Ciencia

Apocalipsis: El fin del mundo en diferido

La fecha prevista por el numerólogo David Meade iba a ser el 23 de septiembre, pero reculó. Ahora afirma que será a partir del 21 de octubre. A la ciencia no le preocupa en absoluto. Hay más estudios científicos sobre la reproducción del escarabajo pelotero que sobre la extinción del ser humano

Apocalipsis: El fin del mundo en diferido
Apocalipsis: El fin del mundo en diferidolarazon

La fecha prevista por el numerólogo David Meade iba a ser el 23 de septiembre, pero reculó. Ahora afirma que será a partir del 21 de octubre. A la ciencia no le preocupa en absoluto. Hay más estudios científicos sobre la reproducción del escarabajo pelotero que sobre la extinción del ser humano.

Hay que ser serios. O se acaba el mundo o no se acaba. Pero no podemos andar con medias tintas. El mundo no se va a acabar solo un poquito, llegados al momento del apocalipsis habrá que ir haciendo las maletas y despidiéndose de esta tierra definitivamente. Lo que no es de recibo es que te acongojen con que el mundo se va a ir al garete el 23 de septiembre y luego te vengan con que no, con que a lo mejor se retrasa el disgusto para algún día bien entrado octubre de 2017.

Eso es lo que le ha ocurrido a David Meade, un supuesto practicante de la supuesta ciencia de la numerología que, realizando análisis supuestamente serios de la Biblia, había determinado que el día del Juicio Final sería el 23 de septiembre. Ahora ha recapacitado y, en sonoras declaraciones a la Prensa, asegura que «mis mediciones de criptografía astronómica actualizadas indican que el fin de los días tendrá lugar a partir del 21 de octubre». Le agradecemos la propina, que un mes es un mes, oigan.

A partir de esa fecha, según este autor que curiosamente ha recibido la atención y seguimiento de gran cantidad de medios (desde «Le Monde» al «Washington Post») se nos vendrá encima una serie de catastróficas desdichas en forma de tsunamis, terremotos, tormentas solares y guerras. Y todo acabará en 2024 con la mayor parte de la población mundial frita. Está claro, hay indemnizaciones en diferido, procesos de independencia en diferido y ahora fines del mundo en diferido.

De momento nos hemos librado del apocalipsis maya (que tenía que haber ocurrido en 2012), del Papa Negro que sería el último en ocupar la silla de San Pedro, y de otras profecías. Veamos si Meade atina más.

Pero no está mal aprovechar el ruido para recapitular qué opina de verdad la ciencia sobre esto del apocalipsis. Porque, pongámonos serios, el mundo tarde o temprano se acabará y los científicos creen saber, más o menos, cómo. Otra cosa es que sean capaces de averiguar cuándo.

Entre los escenarios probables de catástrofe global quizás uno de los más conocidos sea la posibilidad del impacto de un asteroide. Todos conocemos que los dinosaurios fueron borrados del mapa por el impacto de un asteroide de unos 10 kilómetros de diámetro hace 65 millones de años. Aunque, realmente, piedras mucho más pequeñas que esa también podrían tener efectos devastadores sobre la Tierra. Dependiendo de la velocidad y el ángulo de impacto, un asteroide de un kilómetro podría enviar al cielo suficiente cantidad de polvo para tapar la radiación solar durante meses. Los restos de ese polvo incandescente podrían generar miles de incendios forestales en el planeta. En cuestión de meses, la Tierra desértica y oscura sería inhabitable. Afortunadamente, las rocas de ese tamaño solo pasan cerca de nosotros una vez cada pocos millones de años y las que tienen tamaños similares a la que mataron a los dinos solo lo hacen cada 100 millones de años. La Tierra está protegida del impacto de la mayor parte de los cuerpos peligrosos por la presencia de la Luna y la de Júpiter, cuyas tracciones gravitatorias desvían la trayectoria de las rocas volantes amenazantes. Aún así, los astrónomos conocen más de 15.000 objetos cuya trayectoria podría ser preocupante. Bastaría con que uno de ellos llegara a su destino para hacernos la pascua.

El peligro más inexorable para la humanidad se encuentra, sin embargo, más cerca. Una vez cada 100.000 años, en algún lugar del planeta se produce el estallido de alguna caldera volcánica de tamaño superior a 50 kilómetros de diámetro. Es lo que los técnicos llaman supervolcán. La última vez que eso ocurrió fue hace 75.000 años. Se trata de la explosión del Monte Toba en Indonesia. La teoría es muy controvertida, pero los que la defienden advierten que aquel estallido generó una catástrofe climática que estuvo a punto de acabar con la incipiente humanidad. De hecho, la disminución de individuos fue tal que se creó una especie de «cuello de botella» genético que aún tiene huellas en nuestro ADN. Recientemente se han descubierto restos arqueológicos que demuestran que alguna culturas de la zona siguieron viviendo después de la erupción, lo que enfría un poco la idea de que el estallido fuera tan catastrófico... ¡Quién sabe! En cualquier caso, hay evidencias de supervolcanes que han estallado desde hace 1,3 millones de años en América y Asia.

El Sol que nos da la vida, también puede matarnos un día. Periódicamente, nuestro astro emite grandes cantidades de energía conocidas como eyecciones de masa coronal. Son nubes de partículas muy energéticas producto de la actividad nuclear de la estrella. El 23 de julio de 2012 científicos de la National Atmosferic and Oceanic Administration de Estados Unidos detectaron una de esas eyecciones gigantescas que pasó a toda velocidad por un punto del espacio donde la Tierra había estado hacía solo unos días. Las consecuencias de que la nube hubiera impactado sobre nosotros podían haber sido catastróficas. Uno de los últimos mandatos de la administración Obama fue precisamente aumentar los fondos de investigación de estos fenómenos solares. Una tormenta solar puede impactar la Tierra y freír los transformadores de electricidad. Medio mundo podría quedar a oscuras, sin energía para calentarse ni comunicarse. Ya ha pasado en alguna ocasión y las últimas mediciones advierten que hay un 12 por 100 de probabilidades de que ocurra de nuevo en los próximos 10 años.

Puede que no fuera el fin del mundo, pero fastidiaría lo suyo.

En cualquier caso, esto del apocalipsis parece no preocupar mucho a la ciencia. Literalmente hay más estudios científicos sobre la reproducción del escarabajo pelotero que sobre la extinción del ser humano. Somos carne mortal y algún día desapareceremos. La vida nos sobrevivirá en miles de diferentes maneras y la roca sólida de la Tierra seguirá aquí, sosteniendo otras formas de vida hasta que el Sol muera y devore lo que tiene a su alrededor. De eso sí tenemos fecha, ocurrirá, más o menos dentro de 4.500 millones de años.