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Toros
Pepe Luis Vázquez: modelo de escuela sevillana
El torero hispalense falleció ayer en su tierra a los 91 años tras empeorar su estado de salud
Pepe Luis. No hacía falta apellido para reconocerle. Dentro y fuera del ruedo. Único. Templado era su toreo y así, sin prisas, se fue. «Uno se va apagando poco a poco, la de la guadaña tiene que venir por algún lado y, cuando lo haga, aquí estaremos», aseguró Pepe Luis Vázquez a LA RAZÓN hace once años. Y así se despidió ayer por la tarde en Sevilla a los 91 años de edad: apagándose. Su estado de salud se agravó la madrugada del sábado y, ayer, su corazón torero, dejó de latir. El Ayuntamiento hispalense acoge desde anoche la capilla ardiente. Sus familiares pudieron despedirse de él durante la madrugada y el mundo del toro podrá hacerlo desde hoy.
El barrio de San Bernardo de Sevilla le vio nacer el 21 de diciembre de 1921. Su padre, José Vázquez Roldán, fue novillero en sus años mozos antes de ser capataz de matarifes del matadero municipal; pero Pepe Luis quiso llegar más allá. Con sólo 13 años, aprovechaba la hora de la siesta en los meses calurosos de Sevilla y las noches durante el invierno para acercarse a hurtadillas al trabajo de su padre para torear los animales que iban a ser sacrificados. El gusanillo del toro había entrado en su cuerpo.
«Hacía el toreo muy de verdad... cuando había que hacerlo, porque algunas veces no se podía», definió su propio concepto. Pese a todo, lo intentó en las casi 600 corridas que sumó en su carrera. Para no decepcionar al respetable y a él mismo, como artista que era. Y muchas veces conseguía el toreo sincero al lado de las grandes figuras de la historia como Manolete. Con el mito cordobés, Pepe Luis llegó a compartir más de 120 paseíllos. «Manolete y yo éramos amigos porque, lógicamente, la profesión hermana mucho», sentenció el sevillano en aquella entrevista de hace una década.
Tras su presentación en La Maestranza, Vázquez debutó en Las Ventas el 13 de julio de 1939, con novillos de Domingo Ortega, en una desgraciada tarde. El sevillano triunfó, pero su compañero de cartel, el madrileño Félix Almagro, falleció de una cornada en el cuello. La alternativa llegó en su plaza: Sevilla. La niña de sus ojos. Allí, Pepe Bienvenida le cedió los trastos y Gitanillo de Triana actuó como testigo. Sucedió lo mismo que en su época de novillero. Después de Sevilla vino Madrid, el 20 de octubre de ese mismo año. Marcial Lalanda y Rafael Ortega «El Gallo» confirmaron la alternativa del sevillano. Un punto de inflexión que le sirvió para pisar las grandes plazas. De España y de América.
En esos mismos cosos dejó su característica forma, nueva en aquel entonces, de citar a los toros desde los medios con la muleta plegada en la mano izquierda a modo de cartucho. Después, cuando venía el toro, la desplegaba para dar un natural a pies juntos. El público, entusiasmado. Era su famoso «cartucho de pescado». Esta forma de citar, sin embargo, no fue una invención propia, sino que la adoptó de El Espartero. La hizo suya. En 1953 decidió colgar el chispeante e incluso se apartó del campo para no despertar las ganas de ponerse delante del burel. Sin embargo, fue un hastaluego sin planear, que decidió convertir en adiós en 1959. Volvió para despedirse, para cerrar el círculo de vida torera. Pero no el apartado del toro, pues la cría de reses bravas, con la ganadería que llamó Hermanos Vázquez Silva, fue su nueva ocupación.
Pepe Luis no vivió a solas su vida de torero. Sus hermanos, Manolo (1930-2005) y Antonio Vázquez (1933), así como su hijo Pepe Luis (1957) también fueron matadores de toros. Y la dinastía sigue. Su nieto, también Pepe Luis, quiere ser torero. El joven Vázquez expresó ayer en su cuenta de Twitter sus sentimientos tras el fallecimiento del abuelo: «Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, abuelo; gracias por todos estos años juntos; te quiero mucho».
Los suyos le lloran y el mundo del toro le echa de menos. «Veía los toros mejor que nadie y daba lidia a cualquier ejemplar que saliera de chiqueros, eso demuestra la grandeza que poseía», recuerda el ganadero Eduardo Miura. Por otra parte, el matador de toros y maestro de banderilleros Julio Pérez «Vito» asegura que «Pepe Luis era el toreo y espero que se le dé la despedida que se merece una grandiosa figura y mejor persona». «No se puede estar eternamente vivo ni tampoco por siempre en los ruedos», afirmó Pepe Luis a este medio hace once años. Sin embargo, por su personalidad dentro y fuera del ruedo, el Sócrates de San Bernardo seguirá presente en todos los cosos del planeta taurino.
Hasta cuatro cornadas de gravedad
En su carrera como figura del toreo, Pepe Luis Vázquez saboreó la miel de triunfos sonados como su puerta grande en Madrid en 1942 o su recordadísima faena en el mismo escenario a «Misionero», en 1951, icónico ejemplo de torería. Pero, también llegó la hiel de las cornadas. Gravísimas cuatro de ellas. La primera de ellas, en Santander (1943), le produjo terribles heridas en el rostro. Un año después, en Madrid, es alcanzado en la clavícula. La cornada deja secuelas que arrastra el resto de su vida. Ya en 1948 y apenas con dos meses de margen recibe sendas cornadas en el muslo izquierdo. La primera en Barcelona; la segunda, en Valladolid.
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