Martin Amis: «La risa nace también del asco profundo»
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Firma, dicen, su mejor novela en 25 años con «La zona de interés», espeluznante sátira del horror de los campos de exterminio.
Al os diez años, Martin Amis empezó a oír hablar de los nazis y de sus espeluznantes atrocidades. Entre el miedo y la incomprensión le preguntó a su madre qué era eso de los nazis, los judíos, los trenes y esas cosas. «Mi madre, muy típico de ella, me dijo que no me preocupara, que era rubio y tenía ojos azules, y le hubiese encantado a Hitler», comenta el escritor. La madre, como no podía ser de otra forma, hacía gala de una ironía muy inglesa, pero lo cierto es que confundió tanto al chico que sin ser consciente de ello se obsesionó con el tema. «Como dijo Sebald, nadie serio puede pensar en otra cosa», asegura el escritor.
Dicho y hecho, después de la novela «La flecha y el tiempo», vuelve a tratar los horrores del Holocausto en «La zona de interés» (Anagrama), en la que por primera vez se mete en la piel de las víctimas como de los verdugos y lo hace con una sátira tan despiadada que incluso sus editores franceses y alemanes tradicionales no se han atrevido a publicarlo. «Lo malo del tema es que me preguntan todo el tiempo sobre ello. Creo que no tiene nada que ver con el libro, sino con algo más. Hubiese preferido que me publicasen mis editores de toda la vida, pero tengo otros, no pasa nada. Sé que en Gallimard se avergüenzan un poco, pero te diré que es falso que toda publicidad, incluso la negativa, es positiva», asegura Amis a LA RAZÓN.
«La zona de interés» nos sumerge en el horror de Auschwitz, a través de tres narradores, el comandante del campo de exterminio, Paul Doll; un oficial sobrino del secretario de Hitler, Martin Bormann; y un judío, miembro del Sonderkommando, Szmul, los judíos que se encargaban de afeitar las cabezas de las otras víctimas, arrancarles los dientes de oro, incluso inspeccionar sus rectos en busca de joyas escondidas. La novedad es que la historia, en realidad, es una «love story», o la imposibilidad de una, entre el oficial y la mujer del comandante, convertido a través de la sátira en un estúpido, celoso, grotesco y absurdo personaje, que llega incluso a obligar a Szmul a que asesine al oficial. «Ha sido fácil escribir esta novela, salvo cuando lo hacía a través de Doll y en sus actos más crueles, imaginándolo, se me ocurrían cosas todavía más atroces, lo que me despertaba de mi ensoñación con un sobresalto», asegura Amis.
Doll, aunque no sería el protagonista de la historia (ese sería Bormann), sí que es el motor de la acción. Su figura está inspirada en Rudolph Höss, que escribió sus propias memorias. A partir de ahí, Amis halló el tono adecuado. «Es un libro asqueroso, que habla de los trámites para aniquilar a los judíos, para encontrar pastillas de gas, como de su amada mujer y sus cinco hijos. A partir de aquí aparece la sátira. La risa no nace sólo de la alegría, también del asco profundo y del desdén, por eso se puede escribir del Holocausto desde la sátira», dice Amis.
La novela también responde a una hipótesis. ¿Es posible el amor en un contexto de horror y crueldad? La respuesta, para Amis, es evidente, no. «En un lugar enfermo de miedo, donde no sabes si vas a morir al día siguiente, es muy difícil encontrar el valor moral necesario para amar», señala el escritor. ¿Entonces el «All you need is love» de los hippies es falso? «Bueno, si Hitler se hubiese enamorado, si Stalin se hubiese enamorado, entonces no estaríamos hablando de esto, seguro, pero es difícil pensar en un hippie dirigiendo a un país. Si el amor fuese general, si todos lo disfrutasen, quizá podría ser la primera utopía que no se convirtiese en pesadilla, pero allí está Charles Manson para demostrar que no. Él acabó con el hippismo», resalta. Hace setenta años que se liberaron los campos de exterminio y no quedan casi testimonios directos, algo que a partir de ahora, según Amis, cambiará de forma irremediable la manera en que se perciba el Holocausto. «Nadie sabe como, pero lo hará. Lo que es seguro es que habrá más negacionistas que digan que todos esos testimonios no eran más que propaganda pagada por los judíos. En realidad, los negacionistas son los afirmadores, o los que aplauden la atrocidad. Cuando visité Auschwitz hace 25 años, la guía ya me decía que lo más difícil era convencer de que aquello no era un escenario, que todo era absolutamente real», comenta Amis.