Fallas 2019
El sueño de El Soro 20 años y un drama después
El torero se reencontró con su público con una pierna biónica y 37 operaciones
El torero se reencontró con su público con una pierna biónica y 37 operaciones
Valencia. Cuarta de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación. El 1º, noble y de buena condición; 2º, bravo; 3º, bis, mirón y difícil; 4º, con mucho poder; 5º, muy flojo y 6º, de buen juego, Lleno de "no hay billetes".
El Soro, de verde botella y oro, estocada que hace guardia, estocada (oreja); pinchazo hondo, tres descabellos (dos vueltas al ruedo). Enrique Ponce, de azul rey y oro, estocada trasera y baja, aviso (oreja); estocada baja (saludos). José María Manzanares, de catafalco y azabache, cuatro pinchazos, estocada, aviso (silencio); estocada que hace guardia, descabello (silencio).
70 años de alternativa sumaban entre los tres matadores que hicieron ayer el paseíllo. Así ya como punto de partida íbamos a asistir a un festejo histórico, al menos por la vida que acumulan en las carnes. Esas carnes de torero que aguantaron 37 operaciones en el cuerpo de Vicente Ruiz "El Soro". Desahuciado durante años se antojó un loco soñador que nunca se negó su vuelta a los ruedos. A pesar de que nadie (o casi) creía en él. Sobre Vicente cae el pasado de la tauromaquia a plomo. El único superviviente de la tragedia de Pozoblanco, donde falleció Paquirri y un año después un toro acabó de una cornada mortal con el corazón de José Cubero "Yiyo"a sus 21 años. También su cuerpo quedó maldito con una lesión de rodillas que le denostó de la vida en los ruedos en el 94. No perdió la fe y el año pasado consiguió reaparecer en dos plazas de menor categoría y, este sí, volvía a su Valencia del alma 21 temporadas después y rozando el milagro de estar vivo y vestido de torero. Reapareció en el cumpleaños de Enrique Ponce, que veinte años no es nada, cuenta Marta Rivera de la Cruz en una novela, 25 son los que cumplía el maestro de Chiva. 25 ininterrumpidos. Casi sumaba doce Manzanares, enlutado de arriba abajo por la inesperada muerte de su padre. Figura de época. Como un mesías le sacaron a saludar a El Soro roto el paseíllo. Todo lo ha sido en esta plaza. Se caía Valencia y más cuando meció las manos a la verónica con desparpajo y quitó por navarras. Aunque el reencuentro de verdad ocurrió y arrasó en las emociones como un huracán, cuando cogió los palos para banderillear. Lo consiguió a pesar de la evidente cojera que lleva en esa pierna biónica. Se lo fue creyendo, más y más. Había llegado hasta allí, hasta aquí, encapsulando los malos bajíos de la leyenda. Muleteó a su manera, con toda la soltura que le permite su cuerpo maltrecho, el vuelo alto, templadas las muñecas y disfrutando de ese momento, ese regreso que le ha mantenido vivo tantos y tantos años marchitos. Así fue capaz de volver a meterse entre los pitones del toro, arrimón, el rey de su mundo. Antes, en el comienzo, y no sabemos si a modo de conquista, clavó sobre la arena la bandera de la tierra. Un trofeo cortó del toro que brindó a sus hijos. Se fue a portagayola en el cuarto y lo hizo acompañado por una silla para suplir sus facultades. Milagroso fue salir del entuerto y más todavía los dos pares de banderillas que le sopló, eso sí, con el alma en vilo. El toro tenía poder y fue a la muleta como una bala. Pasó El Soro ese trago y al entrar a matar le cogió con violencia. El valor de El Soro no tuvo fisuras y fue capaz de cerrar el círculo mientras Valencia le coreaba. Eso sí, que colmado quede.
El cuarto de siglo Ponce lo festejó con un bravo toro, al que igual le faltó un puyazo más para atemperar la embestida. Tuvo muchos matices el Juan Pedro en la muleta tersa y fácil del valenciano en los comienzos y más arrebatada cuando ligó los muletazos, provocando más al animal. Entre una cosa y otra faltó continuidad para que el trasteo fuera redondo. El quinto rozó la invalidez y la faena no pasó de cuidar y cuidar al toro.
El tercero era de esfuerzo silente. El jabonero sobrero, de poca cara, medía mucho antes de entrar en la muleta y dudaba en coger el camino del medio. Se lo llevó Manzanares y estuvo serio, soportando el envite sin estridencias y marró con la espada. Tapaba la salida el toro una barbaridad. Le recompensó un sexto noble y repetidor, aunque la largura del viaje duró poco. Hasta entonces, dejó Manzanares un par de tandas de gran empaque y suavidad en el trazo por el pitón diestro y menos reunión por la zurda. Después de tres horas de festejo, el cuerpo estaba descompuesto y el frío calado en los huesos.
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