Adiós a un laureado teólogo
El mundo despide a Joseph Ratzinger
Con su muerte desaparece el primer Papa en renunciar en seis siglos y uno de los grandes intelectuales del siglo XX
Se despidió con un hilo de voz prácticamente imperceptible. Unas palabras que sintetizaban su pasión por vivir. Con la claridad y profundidad del laureado teólogo. Con el alma del pastor universal. Eso sí, en alemán: «Jesus, ich liebe dich». Un «Jesús, te quiero» que habla de la vida de entrega y confianza de un hombre que dio un giro no solo a su trayectoria vital, sino también a la Historia de la Iglesia, con la decisión de renunciar tras ocho años de pontificado. Poco después de su última profesión pública de fe, Benedicto XVI fallecía a los 95 años. A las 9:34 de la mañana del 31 de diciembre de 2022.
Apenas diez minutos después, Francisco llegaba a la primera planta del monasterio Mater Ecclesiae, la residencia del Papa emérito durante su retiro voluntario que ha durado prácticamente una década. El pontífice argentino se desplazaba tras recibir la llamada del secretario personal del fallecido, Georg Gänswein, para darle una bendición final y rezar en silencio ante él.
Se ponía fin a una agonía que arrancó después de la fiesta de Navidad, cuando la frágil salud de hierro de Joseph Ratzinger sufría una crisis que se manifestó en una insuficiencia respiratoria, así como problemas de corazón y renales. Nada hacía presagiar ese repentino susto que acabó siendo letal. Tanto es así que Gänswein había tomado un avión a Alemania, después de pasar juntos la Nochebuena.
Francisco daba la voz de alarma en la mañana del miércoles 28 de diciembre durante una audiencia general en el Aula Pablo VI. «Pido una oración especial para el Papa Benedicto XVI, quien en el silencio está sosteniendo a la Iglesia», aseguraba Jorge Mario Bergoglio, quien añadía una coletilla que dotaba de máxima preocupación su plegaria: «Recuérdenlo, porque está muy enfermo, pidiéndole al Señor que lo consuele y lo apoye en ese testimonio de amor por la Iglesia, hasta el final». El Papa argentino acudía después a visitarle y su secretario tomaba el primer vuelo de regreso a Roma.
El orbe católico se adentraba entonces en una vigilia permanente a la espera del desenlace definitivo. Con la conciencia de que su estado era irreversible, la Santa Sede comunicaría que se encontraba «estable dentro de la gravedad», señalando incluso que se mostraba «lúcido». A la par, trascendía que incluso pudo concelebrar la eucaristía desde su cama, donde recibía respiración asistida. Y en todo momento, acompañado de su secretario y las cuatro consagradas Memores Domini, del movimiento Comunión y Liberación, que han sido su familia en esta vida de retiro por la que optó hace casi una década. Tan solo tres jornadas después, en el día de Nochevieja, Benedicto XVI fallecía a causa de una obstrucción en los riñones que provocó una fiebre alta que no superó.
Se despidió, dicen, con la misma serenidad con la que afrontó cada uno de los baches con los que se topó en su larga trayectoria eclesial, ya fuera como un mero sacerdote de su Baviera natal o profesor universitario, en su misión al frente del arzobispado de Múnich, pero, sobre todo, convirtiéndose en la mano derecha de Juan Pablo II como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero, sobre todo, asumiendo las responsabilidades al ser elegido el 265º Papa de la Iglesia, en tiempos de un viacrucis constante visibilizado tanto en la lacra de los abusos frente a la que comenzó a aplicar la tolerancia cero como por las corruptelas curiales que emergieron a través del caso Vatileaks.
Decidió echarse a un lado cuando los médicos le dijeron que su corazón no soportaría el viaje a Brasil en verano de 2013 para participar en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Y frenó tan en seco que aquel 28 de febrero nadie se pudo imaginar el volantazo que iba a dar el investigador abanderado del diálogo entre la fe y la razón, el incansable buscador de la verdad, el apóstol de la nueva evangelización que llamó a los cristianos a crear el «atrio de los gentiles» para acercarse a los no creyentes y el maestro que iluminó a millones de fieles con sus reflexiones sobre la fe, la esperanza y la caridad, así como por acercar la figura de Jesucristo con un lenguaje sencillo.
Todos estos fotogramas se acumulan una vez más en la mente de unos y otros desde que Benedicto XVI expiró y corrió como la pólvora su deceso. A partir de ahí, se añade un nuevo plano secuencia con un rodaje inédito dentro del Vaticano, con la vista puesta en el funeral que se celebrará el próximo jueves 5 en la Plaza de San Pedro, al que está previsto que asistan hasta 100.000 personas, amén de decenas de jefes de Estado y de Gobierno. Y es que, hasta la fecha, la Iglesia católica nunca se había enfrentado al desafío de celebrar unas exequias por un Papa emérito. De hecho, será la primera vez que un pontífice en activo presida la despedida de su predecesor.
Entre tanto, Benedicto XVI ha sido velado en la intimidad en la que ha sido su casa, donde cada día ha celebrado la eucaristía. En la capilla del Mater Ecclesiae ha permanecido su cuerpo expuesto, por donde únicamente han pasado sus colaboradores más estrechos, así como algunos de los cardenales y trabajadores vaticanos. Ellos han podido contemplar al Obispo emérito de Roma ataviado con la casulla roja pontificia, que representa la sangre derramada por Cristo y el fuego de la caridad cristiana. Este color se utiliza en las celebraciónes de la Pasión del Domingo de Ramos y el Viernes Santo, también en Pentecostés, así como en las fiestas de los mártires. Eso sí, no ha sido revestido con el palio, el ornamento propio de los papas.
En las imágenes difundidas por la Santa Sede se puede ver que no hay coronas fúnebres, sino un nacimiento y un abeto navideño, signo del renacer que representa la festividad de la encarnación, pero también la resurrección.
Más allá de estos detalles, hoy a las nueve de la mañana la capilla ardiente se abre en la basílica de San Pedro durante tres días para poder rezar ante el cuerpo del Papa emérito y que los ciudadanos de a pie puedan dar el último adiós al hombre que se presentó al mundo desde la Logia central de la basílica de San Pedro como «un humilde trabajador de la Viña del Señor».
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