Leyes Jim Crow: la segregación racial de Estados Unidos que inspiró a Hitler
Las Leyes de Núremberg, que supusieron el inicio del horror nazi sobre la población judía, tomaron como ejemplo unas normas promulgadas contra la población negra estadounidense
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El racismo es la mayor lacra que viene arrastrando la humanidad a lo largo de su historia. Es una discriminación que se ha llevado por delante miles de vidas, que ha liderado guerras y ha acabado con los sueños de tantas familias. Y continúa ocurriendo, habiendo servido el suceso de George Floyd recientemente como una llamada de atención de que el racismo sigue estando entre nosotros, y que debe ser cuanto antes erradicado. El gran problema llega cuando el poder lo toma como arma. Desde la esclavitud al Holocausto nazi, muchos han sido los grandes dirigentes de la historia que han cometido atrocidades contra estas personas, por el simple hecho de rezar a otro Dios o de tener otro color de piel. Y ya no es solo la práctica lo que estremece, sino también la teoría, pues se han escrito estatutos a seguir con el único fin de discriminar al considerado como diferente.
Ejemplo de ello son las Leyes de Núremberg: la Alemania nazi las adoptó el 15 de septiembre de 1935 (hace hoy 87 años), una serie de normas de carácter racista y antisemita por las que la población se dividía en dos grupos. Por un lado, “los ciudadanos” del Reich y, por otro, los “súbditos”, que eran las minorías de sangre no germana. Estos últimos eran privados de cualquier derecho constitucional, como era la prohibición a los judíos del matrimonio o de relacionarse con “los ciudadanos”, entre otras medidas. Unas leyes desorbitadas redactadas por el político Wilhelm Frick -entonces Ministro del Interior del Reich-, y que se inspiraron, según los historiadores, en las Leyes Jim Crow estadounidenses, promulgadas a finales del siglo XIX.
Según explica el abogado James Whitman en “El modelo estadounidense de Hitler: Estados Unidos y la elaboración de la ley de raza nazi” (2017), las leyes de Núremberg estuvieron basadas en una segregación racial estadounidense que se oficializó a finales del siglo XIX. Bajo el lema “separados pero iguales”, estas normas llevaron el racismo a las calles, los colegios, las iglesias, los parques o el transporte, de manera que los afroamericanos y otros grupos étnicos recibían un tratamiento inferior que los blancos. Por ejemplo, había fuentes de agua potable diferentes para los blancos y para los negros, así como las entradas a los cines se dividían también de la misma manera. Unos casos que se pueden apreciar también en películas como “Green book” (2018), y que sirvieron como guía para la elaboración de las Leyes de Núremberg.
“Una de las opiniones nazis más llamativas fue que Jim Crow era un programa racista adecuado en los EE UU porque los negros estadounidenses ya estaban oprimidos y eran pobres”, escribe Whitman, “pero luego, en Alemania, en contraste, donde los judíos eran ricos y poderosos, era necesario tomar medidas más severas”. Por tanto, los nazis se fijaron ante todo en la denominación de “no ciudadanos” que las Leyes Jim Crow establecieron para nativos americanos, asiáticos o filipinos, trasladándolo a las de Núremberg para despojar a los judíos de su ciudadanía. “Algunas de las leyes estadounidenses amenazaron con castigos penales severos por matrimonio interracial, algo que los nazis radicales también estaban ansiosos por hacer en Alemania”, apunta el abogado.
Discriminación de sangre
Las Leyes de Núremberg fueron, por tanto, el inicio del horror nazi sobre la población judía. Tal y como explicaba Hitler en “Mein Kampf”, el objetivo era concienciar a la población alemana de que el judío, fuera o no germano, era una lacra social “que debía ser extirpada como un tumor cancerígeno”. Hasta el punto de que, desde que se promulgaran dichas normas y durante los años que duró el Tercer Reich, se aprobaron otras 400 leyes, que sostenían la prohibición de un judío de tocar en una orquesta o de poseer una mascota. De hecho, para “facilitar” la comprensión de esta discriminación, se elaboraron unas tablas que diferenciaban los rasgos de aquellos que debían ser apartados.
En este frívolo esquema, se dividía a la población en cuatro grupos: “sangre alemana”, “mestizo de segundo grado”, “mestizo de primer grado” y judíos de primer y segundo grado. Unas categorías que ya no se limitaba a la religión, sino que se extendía a la sangre, pues dependían de si se tenían tres o más abuelos judíos o alemanes, y que se aplicaban para proceder a la opresión administrativa hacia estos grupos “inferiores”, privándoles de cualquier influencia en cualquier aspecto de la vida pública, así como en esferas económicas o laborales.