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Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes: “Soy una francotiradora”

Este viernes, la escritora cumple 80 años y ha sido galardonada por una obra arriesgada, su reflexión sobre el exilio y ser un «puente entre Iberoamérica y España»
  • Javier Ors

  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Su nombre circulaba desde primeras horas de la tarde como ganadora del Premio Cervantes 2021, pero nadie se atrevía a confirmarlo. Podía ser un rumor y tan solo formar parte de una de las tantas apuestas que siempre existen alrededor de los galardones. Cristina Peri Rossi, uruguaya de 1941, traductora por vocación, escritora inquieta y exigente, de las que desconfían de los caminos ya trillados y siente el aventurerismo y el vértigo de lo experimental, siempre ha traído consigo el eco de su activismo político, la amistad lejana con Julio Cortázar y una obra extensa, desacomplejada, de amplias orillas. Pero ayer nada en su domicilio, situado en un barrio de Barcelona, anticipaba que allí residiera una autora que fuera a alzarse con el galardón más prestigioso de las letras en español. El edificio responde al gusto de los setenta, sin nada notable en la fachada exterior. En la puerta no hay ningún periodista esperando. En realidad no hay nadie. No existe ninguna expectación, no hay ruido de nada. Solo silencio. Quizá queda, antes de traspasar el umbral, que cerca de allí existe una cafetería a la que ella suele ir. Es uno de esos sitios donde un narrador y poeta encuentra acomodo entre su vocinglería y el bullicio habitual que agita las conversaciones y las peticiones de las mesas. En sus paredes conservan recortes de ella, de sus entrevistas, de artículos, de cosas literarias. Al entrar en la casa, se respira el silencio de los lugares sin prisas, sin agitaciones. El portero, amable, de jersey oscuro, con cuarenta y pico años cargados a la espalda, sale al cruce con el irrevocable aspecto de las personas que conocen lo que se cuece. «Ella ya lo sabe, ya está informada», comenta con tranquilidad, con la sonrisa de las personas que están al tanto de lo que sucede y que casi va por delante del resto. Todavía no se ha mediado palabra, apenas un saludo, cuando, con diligencia y un gesto moderado, señala el ascensor y apunta el piso al que uno debe dirigirse.
Peri Rossi pertenece al grupo de autores que siempre han buscado formas nuevas de expresión y que ha disfrutado de un enorme prestigio en las letras desde su irrupción en la literatura cuando apenas contaba con 22 años y la juventud era una línea de horizonte sin final. Nada hacía auspiciar por entonces que con su primer libro, «Viviendo» (1963), que la daba a conocer en el mundillo, su obra terminaría traduciéndose a más de veinte idiomas, algunos tan distantes como el coreano, y que relevantes críticos internacionales subrayarían la maestría de su legado literario.
El valor de la palabra
Un talento que ayer fue refrendado, precisamente, por el jurado del Premio Cervantes, que falló a su favor por mayoría, no por unanimidad. En el acta se reconocía «la trayectoria de una de las grandes vocaciones literarias de nuestro tiempo y la envergadura de una escritora capaz de plasmar su talento literario en una pluralidad de géneros». También se subrayaba que «la literatura de Peri Rossi es un ejercicio constante de exploración y crítica, sin rehuir el valor de la palabra como expresión de un compromiso con temas claves de la conversación contemporánea como la condición de la mujer y la sexualidad». El ministro de Cultura, Miquel Iceta, durante el anuncio del Premio Cervantes, resaltó igualmente la enorme calidad de la autora, subrayó uno de los aspectos que existe en esta edición: «La condición de su obra como puente entre Iberoamérica y España y de recordatorio perpetuo del exilio y las tragedias políticas del siglo XX».
Peri Rossi vive en un piso alto, en una duodécima planta. Pero al llamar a su puerta, que es de madera antigua, que no tiene felpudo al pie, que se ajusta al marco con esa precisión que impide que ningún sonido salga del interior, no sale ella, sino la persona que está cuidándola en este momento. Y es que Peri Rossi, al contrario de lo que muchos puedan considerar, tiene una biografía asendereada, de muchas emociones. Desde temprano optó por una activismo político que le buscó muchos enemigos y que la obligó a abandonar su país para refugiarse en España, donde se exilió en 1972, cuando frisaba la edad de 31 años. Un periplo amargo, de mucho abandono y dolor, que no terminó con una residencia fija en nuestro país, sino con una nueva huida, cuando el Gobierno español entró en conversaciones con el suyo. Esta vez, por mediación de Julio Cortázar, encontró acomodo en París. Allí fraguó con el autor de «Rayuela» una intensa amistad que después ella reflejaría en «Julio Cortázar y Cris». Solo más tarde, a partir de 1975, obtendría la nacionalidad española y podría regresar a nuestro país, donde ya permanecería.
Una escritora entre géneros
Sin embargo, nada de esto que se viene a encontrar en una conversación urgente, apremiante, con motivo del Premio Cervantes, aparece. Lo que se escucha no es precisamente lo que gustaría. Al abrirse la puerta de la casa cae una luz suave, clara y la persona que atiende comunica que «por desgracia», Cristina Peri Rossi «no nos puede atender». Informa que en este instante está enferma, que está delicada de salud. Sí comenta que ya ha hablado con el ministro y que «está muy contenta, aunque esté en la cama en este momento». Al volver a la calle, lo único que suena es una notificación en el móvil: «La escritora Cristina Peri Rossi gana el Premio Cervantes». Y uno, aunque no regresa sobre los pasos, vuelve a intentar hablar con ella, porque si una cosa enseña el periodismo es a no desistir ni tirar la toalla nunca. Y el éxito, esta vez, sale al encuentro de uno, aunque solo sea por unos cuantos minutos. «Es el premio a toda una obra que empecé muy joven. Con 22 años publiqué mi primer libro. No pertenezco a ninguna camarilla literaria, ni enchufes. Soy una francotiradora», reconoce la escritora, que, a pesar de su voluntad, es escueta en palabras.
A pesar de su estado delicado, Cristina Peri Rossi todavía conserva el sentido del humor, todo un escudo contra los malos momentos, y asegura respecto al Premio Cervantes que «casi coincide con mi cumpleaños el 12 noviembre» (que es mañana), aunque aquí es inevitable que meta un pequeño inciso para acordarse de un amigo: «Cortázar estaría encantado porque nunca tuvo premios».
La escritora tampoco puede evitar, es casi inevitable, hacer una alusión a la dotación que trae consigo el galardón: «Creo que esta es la primera vez que veré 125.000 euros juntos», comenta. Y luego añade respecto a su trayectoria profesional: «He pagado el precio de escribir en editoriales pequeñas que aman lo que escribo. No he querido que me impusieran el tema o fuera más comercial». Es tentador preguntarle por el motivo del discurso para la entrega del Premio Cervantes y ella se muestra renuente a decirlo, pero, por debajo, como una alumna pilla, asegura: «El discurso del Cervantes es un secreto, pero hablaré de la mujer».
CORTÁZAR, UN AMIGO DEL AZAR
Por Diego GÁNDARA
Hay amistades, entre escritores, entre personas, que a veces duran un momento, unos pocos años quizás, pero que perduran para siempre gracias al amor del tiempo compartido y al ejercicio perenne del recuerdo. Un ejercicio en el que la escritura muchas veces se mezcla con la vida y la vida vuelve a ser vida gracias al milagro fugaz de la evocación.Cristina Peri Rossi, se sabe, mantuvo con Julio Cortázar una amistad que en más de una ocasión fue más allá de la amistad, con propuestas matrimoniales del autor de «Rayuela» y que la flamante ganadora del Cervantes rechazó porque veía más a Cortázar como un amigo que como un posible amante o marido y porque ambos gustaban de las mujeres.
La amistad fue sincera y también fue íntima e intensa, con encuentros constantes en París, donde Cortázar vivía, y en Barcelona, donde la poeta uruguaya, exiliada, había fijado su residencia en 1972. Ese año, más allá de todo, fue el año en que se conocieron, y el encuentro, fiel a la poética de Cortázar, nada tuvo que ver con el azar ni con la casualidad sino con la literatura. La excusa fue «La llamada de mis primos», una de las primeras novelas de Peri Rossi. Cortázar, que había leído entusiasmado la novela, no dudó en escribirle de inmediato. «No tengo el placer de conocerla personalmente, pero la llamo por su nombre de pila porque el libro invita a la empatía», le dijo Cortázar en una carta. Él, por entonces, rondaba los sesenta años; ella acaba de cumplir treinta y dos, pero la diferencia de edad no fue ningún obstáculo para que el encuentro se produjera. Cortázar la invitó a París y Peri Rossi aceptó. «Te espero en la gare de Austerlitz», le dijo Cortázar por teléfono.
El resto, como se dice, es historia. Porque entre ambos («el azar no existe; yo tenía que encontrarte como fuera», le dijo Cortázar) nació una amistad de casi quince años y que terminó con la muerte de Cortázar en 1984. Una amistad sincera sostenida por los mismos referentes literarios y musicales y porque Cortázar vio en ella (y ella en él) un alma gemela. «Tenía treinta años cuando lo conocí y era uno de mis escritores favoritos», recordó Peri Rossi tiempo después. «Pero nunca me había interesado conocer a ninguno. Sin embargo, el exilio creó unas afinidades y unas necesidades que explican que este encuentro tuviera muchos significados para ambos. Me pareció que era un hombre triste, tierno, lúdico, devorador de letras, amante de la música, igual que yo. En seguida nos sentimos cómodos, entusiasmados, cómplices y amigos.»
Fruto de esa amistad intensa y de ese amor desmedido son los quince poemas que Cortázar le dedicó en su único y póstumo libro de poemas «Salvo el crepúsculo» y los libros que Peri Rossi publicó después de la muerte del autor de «Bestiario»: «Julio Cortázar» y «Julio Cortázar y Cris». Dos libros en lo que brindó el hermoso testimonio de quince años de amistad y que, más allá del tiempo y del azar y de las idas y vueltas del destino, perduran en la memoria y renacen cada vez que se produce el milagro de la evocación.