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Halloween arrasa entre los pequeños porque una fiesta es una fiesta. La liturgia del truco o trato es reciente y heredada, pero los disfraces, sustos y caramelos son catapulta directa para dar zanjar el sorpasso al Día de Todos los Santos.
No obstante, el 1 de noviembre sigue siendo una fecha muy señalada por nuestra tradición cristiana y festejada en el calendario. Este día, pues, además de con telarañas y calaveras, se dibuja con visitas a los cementerios. Es una jornada para honrar y recordar a los difuntos en familia, niños incluidos. Ellos, espectadores frente a lápidas y nichos, harán preguntas sobre la muerte y los psicólogos recomiendan estar preparados.
Las clásicas estrategias escapistas, usando eufemismos como "se ha ido" y "está en el cielo" o, directamente, obviando el hecho mismo de la muerte, suelen sembrar más confusión que ayuda a los pequeños. Los expertos de la Fundación Salud y Persona recomiendan informarles lo antes posible y siempre ofrecer respuestas: "Es importante responder a sus preguntas por muy alocadas que sean: esto les dará seguridad. Si desconocemos las respuestas, tenemos que admitirlo y reconocer que para nosotros la muerte tampoco es fácil de entender".
Lo principal es estos casos es mostrar acogimiento, validar sus sentimientos y animarlos a expresar sus sentimientos porque, realmente, no existen palabras mágicas curativas: "A veces se nos escapa un 'no llores', 'no estés triste', 'tienes que ser valiente', etc., que son mensajes que coartan su libre expresión e impedirán el procesamiento de la pérdida", añaden. El regreso a sus rutinas es otra clave que les aporta seguridad.
Preguntas comunes según la edad
Las psicólogas infantiles Silvia Plaza y María Cóndor, de la Unidad de Salud Mental Infantil (USMIN-AT) del Hospital Vithas Málaga, apuestan por no eludir el tema con los niños, con el objetivo de ayudarlos a gestionar sus emociones. "Los niños observan y buscan momentos determinados para hacer diferentes preguntas sobre lo que escuchan o ven, sin ser necesario que pasen por una pérdida en primera persona. Generalmente, la complejidad de la pregunta va a depender del nivel de desarrollo alcanzado", recuerda Plaza.
Refieren diferencias en la curiosidad de los pequeños en función de su edad y, así, resumen:
- Entre los 3 y 6 años: preguntan sobre cómo son las cosas en el lugar donde está la persona que ha fallecido: ¿qué va a comer?, ¿a qué hora se va a dormir?, ¿cómo va a leer si no tiene gafas?; sobre su cuidado y bienestar: ¿quién me va a celebrar mis cumpleaños? o ¿quién me va a hacer la comida?; y manifiestan preocupación por si la muerte puede afectar a otras personas: ¿tú también te vas a morir?, ¿quién me va a cuidar si os morís?
- Entre los 6 y los 9 años: preguntan acerca de lo que le ocurre al cuerpo cuando uno muere: ¿cómo va a comer?, ¿cómo va a beber agua?, ¿cómo hace pis?; sobre su responsabilidad: ¿crees que estará enfadado porque me he portado mal?; y sobre conceptos abstractos que no entienden: ¿va a bajar del cielo?, ¿me estará viendo?, ¿podrá venir a mi cumpleaños?
- Entre los 9 y los 12 años: hacen preguntas empáticas hacia los demás como, por ejemplo, ¿mamá estás triste?, ¿cómo te puedo ayudar?, ¿cuánto tiempo vas a estar así?; sobre la realidad que se van a encontrar: ¿iremos al mismo colegio?, ¿podremos pagar la casa?
- Preadolescentes y adolescentes: ¿cómo hemos podido tener tan mala suerte para que nos haya pasado esto?, ¿ha sufrido?, ¿cómo los médicos no han podido hacer nada?
¿Cuándo, dónde, quién y cómo comunicar al niño la noticia de un fallecimiento?
Las psicólogas Plaza y Cóndor reiteran la conveniencia de informar cuanto antes a los niños de la pérdida: "Lo ideal es hacerlo sin esperar a que terminen los rituales de despedida, ya que en la medida de lo posible y según su edad, debemos hacer a los niños partícipes de ellos". Así, sostienen, podrán despedirse de su ser querido.
La noticia la debe comunicar el familiar más cercano, a ser posible sus padres, lo que facilitará que se exprese emocionalmente. Y, ojo, es mejor informar de día y escoger un lugar tranquilo. Así, no lo asociarán a la noche, no estarán demasiado cansados y tendrán toda la jornada por delante para procesarlo. La conversación debe ser calmada, sin interrupciones, donde el niño no se sienta observado ni presionado.
Y hacen una llamada de atención: es esencial que el adulto no se encuentre desbordado para que el pequeño no se asuste: "Los niños deben naturalizar la expresión de emociones pero siempre en un entorno equilibrado, que aporte seguridad y sensación de protección", concluye Cóndor.