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Londres
Machismo en la investigación
El científico inglés Tim Hunt, Nobel de Fisiología y Medicina en 2001, dimite de su cargo en el University College London por sus comentarios sobre el comportamiento de las mujere
«El bioquímico británico Richard Timothy Hunt no va a pasar a la historia por su aportación al conocimiento del papel de las ciclinas en el ciclo celular. Tampoco por haber recibido el premio Nobel de Medicina en 2001 o por sus conferencias para la Royal Society. O, al menos, no solo por eso. «Tim» Hunt ha terminado su carrera con un broche indeseado: ha tenido que dimitir por las declaraciones que ha hecho públicas esta semana y que denotan su profundo machismo. «Me cuesta trabajar con mujeres –dijo–. Cuando están en el laboratorio pasan tres cosas. Te enamoras de ellas, se enamoran de ti, cuando las criticas lloran». El revuelo levantado tras la ocurrencia le ha obligado a cesar su actividad científica oficial en el University College de Londres.
El «affaire Hunt» ha coincidido (cosas del destino) con la presencia en España de Jocellyn Bell, una de las astrofísicas más eminentes del planeta, descubridora de los púlsares (estrellas de neutrones que emiten una radiación periódica y que ayudan a medir distancias en el cosmos). Bell ha venido a impartir una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid y a recibir la Medalla de Oro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y precisamente ella fue en 1974 víctima de uno de los casos más sangrantes de sexismo en la comunidad científica. Jocellyn fue la primera persona que detectó la emisión extraña de una estrella de neutrones que, entonces, no tenía explicación. Colaboró con el tutor de su tesis en Cambridge, John Hewish, para describir el fenómeno y descubrir que la causa de aquella radiación eran un nuevo objeto al que llamaron púlsar. Pero sólo apareció como segunda firmante en el artículo científico que comunicaba al mundo el hallazgo y, lo que es peor, cuando en 1974 se le concedió el premio Nobel de Física a Hewish por la identificación de los púlsares... Bell ni siquiera fue mencionada.
Desengañémonos. El mundo de la ciencia sigue siendo machista. Un reciente estudio de la revista «Nature» alertaba de que el 70 por 100 del material publicado en revistas de prestigio ha sido desarrollado por hombres. Por cada mujer que aparece como primera firmante de un artículo, podemos encontrar 1,93 hombres. Sólo en algunas áreas de la salud, las ciencias sociales y la neurología la ratio es más favorable a las mujeres. De hecho, ese estudio determinaba que, en ciencia, parece que sigue habiendo «trabajos de chicas y trabajos de chicos». Las especialidades dominadas por las mujeres incluyen enfermería, obstetricia, lenguas, educación, trabajo social o biblioteconomía. Los hombres copan la investigación militar, ingeniería, robótica, astronáutica, física de altas energías, matemáticas, informática, filosofía o economía. Sólo en las ciencias sociales hay algo parecido a la paridad.
La última encuesta sobre Percepción Social de la Ciencia elaborada por el Ministerio de Economía y Competitividad y la Fundación Española de Ciencia y Tecnología, arrojaba que las mujeres españolas están menos interesadas en informarse de ciencia que los hombres. El número de varones que dicen interesarse por informaciones científicas duplica al de féminas. Una de las razones esgrimidas para esta disparidad parece obvia: hay menos referentes femeninos en las grandes instituciones científicas. Es ridículo que un mundo en el que han tenido cabida personas como Jocellyn Bell, Marie Curie, Lisa Randall, Annie Jump Cannon, Henrietta Leavitt, Margarita Salas o María Blasco siga pareciéndose demasiado a la fotografía más famosa de la historia de la ciencia, la foto de familia del Congreso de Solvay, en 1927, que reunía a lo más granado de la investigación mundial del momento (y de todos los tiempos). 30 personalidades con nombres como Einstein, Dirac, Bohr, Piccard, Lorentz, Pauli, Plank... Y solo una mujer, una Marie Curie apenas perceptible entre el mar de corbatas y pajaritas.
Aún en abril de este año, la prestigiosa revista «PLOS One» tuvo que pedir disculpas a las autoras de un artículo científico remitido a la publicación para su revisión. El artículo fue rechazado con comentarios como el que sigue: «El texto podría mejorar si se incluyese algún biólogo masculino entre los autores». La reacción indignada de parte de la comunidad científica no se hizo esperar. Pero casos como el de Hunt parecen demostrar que el trabajo no ha hecho más que empezar.
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