas y la división interna reemplazaron la sólida autoconfianza de los años noventa.
Esta no es la primera vez que el mundo ha sido testigo de un auge y caída espectacular. El ascenso de Roma hacia una dominación global se inició en el siglo II a.C. y su reinado duró casi quinientos años. Sostenemos que el fin de Roma nos ofrece hoy importantes lecciones para el presente. No somos los primeros en pensar que el destino de Roma tiene algo que enseñar al mundo moderno; no obstante, hasta el momento, este solo ha movilizado su historia para ofrecer un diagnóstico prooccidental.
Edward Gibbon argumenta que Roma sufrió una lenta erosión interna cuando dejó de resistir a los forasteros que habían empezado a prosperar dentro de sus fronteras. La perspectiva de que Roma tenía en sus manos su propio destino sigue ejerciendo influencia hoy. El antídoto al declive imperial es controlar las fronteras, mantener fuera a los «extranjeros», erigir muros y reafirmar la fe ancestral, además de adoptar un nacionalismo más potente y revisar los tratados de comercio internacional.
Durante los dos siglos y medio transcurridos desde Gibbon, nuestras visiones de la historia de Roma han cambiado y nos ofrecen una perspectiva del todo diferente de la situación en la que Occidente se halla actualmente y de cómo será su probable evolución.
Peter Heather es un historiador del mundo romano. John Rapley es un economista político centrado en el presente. Los dos llegamos a conclusiones similares. En lo fundamental, «nuestros» imperios empezaron a generar el fin de su propio dominio a causa de las transformaciones que desencadenaron en el mundo que los rodeaba. A pesar de las profundas diferencias entre la Antigua Roma y el Occidente moderno, las dos historias se ilustran mutuamente.
Existe un ciclo de vida imperial que comienza con el desarrollo económico. Los imperios empiezan a existir para generar nuevos flujos de riqueza para un núcleo imperial dominante, pero, al hacerlo, crean nueva riqueza tanto en las provincias conquistadas como en territorios más periféricos. Tales transformaciones económicas conllevan consecuencias políticas inevitables. El desarrollo económico a gran escala en la periferia inicia un proceso político que, con el tiempo, desafía el dominio de la potencia imperial que inició el ciclo.
Esta lógica es tan poderosa que hace inevitable un cierto grado de declive del viejo centro imperial. No es posible «hacer América grande de nuevo» porque el ejercicio de la dominación occidental ha reorganizado las bases constituyentes del poder estratégico global. Sin embargo, el resultado final no tiene por qué constituir un desmoronamiento catastrófico de la civilización con un declive económico absoluto y a gran escala.
Los imperios pueden responder al proceso de ajuste con toda una gama de medidas posibles, desde las destructivas a las mucho más creativas. El Occidente moderno está próximo al inicio de su proceso de ajuste; el mundo romano lo completó hace mucho tiempo. Como la historia romana remarca una vez más, el futuro de Occidente dependerá de las decisiones políticas y económicas que tomen sus ciudadanos y sus líderes en los años decisivos que nos esperan.
PARA SABER MÁS:
¿Por qué caen los imperios? Roma, Estados Unidos y el futuro de Occidente de Peter Heather y John Rapley
Desperta Ferro Ediciones
224 pp.
23,95€