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Últimos secretos de palacio de Alfonso XIII

La cornisa cantábrica se convirtió en refugio para el monarca y su familia
Alfonso XIII
Alfonso XIIICentro de Documentación de la Imagen de Santander

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A los seis hijos de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg les encantaba el palacio de La Magdalena, donado generosamente por el pueblo santanderino a su regio padre. En la suscripción, que alcanzó finalmente las 900.000 pesetas (más de 3,6 millones de euros), habían participado las gentes más humildes de la ciudad y su provincia, incluido el gremio de pescadoras. La Diputación y el Ayuntamiento de Santander abonaron la mayor parte de la diferencia del valor total de la península de La Magdalena con todos sus edificios (palacio incluido), carreteras, parques y jardines en 1912, cuando se entregó oficialmente al monarca, que se elevó a poco más de 7.600.000 pesetas (más de 25 millones de euros).
Alfonso XIII contribuyó con 1.318.000 pesetas (casi 4,8 millones de euros) provenientes de su Caja Particular, una quinta parte del total. Es decir, que una propiedad valorada en unos 25 millones de euros, al monarca le salió ni tan siquiera por 5 millones de euros. El interior del palacio satisfacía especialmente a la reina Victoria Eugenia. No en vano, las autoridades cántabras contactaron con el arquitecto inglés Wornum para que los planos de la futura casa veraniega recordasen lo más posible a la reina el estilo de las habitaciones de su país.
En Santander, como en Madrid, regía la disciplina desde por la mañana, durante la cual la infanta Beatriz y sus hermanos dedicaban una hora entera a clase y otra al estudio. A continuación iban a la playa del Sardinero, donde la Familia Real disponía de unas dependencias privadas compuestas de una caseta con catorce cabinas para los reyes, sus hijos y los invitados.
Almorzaban pronto, alrededor de la una, y a continuación los infantes dormían la siesta hasta las tres y media. Después de otra hora de estudio, salían a pasear en coche por la ciudad y sus alrededores hasta las siete de la tarde, hora en que saludaban a sus padres para irse a cenar poco después y acostarse pronto.
En Santander había también mucho tiempo para el esparcimiento. Solían organizarse divertidas excursiones que les conducían hasta las cuevas de Altamira, Santillana del Mar, Comillas, o incluso a rezar al Cristo de Limpias. La mayoría de las veces no les hacía falta irse tan lejos: en la playa del Sardinero podían bañarse, corretear por la orilla y hasta buscar cangrejos por las rocas de la costa frente a La Magdalena. Por las tardes, solían jugar al tenis. El duelo a raqueta era siempre entre dos equipos: «los madrileños», integrado por Alfonso y María Cristina, nacidos en la capital de España; y «los segovianos», del que formaban parte Beatriz y Jaime, que casi siempre lograban la victoria.
A Beatriz le encantaban las sardinas asadas. Muchas mañanas iba con su hermano Jaime a comprarlas bien fresquitas en la lonja. Otras veces, almorzaban los exquisitos huevos de corral que les llevaba María Sierra, la nodriza del infante don Jaime, desde su granja de Torrelavega. Si en Santander Beatriz disfrutaban de la compañía de su padre, la siguiente etapa de sus vacaciones tenía como privilegiado escenario otra bellísima ciudad como San Sebastián, durante la cual ellos aprovechaban para recibir el cariño y la ternura inefables de su abuela María Cristina. La reina madre disponía de una zona reservada en la playa de La Concha, a la que podía accederse entonces en un pequeño funicular que hacía las delicias de sus nietos. La Familia Real residía allí en otro espléndido palacio, Miramar, levantado en el mismo lugar donde existió un convento de dominicas incendiado durante la Guerra de los Siete Años y del cual salió doña Catalina Erauso, la célebre monja Alférez.
La reina María Cristina había adquirido, en 1888, la posesión que el conde de Moviana tenía entonces en la llamada Miraconcha. Esta finca era la primitiva base del parque y fue ampliada con la compra de un gran número de parcelas a diversos propietarios, a la que se sumó otra con una superficie de 1.918 metros cuadrados cedida por el Ayuntamiento donostiarra. Situados en el barrio de Lugariz, los terrenos ocupaban una superficie total de 81.836 metros cuadrados, sobre los que se había edificado el palacio, una casa de oficios, pabellón de cocinas, la denominada “Casa Illumbe”, una casa de vacas, la portería y el cuerpo de guardia, garaje, caballerizas, central eléctrica, almacén e invernadero. Pero era en el palacio, con una superficie de 1.916 metros cuadrados, donde los chavales hacían la mayor parte de su vida y correteaban por sus espléndidos jardines.
En el Archivo del Palacio Real de Madrid se conserva una cariñosa carta de Beatriz («Baby», firmaba ella) a su padre el rey Alfonso XIII, fechada el 28 de julio de 1923 desde el palacio de la Magdalena, precisamente, cuando la infanta era una muchachita de catorce años. La carta habla por sí sola: «Querido papá: ¿Cómo estás? Seguramente asándote. Nosotros estamos ya hartos de lluvia. Ayer se bañaron Jaime, Crista [María Cristina], Juan y Kiki [Gonzalo] por la primera vez [sic]. Hoy se van a bañar también. No sabes cuánto te echo de menos. La casa me parece que está vacía cuando no estás tú para llenarla con tu alegría. Este año, por lo que he oído, no vamos a Llergane, ¡gracias a Dios! No tengo mucho que decirte, papá, porque no llevamos mucho tiempo aquí. Adiós, hasta muy pronto te abraza cariñosamente tu hija que te quiere mucho, Baby».