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Carta apostólica
Dante, la pasión de Francisco que convierte en magisterio
Francisco publica un escrito en el que presenta al escritor como referente de denuncia de la corrupción en la Iglesia y “portavoz de una renovación profunda”
Un Papa dedicando una carta apostólica a un escritor. Tan inusual como propio de aquel jesuita que fue profesor de literatura en Santa Fe y en Buenos Aires en los 60. Del religioso que no solo busca referentes en los altares, sino fuera de ellos. Así es como nace “Candor lucis aeternae” (”Resplandor de la luz eterna”), escrito que el Pontífice firma con la mirada puesta en Dante Alighieri, cuando se cumplen 700 años de su muerte.
Francisco eleva así a magisterio las reflexiones del intelectual florentino, el que rompió con toda rigidez de pensamiento a través de ‘La Divina Comedia’, el que supo trascender la cortedad de miras teológicas. Un poeta en salida, para un Papa en salida. Como está intentando el Papa argentino, el autor italiano “a la vez que denuncia la corrupción de algunos sectores de la Iglesia, se hace portavoz de una renovación profunda”.
“La obra de Dante, en efecto, es parte integrante de nuestra cultura, nos remite a las raíces cristianas de Europa y de Occidente, representa el patrimonio de ideales y valores que también hoy la Iglesia y la sociedad civil proponen como base de la convivencia humana, en la que todos podemos y debemos reconocernos como hermanos”, subraya el Pontífice, que en su escrito realiza un esbozo biográfico del autor y también se detiene en la mirada que sobre él han hecho otros papas, deteniéndose especialmente en Pablo VI y en Benedicto XVI.
Así, Francisco le presenta como “el sumo poeta” que “aun viviendo sucesos dramáticos, tristes y angustiantes, nunca se resignó, no sucumbió, no aceptó que se suprimiera el anhelo de plenitud y de felicidad presente en su corazón”. De la misma manera, le elogia porque “ni mucho menos se resignó a ceder a la injusticia, a la hipocresía, a la arrogancia del poder y al egoísmo que convierte a nuestro mundo en “la pequeña tierra que nos hace tan feroces”.
En medio de la reforma de la Iglesia que Francisco tiene entre manos, que implica una conversión pastoral, se fija en Dante, como aquel que es capaz de afrontar “la denuncia y la crítica dirigida a los creyentes, sean Pontífices o simples fieles, que traicionan la adhesión a Cristo y transforman a la Iglesia en un medio para sus propios beneficios, olvidando el espíritu de las Bienaventuranzas y la caridad hacia los pequeños y los pobres, e idolatrando el poder y la riqueza”.
Desde ahí, el Santo Padre apunta como “Dante se convierte en paladín de la dignidad de todo ser humano y de la libertad como condición fundamental tanto de las opciones de vida como de la misma fe”.
Francisco concluye su carta apostólica, al estilo de Dante, haciendo una llamada a buscar “la felicidad”, “hacia la plenitud de la existencia, hacia la patria última donde estaremos en plena comunión con Dios, Amor infinito y eterno”. Por eso le define como “profeta de esperanza y testigo del deseo humano de felicidad, todavía puede ofrecernos palabras y ejemplos que dan impulso a nuestro camino”.
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