España
Comienzo al trote
Andy Cartagena y Diego Ventura salen a hombros en el primer festejo de Castellón
Castellón. Primera de la Feria de la Magdalena. Toros de Los Espartales, bien presentados pero mansos y desentendidos. Media entrada.
Andy Cartagena, rejonazo (palmas tras petición de oreja); rejonazo (dos orejas); Diego Ventura, medio rejón, tres pinchazos, rejón, pie a tierra, descabello (silencio); rejonazo trasero y bajo (dos orejas). Manuel Manzanares, pinchazo, dos rejones y siete descabellos (silencio); rejonazo (oreja).
Con el recuerdo de quien fue primer presidente de la democracia en España, Adolfo Suárez -también un gran aficionado a los toros-, en cuya memoria se guardó un minuto de silencio tras el paseíllo y antes del interminable carrusel previo al inicio del festejo, arrancó la Feria de la Magdalena. Lo hizo con una función ecuestre en la que los toros de Los Espartales, hierro habitual para este menester en esta feria desde hace muchos años, se cargaron en buena parte el espectáculo. Con muchos kilos y gran presencia, mansearon mucho más de lo que hubiera sido de desear, se desentendieron enseguida de la lidia y, en general, dieron muy poco juego. Aunque también es verdad que fueron nobles y manejables y no crearon grandes dificultades a los jinetes más allá de hacerles sudar lo suyo persiguiéndoles y tratando de encelarles y conseguir que les hicieran algo de caso.
Con ese condicionante, la corrida tuvo dos partes, de la que fue más entretenida la segunda, en la que el ganado se movió más. En la primera, sólo Andy Cartagena consiguió que le pidieran la oreja del toro que abrió plaza, manso, buscando huir ya de salida y con el que se esforzó mucho en una faena que remató con un rejonazo de efectos fulminantes y en la que, sorprendentemente, luego apenas escuchó unas tibias palmas.
Diego Ventura y Manuel Manzanares -que entró en el cartel en sustitución del todavía lesionado Leonardo Hernández- derrocharon voluntad y ganas en sendas labores que estropearon al tardar mucho más de lo razonable con el rejón de muerte.
El cuarto, a pesar de sus más de 600 kilos, sacó pies y, aunque lo terminó acusando, permitió a Cartagena el lucimiento en un quehacer pausado y meticuloso en el que combinó su impecable monta y perfecta doma de sus caballos con un más que correcto uso de los hierros, clavando en todo lo alto y muy reunido. Volvió a matar con eficacia y también arriba.
El quinto se dolió del castigo de los rejones de castigo y enfiló hacia toriles, haciendo que Ventura trabajase lo suyo para, con su ya proverbial temple, sacarlo de aquella querencia y entusiasmar al poner banderillas con su también habitual espectacularidad y despliegue de efectismos. Así, echó mano del célebre «Morante» para terminar de calentar al tendido tirándole mordiscos a un toro ya para entonces totalmente acobardado. Pese a que el rejón de muerte cayó defectuoso, trasero, bajo y contrario, desde el palco asomaron dos pañuelos blancos y la Puerta Grande se abrió para él.
El toro que cerró plaza fue el que más fuelle y celo sacó, persiguiendo con cierta codicia a las cabalgaduras del menor de los Manzanares, que no lo vio claro a la hora de banderillear, con bastantes desajustes, pasadas en falso y hasta faltándole toro en algún caso. Con el astado ya agotado y rajado tuvo que arriesgar mucho para poder compensar y llevarse, al menos, una oreja tras matar con razonable eficacia.