Recetas
En primer lugar, bizcocho. Después, un poco de mermelada, natillas y frambuesas. Sin olvidar el salteado de ternera, los guisantes y la cebolla. Y, finalmente, mucha crema de plátano. Este batiburrillo culinario se llama «trifle» y fue el regalo que Jennifer Aniston hizo a Matt LeBlanc y Matthew Perry por el día de Pascua. Lo que entonces no sabía la actriz que daba vida a Rachel en «Friends» es que jamás sería capaz de ingerir tanta cantidad de alimentos en una misma comida. De hecho, en los diez años que protagonizó la serie tan sólo se alimentó de ensaladas. Una detrás de otra. Jamás cambió. Esto que parece un hábito residual, cada vez está cobrando más fuerza. La cantante Mariah Carey, el jugador de baloncesto Stephen Curry o el rapero Sean Combs son otros de los abanderados de esta dieta: salmón y alcaparras para la primera, pasta con hierbas para el segundo y compota de manzana para el tercero. A estos les siguen las clásicas «influencers» como Cindy Crawford, Victoria Beckham o Jennifer Garner. Cada una de ellas opta por un sustento estrella que hace las delicias de su figura, aunque no tanto de su paladar: desde la famosa tostada con aguacate hasta los fotografiables batidos de frutas.
Son los llamados comedores selectivos, es decir, aquéllos que limitan su dieta a entre cinco y diez productos y que, además, rechazan probar otros nuevos. Si bien es cierto que en el «Manual de Diagnóstico Estadístico de las Enfermedades Mentales» no figura, los especialistas la incluyen dentro de la categoría «Trastornos de la Conducta Alimentaria No Especificados». Su principal consecuencia es la carencia nutricional que resulta de una dieta deficitaria en determinados nutrientes; pero también el aislamiento social, pues las personas que lo sufren evitan los contextos en los que este comportamiento pueda verse cuestionado o no pueda desarrollarse con tranquilidad. «Puede que la selección se haga para mantener la salud o para tratar una enfermedad crónica, pero más peligrosas son aquellas restricciones que se hacen en función de modas o dietas depurativas que ayudan a perder peso rápidamente», explica Ana Zugasti, médico especialista en Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición.
Esta moda se ha impuesto gracias a la monotonía gastronómica que, desde algunos establecimientos, se proclama: croqueterías, zumerías, hamburgueserías, fresquerías, bocadillerías, pizzerías, queserías... Para muchos son una solución más apetecible que problemática al estrés diario provocado por factores externos que poco tienen que ver con los alimentos. «Comer siempre lo mismo aporta más tranquilidad, pero ¿hasta qué punto beneficia respecto a la calidad y la variedad nutricional? El ritmo frenético de vida actual contribuye a descuidar la alimentación y que ésta sea menos consciente», aclara Carolina Knott, experta en trastornos del comportamiento alimenticio del Centro Especializado en Trastornos de la Conducta Alimentaria de Madrid ITEM. Pero no deben confundirse: es cierto que un cruasán en el desayuno, un pincho de tortilla en el almuerzo y un sándwich de sobrasada en la cena no suponen una buena opción cuando la fórmula se repite varias veces por semana, pero como tampoco lo serían una ensalada verde, un filete de pollo o un arroz blanco.
Ahora bien, ¿cuál es el límite entre el exceso de monotonía culinaria y una variedad suficientemente saludable? Un reciente estudio de la Universidad de Harvard da algunas pistas: los científicos analizaron las costumbres de 59.038 mujeres para averiguar cómo afecta la cantidad y la calidad de diferentes alimentos al riesgo de sufrir enfermedades. Así, aquellas que consumían habitualmente más productos saludables tenían una mayor esperanza de vida, aunque no era necesario que se estrujaran los sesos para consumir cada día algo diferente. Las que basaban sus platos diarios en 16 o 17 de estos artículos tenían un 42% menos de riesgo de morir por cualquier causa que las que usaban menos de nueve. Y, aún más, según otro estudio publicado en el «Journal of Nutrititon», las personas que toman siempre la misma comida tienen menos tendencia a ser sanos que quienes mantienen una dieta variada. En concreto, son menos propensas a desarrollar el síndrome metabólico y otras condiciones adversas para la salud como la presión arterial alta, el azúcar en la sangre y el aumento de la grasa corporal.
«La principal consecuencia es el déficit nutricional, especialmente en sustancias esenciales que el cuerpo no puede sintetizar», añade Knott. «Además, el hecho de que las comidas se vuelvan monótonas incita a la aparición de apatía, irritabilidad y ansiedad que pueden dar lugar a picoteos excesivos y atracones». A pesar de ello, hay quienes siguen apostando con fuerza por esta práctica. El escritor Derek Thompson, por ejemplo, señaló al respecto: «Te hace la vida más fácil en el supermercado. Es psicológicamente y económicamente eficiente y convierte cada comida en especial». Algo que también compartió la periodista Amanda Mull: «Mi padre siempre desayunó lo mismo durante toda su vida. Cuando era una niña, pensaba que era raro, pero ahora ceno la misma sopa cuatro veces a la semana». Sin embargo, ambos olvidan que ingerir distintos alimentos promueve una mayor diversidad bacteriana en el intestino, lo que favorecería la bajada de peso y evitaría ciertas enfermedades.
Obesidad, diabetes, problemas gastrointestinales...
En los últimos 50 años, se ha observado una reducción en la diversidad de las dietas en Occidente, así como un incremento en las tasas de obesidad, diabetes tipo 2 y problemas gastrointestinales. Se estima que el 75% de la población mundial consume tan sólo cinco especies animales y 12 variedades vegetales. De éstas, el arroz, el maíz y el trigo representan más del 60%. Cada tipo de alimento y de micronutriente tiene una bacteria especialista que se encarga de desintegrarla. De modo que, si siempre se come lo mismo, se incentiva la supervivencia de un solo tipo de ellas, mientras que el resto tiende a desaparecer. «La regla de oro es la variedad», subraya Carmen Gómez, jefe de la Unidad de Nutrición del Hospital La Paz de Madrid. «Aunque el único alimento que se ingiera sea sano, nunca va a ser beneficioso por la ausencia de otros. El ser humano es omnívoro y requiere más de 100 sustancias en determinadas cantidades. Falta educación nutricional y, sobre todo, que nos enseñen a sentarnos en la mesa. Hay que darle su tiempo a la comida». En definitiva, en la variedad está el gusto y, por lo tanto, la salud.
Una dieta saludable se basa en los alimentos que se comen, pero también en el momento en que se toman. Recientes estudios subrayan que un horario estable de comida es uno de los factores clave que protege al ser humano de muchas enfermedades. Según la Universidad de California, puede ayudar a combatir la demendencia, la diabetes y la obesidad, así como la enfermedad de Huntington. Ésta es un trastorno neurodegenerativo que implica la destrucción de las células nerviosas y que pueden afectar al aprendizaje, la memoria, el equilibrio y el habla. Por lo tanto, cuando se come sin seguir un horario regular, se desequilibra el organismo. Por ejemplo, desayunar a las siete de la mañana un día y a las diez el siguiente provoca que el cuerpo no sepa cuándo va a recibir la siguiente ingestión, lo que condiciona todos los procesos que se repiten cíclicamente en él. Esto causa la secreción de la hormona del estrés llamada cortisol, cuyos altos niveles conducen a picos de insulina.
Mantener una rutina no significa que no pueda hacer una excepción algún día, pero sí son hábitos importantes acostarse y levantarse alrededor de la misma hora y desayunar, almorzar y cenar siempre en un margen determinado de tiempo. La regularidad consigue mantener el cuerpo en un óptimo funcionamiento y da la posibilidad de incrementar la energía a lo largo del día. Al organismo le gusta tener horarios. Por eso, retrasar o adelantar una hora la comida no tiene una excesiva importancia. Sin embargo, saltarnos el desayuno, el almuerzo o la cena puede perjudicar, en gran medida, a personas que en principio están sanas. Cuando este fenómeno se produce de manera prolongada, el estado físico y rendimiento mental de una persona pueden verse afectados.