Temporada de divorcios
“Los terapeutas de pareja somos los que más nos separamos”
En «Parejas imperfectas y felices», Núria Jorba explica cómo ha cambiado el amor, que «ya no sirve para toda la vida»
Es un clásico de la vuelta al cole decir que los divorcios aumentan tras el verano, aunque parece ser que existen datos que avalan esta teoría. Núria Jorba (Barcelona, 1986) lleva más de doce años tratando a parejas en crisis. Un tipo de terapia dolorosa y que desgasta, “por eso es más cara”, sobre todo porque les pone un espejo delante que puede hacer tambalear sus propias relaciones. Cuenta que a ella, que lleva tres años comprometida, le costó muchos disgustos llegar a entender el tipo de pareja que le iba. En «Parejas imperfectas y felices» (Arpa) explica algunas claves para construir un vínculo a la medida de cada cual.
-¿Cuáles son los motivos más comunes de consulta?
-En los últimos cinco años han cambiado muchísimo y cada vez son más complejos. Tenemos más opciones de pareja que nunca y eso lo complica todo porque no tenemos recursos para gestionarlas. La falta de deseo en la pareja es exponencial, tener o no tener hijos, necesidades distintas, enamoramientos paralelos... Las infidelidades también siguen a la orden del día.
-¿Es un mito que una relación abierta pueda funcionar?
-Sí y no. Funciona siempre que la apertura sexual responda a una aspiración de crecimiento, no a la resolución de un problema. Cuando encuentro que esto no va bien y abrimos la relación para poder tener sexo con otra persona, ahí va mal. Empiezan las dudas, los celos, posiblemente un enamoramiento nuevo... Pero si estamos genial y solo queremos experimentar, la relación abierta puede ser algo muy positivo.
-Entiendo que no está al alcance de cualquiera.
-No. Tiene que haber una gran madurez, tanto de la relación como de uno mismo. La pareja a día de hoy funciona cuando hay una buena gestión emocional de ambos. Algo difícil. Si sabemos negociar, exponer nuestras necesidades, comunicamos bien, empatizar y trabajarnos lo que depende de nosotros, una pareja puede llegar a cualquier lado. Hay tantas alternativas en la forma de llevar una relación que hay mucha posibilidad de conflictos y desacuerdos. Eso es lo que está pasando.
-Del libro se deduce que no es usted muy fan de las aplicaciones para ligar.
-Dicen que en torno al 60% de las parejas se crean a través de aplicaciones. Soy muy fan de ellas, el problema es que se usan mal. Lo veo cada día en consulta. Ayer, sin ir más lejos, un paciente que se separó hace dos semanas me dijo que se acababa de bajar Tinder, cuando aún no ha digerido nada ni ha asimilado nada. Es como si no quisiéramos pasar el malestar y buscamos algo que nos saque de ahí rápido. Pero entonces empezaré una relación sin unas bases y me voy a volver a frustrar, me voy a volver a separar y voy a sentir que tengo un problema. Y se entra en una vorágine increíble. Muchas veces les pregunto qué hubieran hecho si su pareja hubiera muerto, ¿estarían a los quince días en Tinder?
-Seguro que muchos le dirían que sí.
-Ja, ja. Bueno, es que en realidad no hay mucha diferencia porque la relación ha fallecido. ¿Por qué no nos damos tiempo? Las aplicaciones dan vía a esa impaciencia, a evitar emociones negativas o desagradables, esas angustias. Entonces no construimos un aprendizaje y, por tanto, volvemos a repetir patrón. Eso es un desastre.
-¿Cuál es el mayor error en el uso de estas aplicaciones?
-La rapidez es el mayor de los errores que fomentan estas aplicaciones. Y, en segundo lugar, que están todas orientadas al físico.
-Eso como en la vida, ¿no?
-No. Te diría que no. La atracción aparece con el atractivo, que es algo distinto. Puede haber una gestualidad diferente, un olor, un movimiento, una sonrisa, un tocarse el pelo... En cambio, tú ves una aplicación y ves una foto plana. Además, hay gente que en las fotos sale fatal y después la ves en persona y te parece súper guapa. Y a la inversa. Hay otros que ponen fotos de hace diez años o retocadas. Las aplicaciones, al estar tan mal gestionadas, generan mucha frustración. Muchísima. Y esto es carga emocional para poder estar bien con uno mismo.
-También ha hecho un poquito de daño la psicología positiva, con esos mensajes extremadamente simples, ¿no?
-Sí. Ese “tú puedes con todo” de Mister Wonderful. Siempre digo que no, que no podemos con todo. Y esta psicología positiva se ha trasladado a las redes sociales, que es lo que más se consume para estar en contacto con el entorno. Esa visión de que a todo el mundo le va bien, todo el mundo es feliz, todo es maravilloso. Tenemos que poder expresar emociones desagradables. Tenemos que poder decir que no estoy bien. Tendríamos que ser capaces de colgar una foto con la pareja y poner debajo que hace diez minutos estábamos discutiendo.
-¿Qué es eso de la monogamia sucesiva de la que habla en el libro?
-Estamos intentando adaptar el amor romántico idealizado a la sociedad actual. Es decir, seguimos buscando el amor para toda la vida, ese amor, ese compañerismo que es súper bonito. Al no encontrarlo, vamos saltando de relación en relación, esperando que todas sean la media naranja. En vez de la monogamia para toda la vida de nuestros abuelos, ahora tratamos de encontrar a esa persona especial constantemente. Entonces aparece esa monogamia sucesiva. Al no encontrar el amor para toda la vida tenemos la libertad de poder terminar esa relación, pero en la siguiente buscamos lo mismo. Se habla que las personas a día de hoy están teniendo entre tres y cinco relaciones importantes a lo largo de su vida. Cada relación cubre una etapa.
-Eso no suena nada mal. No tiene mucho sentido pensar que a los 21 se es la misma persona que a los 40.
-No, no lo tiene. Y realmente parejas que yo veo que llevan desde los 20 años han quemado tantas etapas que están tan frías, tan distanciadas... Son otras personas con otras necesidades. Es casi imposible. Como tenemos tanta evolución personal a lo largo de los años debido a la multitud de estímulos a los que estamos expuestos y a enormes cambios vitales, ya no sirve el amor para toda la vida.
-Suena muy evolutivo.
-Sí, sí, estamos buscando una adaptación.
-¿Cuál es la diferencia entre amor romántico y saludable?
-El amor saludable es entender la pareja como una pata más de tu vida, no como el centro. Es aprender que somos compañeros de vida aunque cada uno tenga la suya propia, que formamos un equipo sin necesidad de que todo sea tan idealizado, tan pasional y tan sentido. El amor saludable es 50% cabeza y 50% corazón. Y el amor romántico pretende que el enamoramiento dure toda la vida, que sea como en las películas, nada que ver con la realidad.
-Dice en el libro que cada uno es una pareja en sí mismo.
-Exacto. La pareja es un deseo fantástico, pero si se convierte en necesidad empieza el problema. Aquí entra la dependencia emocional, exigencias, discusiones, conflictos... Lo primero es estar bien conmigo mismo, autogestionarse. Y si estoy contigo es un añadido, pero estoy bien solo. Si no funciona, lo pasaré mal, pero voy a tirar para adelante. Ese sería el ideal, claro. A veces esto suena como mal, frío, porque tenemos ese ideal inculcado de que hay que sentir mariposas en el estómago todo el rato. Si nos basamos en el amor romántico tenemos más probabilidad de ir rompiendo relación tras relación porque la emoción se calma. Si no sabemos entender la pareja más allá de esa emoción y de ese romanticismo, es imposible conseguir un compañero de viaje, un equipo.
-Con la edad parece que la capacidad de enamoramiento desciende. Como si naciéramos con un número limitado de posibilidades, como los óvulos.
-Ja, ja. Te compro esa comparativa. Sí que creo que el enamoramiento con los años cada vez se vuelve menos idealizado, aparece más ese factor cabeza. También hay más autoconocimiento, menos expectativas, menos novedad, porque ya se han vivido muchísimas experiencias. Puede haber enamoramiento, pero quizá sin ese factor romántico. No tanta locura, ni mariposas, ni pérdida de apetito, ni de sueño, ni todo eso.
-¿La independencia ahora resulta que es mala?
-Eso nos empiezan a decir. Cada vez estamos hablando más de ser híper independientes y eso también es un bloqueo, un miedo al vínculo, al compromiso. Creo que para generar una relación tiene que haber una dependencia, un apego, un vínculo saludable. Que estemos a la misma altura, tú me nutres y yo te nutro, y que si me pasa algo te voy a llamar y voy a contar contigo. Pero si no estoy contigo no me voy a perder porque no me estás salvando, no me estás resolviendo mis cosas, sino que me estás apoyando. Es una dependencia horizontal. Hay que abrirse a la posibilidad de vincularnos. Estoy viendo muchísimo miedo, evitación de compromiso, miedo a exponerse a la vulnerabilidad, a que te hagan daño... Sobre todo entre los más jóvenes. Estamos yendo demasiado hacia la soledad y la independencia, cosa que tampoco es saludable.
-¿Los jóvenes no son más valientes?
-No, no se saben exponer porque todo se ha hecho a través de las pantallas, de WhatsApp. Tienen miedo al conflicto y a mostrar sus emociones cara a cara. Les aterra que les hagan daño. Las relaciones son cada vez más temporales.
-Esther Perel habla mucho de esa aparente contradicción entre buscar el deseo y la estabilidad. Usted da algunos consejos, ¿no es la cuadratura del círculo?
-El problema que estamos teniendo a día de hoy es que la pareja se está basando en el deseo. Si la pareja la elegimos así, pero buscamos estabilidad y seguridad, es una lucha en la que hasta los profesionales vamos perdidos. Es muy importante trabajar la emocionalidad dentro de la relación, la parte de amantes, de diversión, de soltarse. Hay que buscar esos espacios porque no, no va a fluir solo.
-¿Cómo define una relación tóxica?
-Es una relación que te genera inestabilidad emocional. Puede ser que, objetivamente, sea positiva, sana, pero a ti te está provocando una toxicidad por algún motivo. Lo fundamental es que la pareja no te tiene que generar eso. Si ahí hay un desequilibrio es porque el vínculo es tóxico o porque tú estás en un momento determinado en el que vincularte no te hace bien. Si es así, es que hay que trabajar algo.
-A veces una persona te saca una cosa y otra, lo contrario. ¿No?
-Totalmente. Hay parejas en las que ambos son súper independientes y son híper felices y hay otras personas que si se vincularan con alguien así se sentirían inseguros todo el día. No es tanto a veces el propio vínculo, sino es con la persona que te encuentras y lo que te genera. Es fundamental saber cómo funcionamos y qué necesitamos. Si no partimos de ahí, cualquier cosa se puede convertir en tóxica.
-También dice que el “sincericidio” no es necesario.
-Defiendo los temas tabú en pareja. Podemos saber que tenemos opiniones diferentes pero no estar todo el día debatiendo. No hay que ponerse de acuerdo en todo, ni ser un súper equipo en todo. Lo que importa es el respeto. no hace falta estar de acuerdo en todo. Se pueden dejar temas pendientes, no pasa nada.
-Parece irreal creer que dos personas se pueden bastar a sí mismas...
-No se nos puede olvidar que venimos de la tribu y ahora la hemos reducido a una sola persona. Y esperamos que nos dé todo lo que antes obteníamos de un clan entero.
-Es un camino que lleva al fracaso irremediablemente.
-Seguro. Si queremos tener una monogamia hay que aprender que nuestra pareja nos va a dar unas cosas y nosotros, por nuestro lado, tenemos que obtener otras de otros vínculos, amistades, trabajo, experiencias... Y no pasa nada. Si pretendemos que la persona sea lo perfecto en todo nos daremos contra la pared y no pararemos de saltar de relación en relación sin acabar de construir un equipo y un compañero de viaje.
-¿Cuál es el elemento principal para que el vínculo funcione?
-Si tuviera que elegir solo uno, me quedaría con la honestidad. Creo que una pareja que es honesta, que es capaz de decir esto me sienta bien, esto me sienta mal, esto no me gusta... va a funcionar. Y la honestidad ha de ser mutua, claro.
-¿Tiene usted pareja?
-Sí, hace unos tres años. Los terapeutas de pareja somos los profesionales que más nos separamos.
-¿Cómo es posible?
-Cada día te ves reflejado. No es lo mismo si me dedicara, por ejemplo, a temas de conducta alimentaria. Como no he tenido ningún trastorno de ese tipo, la terapia no me va a remover... Pero yo estoy aquí, yo me relaciono, tengo sexo, amor... Por eso los terapeutas de pareja estamos constantemente analizando nuestra propia vida. Te ves reflejado en cosas de los pacientes y vas viendo cosas que puede que tú tampoco tengas en tu relación. Por eso necesitas una persona que funcione como tú y entienda que se tiene que hablar, que se tiene que crecer, que se tiene que esforzar. Y encontrar a gente trabajada no es fácil. En ese sentido, mi profesión me ha hecho el mejor de los regalos, ayudarme a entender cuál es mi concepto de pareja. Yo buscaba un tipo de relación estándar cuando yo no soy nada estándar, por ejemplo. Necesitaba una persona que entendiera la relación como yo y al final la he encontrado, pero me ha costado mucho. O sea, he tenido muchos, muchos fracasos y también me he dado cuenta de que he luchado mucho para entrar en el estándar.
-Salirse del camino marcado tiene un precio alto.
-Los poliamorosos llaman a esto la escalera mecánica. Te subes y venga, tienes que subir la escalera entera, que es la que te lleva. Yo intentaba entrar en este patrón, pero tuve la gran suerte de experimentar a nivel terapéutico y a nivel personal. No me van las conversaciones eternas por Whatsapp, los corazoncitos, quedar cada día, convivir a los tres meses... Yo me ahogaba, me ahogaba. Entonces, ¿qué ocurría? Que empezaba todo el follón. Que si no eres cariñosa, que no eres tal, que no sé qué. Al final he aprendido, los dos tenemos mucha independencia, podemos hablar de todo. Pero me ha costado mucho encontrar a una persona que entienda la relación como como yo. Y creo que esta es la clave que trato de explicar en el libro. He intentado que sea práctico, que se vean diferentes situaciones para que algunos dejen de sentirse como los raros. Tengo unos amigos que tienen hijos, no conviven y llevan 17 años juntos. Yo les hago la ola. Es increíble, se van turnando, tienen una casa familiar y un piso secundario. Están enamorados como el primer día.
-¿Es la terapia más difícil?
-Tienes que tener mucho temple. Vienen para discutir, para escuchar cosas malas y abrirse. Es dolor, al fin y al cabo. Tenemos que estar en constante equilibrio, en gestión de conflicto, en resolución. El desgaste emocional no tiene nada que ver con una sesión individual. También es la más estigmatizada.
-¿Y cuando uno de los dos no quiere ir?
-Cuando veo que uno viene obligado le planteo que pruebe dos sesiones a ver qué siente. Si no quiere volver, no tiene sentido convencerle. Te está diciendo que no se quiero esforzar y no entiende la pareja como tú.
-¿Cuál es el ratio de éxito?
-Esto es algo que se nos pregunta mucho y yo te diría el 90%. ¿Sabes por qué? Porque el éxito no es que la pareja siga junta, sino que haya un bienestar emocional y una coherencia emocional. Y hay veces que el éxito es una separación bien gestionada con unos niños bien gestionados. Da igual la pareja, pero para la gestión de los niños, los acuerdos, el mantener la familia, el saber transitar esos cambios, todos deberían ir a terapia. Y si se hace bien es maravilloso, de verdad, maravilloso. Los resultados, el cómo lo viven los niños y cómo lo acogen. Es para el bienestar futuro de esos hijos, porque les va a marcar sus propias relaciones futuras. Sin duda esto es muy necesario si queremos cambiar el futuro emocional de las siguientes generaciones. Es esencial. Hay un 10% de parejas que son evitativas, que vienen pero no quieren venir. Se ponen la venda en los ojos y no lo quieren ver. Muchas veces veo que el éxito es una separación porque les genera ese bienestar emocional, les saca de esos conflictos y puede ser un éxito asegurado. No tiene por qué ser el fracaso de una terapia.
-¿Cree que hay gente que no está hecha para estar en pareja?
-Te diría que hay gente que no está hecha para tener pareja a la manera clásica, sí para tener vínculos emocionales y sexuales más o menos profundos. Somos seres sociales desde la independencia. Está claro que hay gente que no entra en el estándar de una relación como nos la han vendido.
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