Entrevista
Joan-Ramón Laporte: «Sufrimos una epidemia silenciosa de efectos adversos de los fármacos»
Acaba de lanzar su último libro: «Crónica de una sociedad intoxicada»
El nombre de Joan-Ramón Laporte es sinónimo de rigurosidad y experiencia, pues lleva toda su vida dedicado a la Farmacología clínica. De él partió el embrión del Sistema Español de Farmacovigilancia y está detrás de la creación de varias sociedades científicas. Alzó la voz durante la pandemia con matices discordantes y ahora su mirada crítica queda plasmada negro sobre blanco en un apasionante libro titulado «Crónica de una sociedad intoxicada», de Editorial Planeta, una obra de obligada lectura para reflexionar sobre el consumo abusivo de medicamentos y el engranaje de la industria farmacéutica.
El título de su libro ya es una declaración de intenciones. ¿Estamos intoxicados por culpa de tanta medicación?
Solo hay que mirar los datos: en 2022 los médicos españoles hicieron 1.100 millones de recetas. De cada diez personas, tres toman un fármaco para dormir o para la depresión; dos o tres toman un omeprazol, y dos un medicamento para el colesterol... Lo que he visto al repasar la bibliografía es que la mayoría de las medicinas son prescritas de manera innecesaria, sin tener en cuenta los efectos nocivos para la salud que eso tiene.
Pero muchos pacientes no se quedan conformes cuando salen de la consulta sin que el profesional les haya recetado algo...
Existe la mala percepción de que, si no nos mandan algo, es que no nos han hecho caso. El médico puede limitarse a diagnosticar una ansiedad, una depresión o un insomnio y recetar un fármaco a la primera, pero eso es un error. La medicina de verdad debería consistir en explorar e interrogar a ese paciente durante más tiempo para comprender su situación y ofrecerle pautas que puedan mejorar su problema antes de decantarse por un fármaco. Y cuando un medicamento es necesario, puede serlo de manera puntual, pero esa falta de tiempo de los profesionales para realizar un seguimiento adecuado hace que muchos tratamientos se cronifiquen con grave perjuicio.
¿Eso nos enferma?
Sin duda, sufrimos una epidemia silenciosa de efectos adversos de los medicamentos, que en España son causa de más de medio millón de hospitalizaciones y 16.000 muertes al año, así como miles de casos de enfermedades tan variadas como hemorragia grave, fracturas, neumonía, infartos, ictus, disfunción sexual... Y digo que es silenciosa porque estos datos no salen en las estadísticas oficiales; no porque alguien quiera esconderlos, sino porque se construyen de modo que priorizan la causa inmediata de muerte, y no las causas mediadas del fallecimiento.
¿A veces es peor el remedio que la enfermedad?
Pues sí. En un plato de la balanza están los efectos beneficiosos. Si uno toma un analgésico, aunque no sepa el origen del dolor, al menos le calma la molestia. En el otro plato están los efectos adversos, y no vale la pena correr el riesgo de que aparezcan si el medicamento no va a ser eficaz. Por ejemplo, los fármacos para el colesterol no aportan ningún beneficio a quien no ha padecido un infarto o un ictus, y sin embargo causan efectos adversos con frecuencia, como dolor muscular o diabetes. En este caso la balanza está inclinada hacia el lado de los efectos adversos.
¿Nuestra Sanidad intenta matar moscas a cañonazos?
La realidad es que sí, a pesar de que esas moscas se podrían reducir con una buena conversación con el paciente. El tratamiento en ocasiones debe ser una orientación dietética o de hábitos y no un fármaco.
¿España es una excepción o esto es un problema global?
Se trata de algo global, porque cada vez el mercado se concentra en menos compañías farmacéuticas y estas tienen unas orientaciones de marketing similares en todos los países. Llama la atención, por ejemplo, que, a pesar de nuestra dieta mediterránea, el consumo de fármacos para el colesterol sea comparable a la media europea, o que consumamos tantos medicamentos para la depresión, o más, que en los países nórdicos... Esto denota que la ingesta de fármacos no se ajusta a las necesidades sanitarias de la población, sino al mayor o menor éxito de los departamentos de marketing de los laboratorios en cada país.
Usted aboga por ser más escépticos con los medicamentos...
Hay que ser escépticos con la medicina en general, porque creemos saber todo sobre el organismo, pero somos unos ignorantes de aspectos como la microbiota. Haría falta más humildad colectiva. Y hay que ser más escépticos con las bondades que relatan los laboratorios, porque ellos rinden cuentas a sus accionistas y cuanto más vendan y más caro, mejor.
¿Qué es lo que no se sabe del engranaje de este mundillo?
Se habla poco de los entresijos y esto debería ser objeto de debate público. Es toda la cadena del medicamento, desde el laboratorio que aprieta para vender, continuando por el Estado, que regula, en mi opinión, insuficiente o inadecuadamente el uso de los fármacos, siguiendo por un sistema sanitario que solo le deja al profesional tiempo para la prescripción rápida, sin olvidar que son médicos cuya formación continua se hace a través de cursos que, en más del 90% de los casos, viene de la industria farmacéutica... Está claro que la culpa no es solo del paciente.
Pero sin inversión en innovación, que suele venir de la industria, no habríamos logrado grandes hitos médicos, ¿no cree?
Efectivamente, la innovación y la ciencia son necesarias, pero pueden ser manipuladas, con consecuencias perjudiciales para los pacientes. En el libro explico que la contribución de las compañías farmacéuticas al desarrollo de medicamentos innovadores es de hecho inferior a la aportación pública.
✕
Accede a tu cuenta para comentar