Viajes
Conoce el escalofriante parque de atracciones de Hezbolá
En el sur del Líbano los valientes pueden ir y conocer un parque de atracciones que glorifica las acciones terroristas de uno de los grupos más violentos de Oriente Próximo
La complejidad de Oriente Próximo es abismal. Un europeo a la vieja usanza apenas puede alcanzar a imaginar el berenjenal de chiítas, suníes, coptos, radicales, ortodoxos, nacionalistas, sufíes, comunistas, sionistas, católicos, moderados, zoroastristas, salfatitas y ese largo etcétera de ideologías y religiones y culturas que hacen de esta región del planeta una de las más viscerales de los últimos cinco mil años. Comprender Oriente Próximo de la manera adecuada casi exige un doctorado. No sirve encender las noticias después de comer, ni leer cuatro periódicos diarios. Pero los que nos somos doctores en geopolítica contamos con una herramienta excelente para conocer: son nuestras narices. El olfato. Se lo digo al lector en confianza, le aseguro que no se ve igual un muerto en el televisor a como huelen en los hospitales atestados de Damasco, ni se ve de la misma manera una ciudad en ruinas al aroma que desprende el cemento quemado, los recuerdos de miles de vidas reventadas a pie de calle. El olor es indispensable para conocer y empatizar.
Si el lector quiere utilizar este mes de verano para viajar lejos y comprender algo mejor la situación que se cuece en Oriente Próximo, entonces le recomiendo encarecidamente que le eche un par de huevos de gallina al asunto y que se coja un avión a Beirut. Que se haga un buen seguro de viaje, prepare el equipaje a conciencia y que huela el Líbano. Luego salga del Aeropuerto Internacional Rafic Hariri e introduzca una amplia y densa bocanada de oxígeno libanés en los pulmones.
Recomendaciones para viajar al Líbano
Estamos hablando de un viaje más complejo que las últimas vacaciones cuando fuimos a Italia. Y me remito a las indicaciones del Ministerio de Exteriores para remarcar esta aclaración: a pesar de que los últimos tres años pueden considerarse como los más estables de las últimas décadas, en el ámbito de la “seguridad”, Líbano sigue siendo un país impredecible con fuertes tensiones sociales y políticas que obligan a ser cautos en las previsiones. Por lo general, los principales lugares de interés turístico se han venido considerando zonas de menor riesgo.
Entonces no será suficiente con hacerse la PCR que nos exige el gobierno libanés para entrar en el país. También habría que informar a la embajada española en Beirut de nuestro itinerario de viaje, paso por paso, y mantener una línea de comunicación diaria con ellos. Mandar nuestra ubicación de forma asidua a un familiar o amigo que esté en España tampoco es mala idea, para que sepan en todo momento dónde nos encontramos (que el Líbano no es la escenificación del caos y no deberíamos sufrir un imprevisto, pero, repito, no estamos en la Toscana italiana). También recomiendo llevar un botiquín en la maleta. Y, por qué no, aprender alguna palabreja de árabe para salir al paso.
Aquí tienes las recomendaciones de viaje al Líbano que propone el Ministerio de Exteriores español. Recomiendo leerlas con atención.
¿Qué ver en Líbano?
Una vez hemos aterrizado en Beirut, disponemos de dos tipos de viaje: uno de corte cultural y que consista en visitar monumentos históricos y demás detallitos interesantes que ofrece este maravilloso país; el otro tipo, al que irá dirigida esta pieza, será un viaje que nos lleve a pasear en las entrañas de Oriente Próximo y conocer (oler) de primera mano el batiburrillo de ideas y de culturas que pululan aquí y que tan extrañas nos parecen desde casa.
En Líbano podemos encontrar actualmente 469.555 refugiados palestinos, diseminados en doce campamentos a lo largo del país. Los campamentos más accesibles son los cuatro que podemos encontrar en Beirut y está permitida la entrada a turistas. Ahora, no recomiendo ir de visita a los campamentos como un turista, esto es, con cámara de fotos, carita de pena y los pantalones remangados para no mancharnos; en su lugar sería mejor idea acceder a ellos como seres humanos, simplemente, y charlar con quien haga falta para comprender su situación y aprender de ellos. Busque un puesto de comida ambulante y mientras mordisquea un delicioso shawarma con markook pregunte al comerciante qué ocurrió en el campamento de Dbayeh durante la guerra civil libanesa. O visite el campamento de Burj El Barajneh y pregunte a los ancianos cómo fue huir de Galilea con lo que llevaban puesto en 1948, y qué supuso para ellos esa huida de su hogar, y pregúnteles cómo fueron sus vidas antes, y cómo son ahora.
Y si rompen a llorar, pues lloren con ellos. Porque resulta que cuando uno marcha al Líbano convertido en un experto de las conversaciones de barra de bar y doctorado en los telediarios, y se encuentra sin pensarlo ni desearlo con decenas de miles de familias del todo inofensivas y desarraigadas de su tierra, pues, caramba, no voy a ser diplomático, pero podemos alcanzar a comprender que les hierva la sangre a los palestinos cada pocos meses. No a los musulmanes; a los palestinos.
Pregunte qué fue aquello de la masacre de Sabra y Chatila y la participación de grupos de extrema derecha libanesa y del Estado de Israel.
El cambio del punto de vista
Y poco a poco, conociendo (oliendo) de primera mano los actos salvajes perpetrados por Israel pero sin olvidar el asesinato de inocentes indiscriminado que llevan a cabo algunos grupos musulmanes, comprendemos que en la guerra es sumamente difícil encontrar “malos” y “buenos”. Poco a poco, bocanada a bocanada, descubrimos que el aceite que alimenta los engranajes de la guerra es el victimismo que galopa sin riendas entre las calles pulverizadas. Es cierto, vayan a Beirut para comprobarlo, es casi matemático: en todos los conflictos y sin excepción, cada bando piensa que ellos son las víctimas y los enemigos son los verdugos. Ningún soldado normal lucharía por lo que considera una injusticia, ¿no cree? Hitler juraba que los alemanes eran víctimas de una conspiración judía, los conductores de trenes a Siberia se pensaban que todos los que enviaban a morir al frío eran verdaderos traidores a su patria y conspiradores en acto y en potencia. Incluso Julio César consiguió el permiso del senado romano para conquistar las Galias porque alegó que se trataría de una guerra defensiva y que los galos se estaban armando para conquistar Roma. Y miren, aquí en España tenemos un ejemplo excelente con la última Guerra Civil.
No hay malos y buenos. Hay buenos y buenos, o malos y malos, o ni siquiera eso. Los conceptos necesitan de un contrario para existir (frío y calor, luz y oscuridad, bien y mal) pero ocurre que en el momento en que se derrumban por el peso de las explosiones aquellas líneas que definen una u otra palabra, los conceptos desaparecen también, entonces tampoco podríamos decir que en las guerras todos son malos o buenos, pero sí podríamos decir que son, simplemente. Son. Y huelen. Y lloran. Y gritan frente a las cámaras con los ojos rojos que dan miedo y desean venganza. Es tremendamente simple y creo que precisamente por esto resulta endiabladamente complicado de entender. Viajar puede ayudarnos en este proceso pero también conviene saber que, pese a que nosotros comprendamos al “extremista” musulmán, él no tiene por qué comprendernos a nosotros, vive demasiado enraizado en su situación, y puede ser que mientras le gritamos aterrados que le comprendemos, él nos huela la ropa de europeo y nos largue un navajazo.
Que el lector vaya a Beirut y cambie su punto de vista. Aléjese de las definiciones para dar el siguiente gran salto: el parque de atracciones de Hezbolá.
Un parque de atracciones de la muerte
Hezbolá es considerada una organización terrorista por la Unión Europea, los Estados Unidos, Argentina, Australia, Canadá, Reino Unido, Israel, el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, Egipto y tantos países más. Sin embargo un buen número de gobiernos árabes no lo consideran así, y en Líbano cuentan incluso con una amplia representación en el Gobierno. Es por esto que antes quise detenerme en el asunto de los puntos de vista. ¿No parece surrealista? ¿Que un grupo señalado como terrorista por tantas naciones sea sin embargo un grupo político más en el parlamento libanés? No podríamos comprender la broma sin comprender antes lo relativo a los puntos de vista.
Y llegamos al parque de atracciones Mleeta Landmark, muy próximo a la ciudad de Tiro, al sur del país. En el arco de entrada se puede leer la frase “donde la tierra habla al paraíso” y graciosos carteles con forma de bala nos señalan el camino a seguir. Fosos con tanques israelíes retorcidos y requemados hacen de decoración, junto con toboganes fabricados con cañones o montones de cascos enemigos y reunidos como botines de guerra. Carteles explicativos narran a los niños que vienen de visita con el colegio la razón de ser de Hezbolá, y cuentan también las causas de su existencia y el por qué de su importancia para el mundo islámico. Incluso el tipo que recoge los tickets, que en Port Aventura suele ser un chavalín con granos y la mar de simpático, no es otra cosa que un temible guerrillero con la barba llegándole al ombligo y la AK-47 colgada a la espalda. Suena a cachondeo pero es que ellos piensan diferente, maldita sea, y van en serio.
Entre las actividades más destacadas del parque podemos encontrar esa que consiste en sujetar una Kalashnikov, o ser espectadores de un vídeo muy moderno donde nos explican cada victoria de Hezbolá sobre el “estado terrorista” de Israel. ¡Incluso hay una urna para depositar donaciones!
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