Manhattan
Angkor, puerta de entrada a Tailandia
Sumido durante más de 400 años en las tinieblas del olvido, Angkor es una de las grandes maravillas. de la antigüedad, uno de esos lugares ante los que el viajero no deja de preguntarse cómo es posible que haya sido construido por el hombre
«Uno de estos templos, Angkor Wat, rival del templo de Salomon y erigido por algún antiguo Miguel Ángel, podría ocupar un puesto de honor junto al más bello de nuestros edificios. Es más grandioso que los que nos dejaron Grecia o Roma. Ante el profundo azul del cielo y el intenso verdor de los bosques que sirven de fondo a esta soledad, las líneas de una arquitectura, a la vez elegante y majestuosa, me parecieron el perfil monumental del gigantesco cementerio en el que reposa toda una raza desaparecida». Así contaba, en 1858, Henri Mouhot, naturalista y explorador francés, su descubrimiento de los templos de Angkor, en el corazón del norte de Camboya, revelándolos a una sociedad europea, llena de prejuicios y egocentrismos, como uno de los tesoros arqueológicos más impresionantes del planeta.
Perfectamente mimetizado con la espesura de la selva camboyana, ocupando una superficie de 400 kilómetros cuadrados (equivalentes a la isla de Manhattan), Mouhot fue encontrando paulatinamente decenas de gigantescos templos tallados en arenisca y centenares de monumentos religiosos de menor tamaño. Ante sus ojos tenía la obra cumbre del arte Khmer (o jemer) y el lugar elegido por sus reyes para ser el centro espiritual y capital de su imperio desde su fundación en el siglo IX hasta su misteriosa desaparición a principios del XV.
A unos seis kilómetros de la bulliciosa Siem Reap (el cuartel general casi obligado para todos los turistas que llegan a Camboya), siguiendo la carretera Charles de Gaulle, llegamos directamente hasta la entrada más frecuentada del conjunto monumental: la puerta sur de Angkor Thom, coronada con cuatro cabezas orientadas a los puntos cardinales. Antes de traspasar esta puerta se recorre un puente sobre el inmenso lago que rodea el fastuoso Angkor Wat, un templo que por si solo merecería la visita. Dicho puente está flanqueado por 54 Devas (dioses protectores) en el margen izquierdo y otros tantos Asuras (demonios) en el margen derecho, todos tirando, en distinta dirección, de una serpiente de varias cabezas, para mantener el equilibrio del bien y del mal presentes en la naturaleza humana.
Justo en el centro geométrico de la antigua ciudad nos aguarda Bayon, para muchos el más original de todos los templos de Angkor. Los 216 rostros que lo decoran, esculpidos sobre 54 gigantescas torres de piedra, regalan una mirada serena y una enigmática sonrisa que nos recuerda a la de la Gioconda; algo que, de tener vida, sería difícil de conseguir teniendo que soportar las miles de fotografías que los turistas les hacen a diario.
El más grande del mundo
Angkor Wat no sólo es el más fastuoso de todos los templos de Angkor; es el edificio sagrado más grande del mundo. Todo en él es colosal: el foso que lo rodea por completo tiene una anchura de 200 metros; la torre principal (hay cuatro más, todas con forma de capullo de flor de loto) es tan alta como Notre Dame de París y su muralla mide más de tres kilómetros. La visita a Angkor Wat requiere tiempo y calma; perfectamente puede llevarnos una mañana completa si queremos disfrutarlo como es debido. Un consejo a tener en cuenta es llegar al templo muy temprano, para ver amanecer allí. Además, así evitamos parte de la turba de turistas que aparecen en las horas centrales del día y disfrutamos del lugar con menos calor y humedad. Sin duda alguna, Angkor Wat es la joya de la corona del arte Khmer, con tal despliegue de equilibrio, armonía, proporción y perspectiva que resulta del todo imposible no emocionarse con su contemplación. En sus columnas, estatuas y relieves podemos leer más de ocho siglos de la historias de Camboya.
Un paraíso en Tailandia
Muchos viajeros que llegan a Angkor lo hacen como punto de partida de un periplo que finalizará en alguna playa paradisíaca de la vecina Tailandia. Es una perfecta opción, pues muy cerca de la frontera entre estos dos países está la isla de Koh Chang, o isla del elefante, la segunda más grande del país. Sin llegar al glamour y fama de las míticas Phuket, Krabi o Phi Phi, la isla de Koh Chang nos ofrece playas menos masificadas y con una naturaleza exuberante. Forma parte de un archipiélago de 52 islas que conforman el Parque Nacional Marino de Mu Koh Chang. Muchas de estas islas están totalmente deshabitadas y nos regalan la oportunidad de sentirnos como un verdadero Robinson Crusoe. Un espectáculo imprescindible es ver, por las noches, el baile de luz que nos brindan miles de luciérnagas en los bosques.