Nueva York
Un Papa Conciliador
Hay quien dice que el Papa Ratzinger podría ser descendiente del «Maharal» de Praga, gran rabino de esa ciudad en el siglo XVI. Sabemos que, como tantos niños alemanes de su edad, formó parte de las juventudes hitlerianas, vistió el uniforme de la Wehrmacht y fue destinado a defender una fábrica de BMW al sur de Baviera. Desde allí fue testigo directo de cómo llegaban desde el campo de Dachau judíos esclavos para trabajar para el Tercer Reich. No sabemos si por su posible pasado judío, por los horrores que vio durante la Segunda Guerra Mundial o por su evolución personal, Joseph Ratzinger, con una rigurosa formación intelectual, tendió puentes con el Judaísmo. Su marco de acción ha sido la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, auspiciada por Juan XXIII. Esta declaración ha marcado el punto de inflexión más importante relacionado con los judíos. Consta sólo de cuatro páginas pero tardó 40 años en redactarse. Y es que no debía de ser fácil abordar la acusación de deicidio que durante cientos de años provocó ríos de sangre judía. Benedicto XVI continuó por la senda iniciada por Juan XXIII y Juan Pablo II. En pocos años visitó tres sinagogas. La primera fue en 2005 en Colonia, donde rezó por las víctimas judías del Holocausto y reconoció la raíz judía del Cristianismo. En 2008 visitó la sinagoga de Nueva York, donde saludó con «Shalom» y recordó que «Jesús rezó en un lugar como éste». Y en 2010 estuvo en la sinagoga de Roma, donde volvió a pedir que se curen las heridas del antisemitismo. Nos ha llamado «hermanos mayores», ha condenado el Holocausto y ha viajado a Israel, donde rezó por la paz entre israelíes y palestinos. Valoramos y agradecemos sus gestos, su intención y su espíritu de reconciliación.
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