Histórico
Morante: un extraterrestre en honor al toreo
Faena sobrenatural del torero de La Puebla, que corta dos orejas al cuarto de Juan Pedro, en una labor que era de rabo en San Miguel
Aquello no fue torear ni estar bien ni mal ni perfecto ni tan siquiera colosal. Lo que hizo ayer Morante al cuarto fue otra película. Una locura. Un viaje al lugar de nunca jamás, del que nunca jamás quieres volver. Una faena inolvidable, un punto y aparte que te deja tan exhausto que no hay más aliento detrás. Fuera de juego ya. Es imposible acumular más toreo entre los cuatro costados del diestro de la marisma en ese torrente de improvisación. Por tijerillas de rodillas nos sorprendió en el saludo de capa y un huracán le siguió después a la verónica, hasta los medios, arrebujado y mentón hundido, Morante vamos, cierras los ojos y lo ves; el corazón va por otro lado. Quitó después, como si quisiera agotar su alma, abandonado y rescató las suertes del pasado para llevar el toro al caballo. Soberbio. Un manicomio la plaza.
Tras haber hablado con dios cara a cara creímos que era el momento de bajar a los infiernos con esa media arrancada que cobijaba el animal. Rodilla en tierra, diana de torería, y un canto a la pureza, fue el arranque de faena, tan potente que la verdad elimina todo, hasta el tiempo. Morante lo marca, rompe las estructuras tradicionales para crearlas a su antojo en un puñetero deleite en ese instante de la vida. Silenció la música. Ni falta que hacía. Extraordinarios los muletazos de José Antonio, al natural, por derechazos...Navegaba en otra órbita, entre el tormento, la entrega, el arrebato y un valor tan descomunal como su toreo. Morante duele, toca todos los resortes al unísono. Y emociona, como pocos, como ninguno. Se fajó con el toro, se dejó llegar los pitones a la altura de la barriga, impávido, creído, torero, el ánimo de la plaza era pura electricidad y en una de esas le colgó de un pitón para estamparle sobre el albero después. Se repuso más para allá que para acá, pero con el pundonor íntegro. Volvió a la cara del animal, nos empujó al abismo de las emociones y justo ahí se perfiló para entrar a matar. Detrás de la espada el sevillano. Los dos trofeos, que se quedaron cortos. La faena era de rabo. Morante, sobrenatural.
El resto fue recuperarse de lo vivido. Y eso que Juan Ortega se puso a torear a la verónica al quinto y se desinfló cuando llegó la hora de la muleta con ese toro que se dejaba con el fuste justo. Lo de Morante le había pasado factura, de la misma manera que la faena de Ortega al segundo arrebató, quizá, al torero de La Puebla. En ese caso se lo guardó Ortega todo para la muleta. Y lo hizo tan lento, tan despacio que hubo muletazos inverosímiles. ¿Era posible? Cuando teníamos la retina acostumbrada a los tirones de otros días venía Ortega y nos devolvía los sentidos. Así fue toda la faena. Medida, gozada, con trincheras de cartel y una armonía fuera de lo común. Torería, lo diría hasta Miguel Bosé y esta vez no negacionista. Fue todo tan perfecto que la imperfección a espadas fue como un puñal en el corazón. Lo de Morante se vivió en otra galaxia.
Nada quedó tras el explosivo comienzo de faena de Roca Rey al tercero, de rodillas y con arrucina incluida. Después vinieron las líneas rectas y ya habíamos transitado el maravilloso misterio de las curvas. Un complicado sexto le dejó fuera de juego en una tarde para la historia. Histórico Morante de la Puebla, un extraterrestre en honor del toreo.
Ficha del festejo
SEVILLA. 12ª de la Feria de San Miguel. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq. El 1º, a la espera e informal; 2º, noble y suavón con el ímpetu justo; 3º, noble; 4º, va y viene sin entrega; 5º, noble y bajo de raza; 6º, complicado por informal. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de rosa y azabache, dos pinchazos, media, descabello (silencio); estocada (dos orejas).
Juan Ortega, de burdeos y azabache, pinchazo, estocada baja (saludos); estocada (saludos).
Roca Rey, de azul marino y oro, estocada baja (saludos); pinchazo, estocada (silencio).
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