Muerte en Mesopotamia. La batalla de Carras
En 54 a.C., Marco Licinio Craso decidió marchar contra el Imperio parto. Roma estaba a punto de cosechar uno de los peores desastres militares de su historia
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![David Soria Molina (Desperta Ferrero Ediciones)](/assets/images/logo_default.webp)
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Sin embargo, ese primer año de guerra resultó favorable a las legiones, que cruzaron el Éufrates y ocuparon el vecino reino de Osroene. Confiado, en la primavera de 53 a.C. Craso retomó las operaciones. Armenia, vasalla de Roma y enfrentada a Partia, ofreció al procónsul 40.000 efectivos y paso franco por sus dominios. El procónsul, sin embargo, decidió marchar directamente hacia Mesopotamia.
La moral de las tropas, además, no era la mejor, ya que se había extendido el rumor de que los partos eran enemigos temibles, mientras negros presagios se extendían por doquier. Pero los peores desaciertos fueron ofrecer como primer rancho una tradicional comida funeraria de lentejas y pan de cebada, una desafortunada arenga de Craso que desmoralizó aún más a sus fuerzas, y el hecho de que lo vieran salir de su tienda vestido con una túnica negra, en lugar de la púrpura propia de un general. La propia torpeza del anciano procónsul, al dejar resbalar las vísceras durante el sacrificio, malogró también los augurios.
La hueste de Craso sumaba siete legiones relativamente mermadas –unos 23.000 legionarios–, 4000 arqueros e infantes ligeros sirios y 4.000 jinetes –1.000 de ellos galos y germanos cedidos por César–. Al cruzar el Éufrates y penetrar en Mesopotamia, sus avanzadas descubrieron tan solo huellas de caballería en retirada. El soberano parto, Orodes II, en realidad, estaba ocupado invadiendo Armenia con el grueso de sus huestes, mientras que su general, Surena, se enfrentaba al procónsul en Mesopotamia solo con sus propios vasallos: 1.000 catafractos y unos 9.000 arqueros montados. El parto estaba, pues, en grave inferioridad numérica. Llama la atención que el soberano arsácida se enfrentara a un enemigo secundario, desguarneciendo en buena medida el camino hacia Babilonia y el núcleo del Imperio, sabiendo que el romano atacaría. Quizá pensó que Craso escogería una ruta más razonable por Armenia. De hecho, en lugar de avanzar Éufrates abajo hacia Babilonia, aprovechando el curso del río como estratégica arteria logística, los invasores se adentraron directamente en las llanuras desérticas.
La superioridad de Surena
La mañana de la batalla, los jinetes de avanzada romanos regresaron apresuradamente, anunciando que se acercaba un ejército enemigo. Craso formó sus tropas en un enorme cuadrilátero de marcha y apresuró el avance. Surena, en lugar de cargar con sus preciosos catafractos a una infantería romana todavía intacta, empleó con habilidad sus arqueros montados para, primero, asentar su superioridad sobre las tropas ligeras romanas. La previsión del comandante parto, que había hecho traer camellos cargados con flechas para reponer los haces agotados de sus arqueros, permitió a los partos mantener un fuego sostenido sobre los romanos durante horas. La impaciencia llevó a Craso a permitir que su hijo, Publio, saliera del cuadro con 1300 jinetes, 500 arqueros auxiliares y 3.200 para forzar un combate cuerpo a cuerpo. Fiel a sus astutas tácticas, la caballería ligera parta fingió una retirada en desorden. Publio se lanzó en su persecución... hacia una trampa. La caballería catrafracta de Surena embistió a los sorprendidos romanos mientras los arqueros a caballo los acribillaban. La valiente caballería auxiliar gala no pudo cazar a los arqueros ni superar a los formidables catafractos. Poco a poco los romanos perdieron la cohesión. Algunos se refugiaron en lo alto de una loma, donde fueron aniquilados, en tanto Publio se quitaba la vida.
Craso, informado por mensajeros del desastre, reanudó demasiado tarde la marcha, en un baldío esfuerzo de socorro. Fue entonces cuando, ya desorganizadas y desmoralizadas las legiones, y destruida su caballería, los catafractos partos pudieron cargar, apoyados por sus arqueros. Con todo, al caer la noche, los romanos todavía no se habían desbandado, por lo que los jinetes partos, incólumes, se retiraron a descansar. El anochecer encontró al procónsul convertido en un anciano abatido, hasta el punto de que fueron sus oficiales quienes asumieron el mando y ordenaron una desesperada retirada nocturna hacia la cercana Carras, donde se refugiaron. Al amanecer, los partos exterminaron a los heridos abandonados por los romanos, antes de marchar sobre la ciudad. Surena ofreció parlamento cara a cara a su rival, pero el encuentro acabó en violencia y Craso fue muerto y decapitado. Comenzó entonces la desbandada final de los romanos hacia Siria, a donde apenas consiguieron llegar 8.000 supervivientes... que no olvidarían jamás el color de su sangre derramada sobre las arenas del desierto.
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