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Polémica

Quitar el móvil a los niños llama al debate social

La iniciativa de regular el uso de smartphones en menores de 14 años provoca discusiones encendidas entre los profesores, los especialistas y los propios padres

Tres niños con diferentes pantallas: tableta, móvil y un mando de videojuegos DreamstimeLa Razón

No cabe duda de que la pandemia ha sido un evento transformador en ámbitos mucho más allá de la salud. Un ejemplo, pequeño pero determinante, es el uso de teléfonos móviles en menores de edad. De acuerdo con datos del estudio «Menores de edad y conectividad en España (en tiempos prepandémicos)», el 57% de los menores entre 11 y 14 años tenían smartphone en países europeos como Reino Unido, Italia, Francia o Alemania, mientras que en España la cifra era del 66%. Pero eso solo era el promedio: a los 12 años, casi el 70% poseía un smartphone y a los 14, la proporción alcanzaba el 83%. ¿Parece mucho verdad? Pues después de la pandemia un 84% de niños y niñas de 12 años eran dueños de un móvil y el porcentaje subió al 92,5% a los 14 años.

Estudios científicos han demostrado que el uso de móviles afecta nuestra salud, sobre todo en el apartado mental. Y en la preadolescencia, cuando el cerebro aún se está configurando, el efecto puede ser mayor: alteración del sueño, efectos negativos en el aprendizaje, trastornos de conducta… No es extraño entonces que haya iniciativas para reducir el uso de estos dispositivos. O al menos regularlos en espacios públicos.

Así fue como surgió un grupo en Telegram, Adolescencia Libre de Móviles, que de conversaciones privadas y unas pocas familias, pasó a contar con más de 9.000 miembros en 11 comunidades autónomas y tener entre sus miembros a expertos en medicina, psicología y protección de datos. El grupo, cuya semilla se encuentra en el barrio barcelonés de Poblenou, llegó al Ayuntamiento de Barcelona, que ha acordado instar a la Generalitat a «regular urgentemente el uso de los móviles por parte de los adolescentes y jóvenes, empezando por la prohibición de su uso en la primaria y secundaria».

«Las prohibiciones suelen dejar aparte las prácticas en las cuales el móvil sea recomendable o necesario» –nos explica Jorge Flores, director de la ONG Pantallas Amigas–. «Esta prohibición se toma cuando se notan más problemas que beneficios, estamos hablando de que no lo usen en el sistema educativo y tenemos que dejar claro a lo que no se renuncia. Lo que se persigue con esta medida es que el móvil no dificulte las otras partes lectivas, las que no se hacen con el móvil y dificulten las relaciones en la escuela».

La idea suena descabellada en primera instancia, pero podría convertirse en una herramienta eficaz contra el acoso escolar, para concienciar a los menores sobre el uso de internet, para prevenir el contacto con desconocidos y mejorar su salud mental. ¿Es esto tan importante? Volvemos con las cifras. De acuerdo con el estudio antes citado, uno de cada cuatro menores ha chateado con desconocidos y un 20% ha recibido mensajes o imágenes con contenido sexual. Un análisis de la Unión Europea afirma que, en 2015, el acoso escolar y maltrato de niños y jóvenes llegó a superar los 24 millones, de los que unos 200.000 se suicidaron. El mismo informe destaca que España es uno de los tres países con cifras más altas, detrás de Reino Unido e Irlanda.

«Los niños y niñas del siglo XXI están creciendo en un mundo dominado por la velocidad y la alta tecnología. Esta cultura digital es un desafío que obliga a madres, padres y educadores a repensar la forma de educar, valorando nuevas oportunidades y también peligros desconocidos hasta ahora. Estamos inventando sobre la marcha la forma de vivir y de educar en un mundo digital». Quien nos explica esto es Elsa Punset, experta en divulgación e inteligencia emocional y cuyo último libro, «Los atrevidos en la isla de Nimóviles», trata justamente del uso de tecnologías en la infancia.

«Más que de prohibición, hablamos de regulación. Tenemos ya datos claros que apuntan a que los móviles y las redes sociales están afectando la salud mental de nuestros niños y jóvenes. Las escuelas son testigo de primera mano de ello. Así que ahora es el momento de que la comunidad educativa en su conjunto, sin prejuicios pero con datos objetivos en mano, se haga las preguntas oportunas: ¿deberíamos tener escuelas libres de móviles? ¿Mejoraría esto la maltrecha salud mental de nuestros jóvenes? ¿Mejoraría los resultados académicos y las habilidades sociales y emocionales de nuestros hijos e hijas? La respuesta, según apuntan grandes investigadores como el psicólogo social Jonathan Haidt, es que «sí».

Los beneficios parecen claros… pero no todo el mundo está de acuerdo. La tecnología, aprender a controlarla, es fundamental para su futuro y no tiene sentido privarlos de este conocimiento. Si bien esto puede ser cierto, todo se basa en un equilibrio, uno que aún no hemos alcanzado debido a la veloz irrupción de la tecnología en la vida diaria. Se trata de una generación que ha ocupado el lugar de conejillo de indias de un modo que no podemos comparar siquiera con la llegada de la energía nuclear o la genética. Ni siquiera con internet. Y eso trae consecuencias que debemos afrontar.

«No hay que demonizar ni prohibir la tecnología» – apunta Punset– «basta con ayudar a los más jóvenes a evitar sus conocidos peligros y hacer un uso responsable de ella para poder así aprovechar las oportunidades que brinda. Eso es educar, y eso forma parte de la responsabilidad social y educativa que tenemos los adultos».

Pero una de las dificultades a las que se enfrentan padres, madres y docentes es el efecto «pero todos lo tienen»: si a partir de los 12 años casi un 90% de los menores disponen de móviles, ¿cómo revertimos la tendencia? ¿De qué modo justificamos que ellos o ellas no tengan un smartphone mientras los demás sí?».

Para Punset no es sencillo. «Los humanos somos seres muy sociales, y tenemos un sesgo innato que nos lleva a imitar a los demás y hacer lo que la mayoría hace. Sin embargo, si vas a educar responsablemente, vas a tener que enfrentarte a esta tendencia natural, pero a veces peligrosa, de hacer, pensar y decir lo que hace todo el mundo». No hay una fórmula secreta, pero si el abuso de la tecnología puede dañar a tus hijos, como es el caso, entonces, aunque sea incómodo, hay que poner límites. Pero hay que hacerlo con mano izquierda: pactar límites razonables, y ofrecer a cambio tiempo de calidad sin tecnología: tiempo para cocinar juntos, para pasar tiempo en la naturaleza, para pintar, hacer música, conversar, organizar reuniones en casa, ocuparse de la mascota… tiempo para aprender lo que requiere una vida y unas relaciones humanas vividas con los cinco sentidos, y no solo a través de una pantalla».

Jorge Flores coincide con esto y agrega un matiz importante: el ejemplo en el hogar. «Lo difícil en este sentido es cuando traen la lección mal aprendida de casa junto a otros hábitos igual de arraigados».