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Amélie Nothomb, sobre el amor absoluto entre hermanos

La escritora disecciona los afectos que existen en una relación de hermanos en esta obra sincera y descarnada sobre la familia
Amélie Nothomb, sobre el amor absoluto entre hermanos
La escritora Amélie Nothomb Andreu Dalmau
Ángeles López

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Cada febrero, los lectores fieles de Amélie Nothomb tenemos una cita con su universo doloroso-literario. Un espacio emocional que, aunque cambia de escenario y de personajes, mantiene una constante: la exploración del ser humano como un campo de batalla emocional, donde el amor y el abandono libran su lucha más despiadada. En "El libro de las hermanas", la autora traza la anatomía de un amor fraternal absoluto, forjado en la indiferencia de unos padres que existen en una burbuja hermética de pasión mutua, dejando exiladas a sus propias hijas.
Tristane es la primera en experimentar ese destierro silencioso. Es una niña desprovista de todo lo esencial: el roce de una caricia, la mirada que confirma la existencia, la voz que pronuncia su nombre con ternura. No es una niña maltratada ni abandonada físicamente, pero su herida es más honda, porque es invisible “apagada”. La indiferencia de sus padres es un vacío, una ausencia perpetua que marca su infancia con la certeza de que su presencia es un accidente, un ruido de fondo en la melodía de un amor que no la incluye. Como respuesta, la niña se repliega en sí misma. Observa, escucha, aprende a existir sin molestar, a vivir sin esperar. A ser genial sin que nadie lo sepa.
Pero un día nace Laetitia, y con ella llega la luz. Tristane descubre en su hermana el amor absoluto –distnto del “amor pasión”– que nunca recibió. Se convierte en su protectora, en su madre sustituta, en la única persona capaz de otorgarle significado a su existencia. Entre ellas no hay medias tintas, no hay ambigüedad: se aman con la intensidad de quienes han sido condenadas al abandono y han encontrado en el otro la única posibilidad de salvación. Son dos planetas alineados con tal precisión que generan una música secreta, inaudible para el resto del mundo. En esa unión indisoluble, en ese amor sin fisuras, Tristane y Laetitia construyen una fortaleza contra la indiferencia, una barricada contra la hostilidad de un mundo que nunca las vio realmente.
Pero Nothomb no escribe cuentos de hadas, ¡Dios le libre! En su literatura, los amores absolutos son también cárceles, y el afecto más puro puede ser una condena. La devoción de Tristane hacia Laetitia roza la anulación de sí misma. Su amor es un escudo, pero también una forma de renuncia. En ese vínculo sagrado que las une, ella no se permite existir fuera de su papel de protectora, de guía, de pilar inquebrantable. Y aunque la infancia les pertenece como un refugio secreto, el mundo exterior acecha con sus exigencias, con sus pruebas, con sus pequeñas y grandes tragedias.
El libro de las hermanas es, en su esencia, un estudio minucioso de los lazos familiares, de cómo el amor puede convertirse en una tabla de salvación o en una trampa mortal. Nothomb disecciona con su característico estilo afilado el peso de la infancia sobre el destino de una persona, la forma en que las palabras pueden esculpir una identidad o reducirla a cenizas. En su universo, el abandono es un veneno lento, la indiferencia un crimen imperceptible, y el amor, incluso en su forma más pura, puede ser un arma de doble filo.
Con la elegancia cruel y la austeridad que caracteriza a la narradora, nos entrega una historia que no se contenta con conmover, sino que hiere, que deja marcas, que nos obliga a mirar de frente los abismos de la infancia y los ecos del abandono. Porque, como en sus mejores novelas, lo que permanece no es solo la historia, sino la sensación de haber sido testigos de algo brutalmente honesto, de un relato donde la ternura y la tragedia se abrazan
con la misma intensidad con la que Tristane y Laetitia se aferran la una a la otra, buscando, en medio del vacío, la única certeza que les fue dada: Un destino sellado como en los versos de Rilke: “Amar también es morir”.
Lo mejor: La intensidad emocional, la prosa afilada y la exploración magistral del abandono infantil.
Lo peor: Algunos elementos inverosímiles y la idealización excesiva del vínculo fraternal como única salvación.

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