Industria
Minerales críticos, un tesoro en el subsuelo español
El terreno español es rico en elementos fundamentales para digitalizar la economía y afrontar con éxito los retos de la transición energética. Solo un smartphone, una verdadera tabla periódica móvil, precisa de más de 60 de estos elementos para su fabricación
El wolframio o tungsteno español fue utilizado por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial para la fabricación del blindaje de sus carros de combate y para la creación de puntas perforantes de sus proyectiles. Se convirtió, pues, en un material estratégico, crítico, durante la contienda bélica, que despertó una verdadera «fiebre» en aquellas comarcas cuyo subsuelo era rico en este mineral. Fue el caso de la localidad salmantina de Barruecopardo, que contaba con la mina más grande España. El municipio, situado junto a los Arribes del Duero, en la frontera con Portugal, y que llegó a recibir el sobrenombre de la «California chica», vivió una edad dorada, de prosperidad económica, vinculada a la extracción del wolframio. Sin embargo, la guerra acabó y, con ella, el «boom» del wolframio. Las minas cerraron, cayendo los pueblos que las albergaban en el más absoluto abandono. Prácticamente, toda la actividad se trasladó China, un país que, actualmente, extrae el 85% del wolframio mundial.
En 2020, 40 años después de su cierre, la empresa Saloro reabrió el yacimiento de Barruecopardo. Y es que el wolframio, uno de los materiales que mejor aguanta el calor, ya que tiene el punto de fusión más alto de todos los metales (3.400 grados centígrados), y que es indispensable no solo para la industria de la Defensa, sino también para fabricar móviles o placas de circuitos, vuelve a ser estratégico después de que la Comisión Europea lo incluyera en la lista de materias primas críticas, es decir, aquellas que tienen una alta importancia económica y con riesgo de falta de suministro.
En 2017, la Unión Europea promovió el proyecto EURARE (European Rare Earth Element), en el que señalaba 76 yacimientos y depósito de tierras raras y aprobó una lista de 30 materias primas críticas, entre las que se encuentra, además del wolframio, el espato flúor (fluorita), la celestina (estroncio), el tántalo o el cobre, elementos todos estos muy presentes en el subsuelo de la Península Ibérica. En el caso de las tierras raras, que no son tierras ni tampoco raras (se llaman así porque tierras era como antiguamente se denominaba a los óxidos, y raras porque es difícil encontrarlas en estado puro en la naturaleza, ya que suelen formar parte de rocas y minerales), identificó cuatro zonas cuyo terreno era rico en estos elementos y también de otros, como el ahora tan demandado litio, fundamental en la fabricación de baterías. Así, detectó importantes yacimientos en Galicia, concretamente en Pedrafita do Cebreiro (monacita), Lalín (niobio, litio, tántalo), Monte Galiñeiro ( monacita, tántalo, niobio), y Viano do Bolo (niobio, tántalo); en Castilla y León, en La Fregeneda (litio) y Domo de Tormes (tántalo, cerio); en Extremadura, en El Cañaveral y San José de Valdeflores (litio, tántalo) y Alburquerque (niobio, litio, tántalo), y en Castilla- La Mancha, en Campo de Montiel (monacita, cobalto, neodimio) y Matamulas (monacita, cesio). También en el mar, como los Montes Submarinos de Canarias, que son muy ricos en Telurio. Pese a esta variedad, en nuestro país hay muy pocas explotaciones de tierras raras, por no decir ninguna, a pesar de que importamos unas 550 toneladas de estos elementos al año.
Autosuficiencia
Una riqueza que se esconde en el subsuelo español, y que puede suponer un renacer minero en España, especialmente a raíz de la aprobación por parte de la UE de la Ley de Materias Primas Críticas, que tiene como objetivo fomentar una industria europea de la extracción y la transformación de este tipo de elementos, que reduzcan la dependencia comunitaria de terceros países y permita alcanzar los objetivos de sostenibilidad y la transición hacia una economía digital. Y es que si algo puso de manifiesto la pandemia, primero, y la Guerra de Ucrania, después, fue el fracaso de ciertas cadenas de suministro y la necesidad de que la Unión Europea sean autosuficiente.
«España tiene reservas de materias críticas y tierras raras. Si fueran explotadas, tal vez no llegaríamos a ser autosuficientes, pero sí reduciríamos drásticamente nuestra dependencia de países como China, que es el primer productor mundial. Por ejemplo, en Castilla y León y en Galicia, hay zonas que albergan bajo tierra el 10 % de las reservas mundiales de tungsteno. Si se suma lo que hay en esa zona con lo que se halla en el lado portugués, la cantidad se elevaría hasta el 20 %», explica Ignacio Mártil, catedrático de Electrónica de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Real Sociedad Española de Física.
Se trata, pues, de materias primas esenciales para la fabricación de tecnologías. Cables de fibra óptica, teléfonos móviles, tablets, baterías de coche eléctrico, lámparas de bajo consumo, turbinas eólicas, placas solares.... precisan de estos elementos, invisibles para los ciudadanos, pero ya imprescindibles (cada habitante del planeta consume una media 17 gramos de estos materiales).
Mártil explica que solo un smartphone contiene entre 65 y 70 elementos químicos, lo que los convierte en verdaderas tablas periódicas móviles. Tal y como explica el experto, algunos de estos elementos son extremadamente escasos, ocho de los cuales corresponden al grupo de tierras raras y otros, como el cobalto, son muy conflictivos por los tremendos problemas sociales y ambientales que generan en los lugares de su extracción, como El Congo.
Por su parte, un vehículo eléctrico contiene alrededor de 10 kilogramos de tierras raras, el doble que un coche de gasolina. «Un coche electrificado es un verdadero yacimiento con ruedas. Si hacemos unos números y extrapolamos hacia un futuro posible, en el que en el planeta puedan circular 2.000 millones de este tipo de automóviles, podemos hacernos una idea de la ingente cantidad minerales críticos y de tierras raras que serán necesarias para poder fabricarlos», señala Mártil.
Una demanda que, sin duda, irá a más en los próximos años. Según un estudio de la Universidad de Lobaina, para alcanzar la neutralidad climática en la UE en 2050, se necesitará 35 veces más litio, un 30% más de aluminio, un 35% más de cobre, un 100% más de níquel, un 350% más de cobalto y entre 7 y 26 veces más de tierras raras.
«Europa precisa de una industria de minerales críticos sin que se tenga que depender de terceros países. Hay determinados elementos que solo se pueden fabricar con ciertos materiales , y que no tienen que ser ni especiales ni escasos. Lo hemos visto con el caolín, que es imprescindible para fabricar sanitarios, y cuya falta de suministro ha provocado la paralización de las fábricas españolas», expone Esther Boixereu, especialista en Recursos Minerales en el Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
Obstáculos
Pese a la oportunidad que puede suponer la actividad minera, la extracción y transformación se enfrenta a numerosos obstáculos, ya que se asocia frecuentemente a perjuicios medioambientales. Muchos de los proyectos, como el de San José de Valdeflores, en Cáceres, o el de Campo de Montiel, en Ciudad Real, se encuentran actualmente a la espera de recibir las preceptivas autorizaciones. Muchas de estas iniciativas se podrían desatascar gracias a la nueva Ley, ya que si las instituciones europeas nombran ciertos proyectos como estratégicos, las empresas podrían obtener los permisos en un plazo de 24 meses, y de 12 meses en el caso de la instalaciones de procesamiento.
«La legislación española es muy garantistas, por lo que todos los proyectos cuentan con los estudios de impacto medioambiental necesarios. Una mina aporta riqueza y dinamiza la economía de los territorios en los que se encuentran, no solamente por el proceso de extracción, sino también por la labor de investigación que se despliega en torno a cada una de estas iniciativas, por no hablar de todas las industrias auxiliares que surgen alrededor de las mismas», añade Boixereu.
Por su parte, Mártil apunta también al rechazo que este tipo de proyectos despierta entre algunos ciudadanos, lo que dificulta su desarrollo. «Se produce una incongruencia porque a nadie le gusta que le pongan una mina al lado de su casa, pero, luego, todo el mundo lleva el móvil en la mano. En Europa, somos muy cuidadosos con el medio ambiente, por lo que preferimos que los minerales se extraiga y se procesen en otros lugares lejanos, sin pensar en las consecuencias tremendas que tiene esta actividad minera en mucho países. En China, por ejemplo, la minería de tierras raras es devastadora desde la perspectiva de la contaminación, por no hablar de las terribles consecuencias desde el punto de vista de los derechos humanos que se asociación a la explotación de coltán en El Congo. Si la extracción y el procesamiento se hiciesen en Europa, no tendría nada que ver con la que se hace en estos países, donde las leyes no protegen ni el medio ambiente ni los derechos humanos», apostilla Mártil.
En este sentido, Guillaume Pitron, autor de la «La guerra de los metales raros» (Península, 2019), alerta en su libro, precisamente, de que la transición energética y digital ha sido concebida en absoluta desconexión con la realidad, dejando buena parte de la misma en manos de China, que controla el mercado de estos materiales críticos, y que, en el caso de las tierras raras, el 80% del mercado mundial. «Al querer emanciparnos de las energías fósiles, ¿acaso no estaremos asumiendo una dependencia aún más fuerte y quizá peor», se pregunta el autor.
Capital de las tierras raras
La mina a cielo abierto de Bayan Obo, en la conocida como la Mongolia china, contiene más de 40 millones de toneladas de tierras raras. De este yacimiento, que se concentran en un área de 12 kilómetros cuadrados, se extrae el 80% de la producción mundial de estos elementos. Durante la década de los 50, la mina recibió grandes inversiones por parte de la Unión Soviética, sentando las bases para que, en los años posteriores, el lugar se convirtiera en la capital de las tierras raras del mundo. En los 80, la globalización aceleró aún más las actividades mineras, ya que las empresas y los gobiernos de los países industrializados financiaron las explotaciones de tierras raras en China para evitar los altos costes de las regulaciones medioambientales de sus países de origen, con lo que Occidente fue poco a poco dejando en manos de terceros la actividad minera, una situación que, ahora, se quiere revertir, y de la que es ejemplo la reapertura de la mina de Mountain Pass, en California, el mayor productor de estos minerales hasta 2000, año en que cerró, asumiendo el gigante asiático, a partir de entonces, el monopolio.
Ante esta coyuntura, la UE necesita explotar sus recursos para garantizar una industria fuerte, un proceso en el que España, si juega bien sus cartas, puede tener un papel fundamental. Toda una oportunidad.
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